En España estamos sufriendo desde hace años un choque de civilizaciones. Ya sé que el presidente y su corte se pasean por el mundo vendiendo ansias infinitas de paz y alianza de civilizaciones. Como decimos en Galicia, José Luis R. Zapatero es un «candil de porta allea», al que le encanta mostrar la sonrisa fuera de casa y los dientes dentro. La paz y la alianza son para los lejanos, siempre ha resultado muy duro eso de amar al prójimo (próximo).

Hay una civilización que habría que llamar humanismo trascendente, no solamente cristiano ni siquiera con la necesidad de identificarse con ninguna religión. Un humanismo porque pone al ser humano, a la persona, en el centro de sus valores. Un humanismo que quiere una cultura en la que el respeto a la persona sea intocable.

Un humanismo que además es trascendente en un sentido muy básico. Trascendente porque parte de que el ser humano es capaz de trascender su perspectiva interesada del instinto y es capaz de abrirse a la realidad, a la verdad. Esa capacidad de trascendencia, que depende de la capacidad de conocer la verdad, es la trinchera esencial que se está acosando en esta guerra de civilizaciones.

El escepticismo radical está en el corazón de esa otra civilización que se quiere construir en España. Ya hemos pasado de la necesidad de argumentar a la pura defensa de que es compatible decir una cosa y su contraria al mismo tiempo. El sentimentalismo, el cinismo, la militancia son las razones últimas para elegir el sentido de una vida o de una decisión política.

Después de 6 años de poder zapatero, de dedicar KB a escribir sobre los «argumentos» del poder, he llegado a la conclusión de que el diálogo se vuelve inútil cuando desde el otro lado ni siquiera se da estatuto de realidad a nada. Es decir, no hay ninguna verdad de la que dialogar porque la militancia y la perspectiva ideológica borran cualquier posibilidad de trascender la perspectiva personal. Mi verdad. Así no hay diálogo ni alianza ni paz.

En un mundo tan relativo y un pensamiento tan débil cuadra a la perfección lo que una medium dice hoy en ABC: «los espíritus dicen que los muertos somos nosotros», eso sí que es perspectiva interesada.

Esta nueva «civilización» se retrata especialmente en el pretendido diálogo en España sobre el derecho a la vida. Por ejemplo, en el desayuno de oración al que fue Zapatero, Hillary Clinton argumentó por qué es pro-choice y no pro-life y hay una coherencia argumental. A Clinton le parece que hay una colisión de derechos y que EN ALGUNOS CASOS prevalece el derecho de la madre sobre el derecho del hijo. No estoy de acuerdo pero hay un esfuerzo racional. Por esa misma razón, cuenta que cuando era primera dama ayudó a encontrar fondos económicos para crear una residencia para madres gestantes porque la Madre Teresa de Calcuta se lo pidió. Todo está dentro de una lógica: el aborto es un mal, para la Madre Teresa y para mí siempre, para Hillary Clinton, a veces. Y ayudar a las madres que quieren tener a sus hijos una consecuencia lógica. No busquéis esa lógica en este lado del Atlántico.

Bibiana Aído tuvo la brillante idea de decir hace unos días en sede parlamentaria:

«abortar no supone acabar con una vida humana porque sobre el concepto de ser humano no existe una opinión unánime, una evidencia científica, ya que por vida humana nos referimos a un concepto complejo basado en ideas o creencias filosóficas, morales, sociales y, en definitiva, sometida a opiniones o preferencias personales»

Llevado a sus últimas consecuencias, este párrafo supone borrar de un plumazo la civilización, sea la que sea. Se ha sustituido el «todos tienen derecho a la vida» de la Constitución por un «prff, a ver, depende de si yo opino  que usted es un ser humano». Lo peor es la tranquilidad posterior, la sonrisa de Aído, la satisfacción de haber pasado el trámite parlamentario con un párrafo cínico y destructivo en el que se deja a todos los seres humanos expuestos a las opiniones, AL PODER, para decidir si merece vivir o no.

Se ha prescindido, hace tiempo, de la necesidad de utilizar la lógica y lo único que importa es que prevalezca mi ideología. La confusión mental es total y voluntariamente buscada. La realidad no está ahí fuera, no existe, la construye cada uno. Por eso, Aído contesta en Twitter a Arsuaga (Hazte Oír) no sobre la sustancia de si hay un derecho a la vida sino sobre las formas. Y como queda insatisfecha, en esta ocasión, por el pobre resultado de su respuesta, se molesta en escribir en su blog donde aparenta argumentar sobre lo insultadores que son los cristianos. El título del post es el título de su modelo de civilización ¿Hay que oírlos?*

Es una pregunta retórica para dejar claro por qué no merece la pena escuchar a quien no piensa como ella. El argumento es que los defensores de la vida insultan. Claro que Aído no enlaza los insultos para que podamos comprobar quién los emite. Ignacio Arsuaga, el interlocutor de Aído en el inicio del debate, aclara en su blog que los insultos están en los comentarios anónimos de la web de Hazte Oír.

Intervine en ese intercambio de opiniones entre Aído y Arsuaga en Twitter y, cuando Aído dijo que la nueva ley del aborto había conseguido rebajar el número de abortos le pregunté ¿Por qué es deseable que baje el número de abortos? Nunca me contestó. Quizá encontró difícil conjugar la banalidad de la vida humana (según su punto de vista) con la necesidad de que haya menos abortos.

* Señora Aído: Oír no implica voluntariedad sino posibilidad física de percibir los sonidos. Habría que utilizar el verbo escuchar, que sí que supone intención.