** Actualización del 30 de noviembre de 2021: Según Politico, Haugen ha recibido ayuda financiera de Pierre Omidyar, el fundador de Ebay. Omidyar ha ayudado financieramente a Whistleblower Aid, la compañía que da apoyo legal y comunicativo a Haugen. Además también ayuda económicamente el Center for Human Technology, de Tristan Harris. Otra persona, vieja conocida para los que transitábamos por Internet el pasado siglo, Larry Lessig, da apoyo legal a la confidente. Como dice Politico, el dinero está en ambas partes del debate. **

Desde el principio de la serie de artículos del Wall Street Journal sobre Facebook, me llamó la atención que fuera precisamente este medio el elegido para realizar el filtrado de esa documentación interna de la compañía. El WSJ es quizá el diario más influyente entre los inversores, su ámbito es global y es un medio conservador.

Digo que ha sido elegido porque el plan de la confidente que ha filtrado los documentos, Frances Haugen, ha sido diseñado profesionalmente por gente experta que ha centrado el foco en el ámbito la supervisión del mercado de valores.

Para mí esto no desautoriza en absoluto las revelaciones.  Utiliza una nueva estrategia porque las anteriores han fallado.

Se ha intentado promover el cambio de las plataformas tecnológicas a través de la información periodística, los gobiernos, las multas, pero nada ha funcionado porque las plataformas no tienen un gran poder por su innovación sino por su enorme riqueza. Por lo tanto, el daño reputacional entre los usuarios les importa relativamente, lo que realmente les duele es el daño reputacional entre los inversores. Cuando empezaron las revelaciones del WSJ, en un solo día la cotización de Facebook en bolsa bajó un 5%.

La confidente actúa bajo la protección de la SEC Office of the Whistleblower, una oficina creada por Securities and Exchange Commission (SEC), un organismo similar a la española Comisión Nacional del Mercado de Valores.

Haugen ha acusado a Facebook ante la SEC de ocho delitos, entre ellos, el de mentir a los inversores sobre su papel en la desinformación, el daño que Instagram causa a las adolescentes, etc. Les recomiendo la serie de excelentes posts que Pepe Boza, amigo de este blog, ha escrito

El capítulo de revelaciones de esta semana es sobre la inteligencia artificial que Facebook utiliza. El asunto de la «inteligencia» artificial me parece apasionante, es como un mito moderno, más relacionado con la magia que con la realidad. Llamar inteligencia a lo que hacen los algoritmos es una completa exageración. Aprendizaje de máquinas parece más adecuado.

En este caso, el WSJ desvela que los propios ingenieros de Facebook dudan de que la IA pueda solucionar los problemas creados por la propia IA. Es decir, limpiar Facebook o Instagram de bulos, violencia o contenido inapropiado está más allá de la capacidad de los algoritmos. Esto ya lo avisaba Cathy O’Neill en el documental «El dilema de las redes» y vuelve a decirlo en Bloomberg: los algoritmos de Facebook (o Google) son demasiado grandes para auditar.

Sin embargo, Zuckerberg mantuvo ante el Senado de los EEUU que esa era la solución. Sabía que no decía la verdad.

Bien, si yo fuera un inversor en Facebook eso me haría preguntarme un montón de cosas. ¿Por qué es tan valiosa esta empresa? ¿Hace su función de asegurar el impacto de su publicidad en los usuarios o realmente todo esto es un conglomerado de exageraciones? Lo concreto: ¿han exagerado el poder de la inteligencia artificial? O si no lo han exagerado, ¿simplemente no les importa causar un destrozo en la sociedad por conseguir aumentar sus ingresos? Este es el auténtico dilema de las redes: o se ha exagerado el poder de las plataformas para conseguir su propósito o se está en lo cierto pero han sido programadas para el mal. A menudo le digo a mis alumnos que conviene distinguir propósito de efecto. No creo que fuera su propósito pero cada vez más esto se parece a aquel momento en el que el pequeño Mickey encarna al aprendiz de brujo. La tecnología de aprendizaje de máquinas que intenta apropiarse del sobrante de comportamiento humano es demasiado potente para dominarla. La intervención de alguien ajeno a las plataformas para limpiar sus daños es cada vez más evidentemente necesaria.

Algo parecido sucedió cuando se produjo el escándalo de Cambridge Analytica. Copio lo que escribí en Comunicación efímera sobre el tema.

Cómo enfriar un volcán

«Tras el éxito de Trump y el Brexit, Cambridge Analytica pasó unos meses en el centro de la atención mediática. Decenas de artículos en habla inglesa, alemana, francesa o española. Una campaña de relaciones públicas mundial que les trajo clientes desde Australia o Kenia, por poner un ejemplo. Un momento de ese cabalgar la ola lo podemos ver en este pitch de Alexander Nix. CA afirma que tienen 5.000 datos sobre cada americano mayor de edad.

En junio de 2017 parece que se han dado cuenta de que han exagerado su poder porque, entre otras cosas, están siendo investigados por violación de la privacidad en la campaña del Brexit. Los resultados de la investigación aún no han llegado porque, como afirma la responsable de la investigación pública, Elizabeth Denham, está siendo muy complicado -como era previsible- hacerse con los datos. Entre otros obstáculos se han encontrado con que la UKIP (el partido de Niegel Farage, impulsor del Brexit) ha recurrido al tribunal de Derechos de la Información en el Reino Unido. Mientras, Cambridge Analytica se está distanciando de las campañas políticas, de hecho, no ha participado en las elecciones generales británicas de 2017 y ahora niegan su participación incluso en la campaña del Brexit. Al final va a resultar que ni se dedican al marketing en las redes sociales. A estas alturas no sabemos qué datos tienen sobre las personas (en su web se puede hacer una solicitud legal para que envíen a cada individuo la información que poseen sobre él) ni si han sido tan efectivos como reclamaban al principio o tan inofensivos como pretenden ahora.

Es un ejemplo de que el afán de lucro y la falta de transparencia del comercio de datos son un riesgo que no sabemos medir. Los estados están a la zaga de la tecnología y reaccionan tarde y con poca posibilidad de restablecer los derechos de los ciudadanos.

También Facebook está intentando enfriar su volcán: de jactarse de mover la opinión pública a su antojo, ha rebajado estos poderes a algo más modesto tras las elecciones americanas. La investigación está en curso y posiblemente no sean ni tan omnipotentes como deseaban ni tan inocuos como pretenden ahora. Pero esto tiene que saberse, tiene que haber transparencia para que el usuario pueda controlar con qué criterios ve unos contenidos y no otros, cómo se evalúan sus preferencias, qué datos suyos se están compartiendo».

Doval Avendaño, Montserrat. Comunicación efímera: De la cultura de la huella a la cultura del impacto (Spanish Edition) (pp. 119-120). Edición de Kindle.