La revista Time publica todos los años por estas fechas un número especial en el que elige al personaje del año, que sale en portada y, de ese modo, entra en la historia contemporánea por la puerta grande.

 

Este año hay tres personajes del año. Son unas mujeres de aspecto normal y diferentes entre sí. Una es una mujer con aspecto de chapona, mal vestida y peor peinada. Otra es una mujer “grande” por utilizar un calificativo cariñoso y la tercera es una estilizada, elegante y silenciosa anlosajona.  Son las soplonas. Son las tres mujeres que devolvieron a la sociedad americana la confianza en sí mismos.

 

La chapona es Coleen Rowley, agente del FBI, que escribió un memorandum de 13 páginas en el que destripaba la absurda autocomplacencia y pasividad del FBI para investigar a uno de los terroristas implicados en el 11-S. Cuando su memorandum salió a la luz y testificó ante el Congreso, agentes jubilados del FBI la acusaron públicamente de ser una traidora, algunos incluso quisieron urdir una falsa trama criminal para implicarla. Sus jefes ignoraron sus planteamientos.

 

La gordita es Sherron Watkins. Era vicepresidente de Enron cuando se dio cuenta de que las cuentas de su empresa eran un puro ejercicio de retórica e imaginación. Con la complicidad de la auditora Arthur Andersen, Enron era un gigante con pies de barro, un castillo de naipes apoyado en la nada. Cuando intentó aclarar los temas con su jefe le quitaron el despacho, la metieron en un cuartucho y la tuvieron meses haciendo nada.

 

Cynthia Cooper era la encargada del departamento de auditoría de World Com cuando decidió informar al Consejo de Administración de que la empresa había ocultado pérdidas por valor de 3.800 millones de dólares, que luego se demostró eran más. En su caso las consecuencias no fueron castigos personales sino ver como ante sus ojos se desmoronaba la empresa en la que trabajaba y cómo sus ingresos, los únicos en un hogar con dos hijos, se ponían en peligro.

 

Según la revista, “fueron personas que hicieron lo correcto simplemente haciendo correctamente su trabajo -lo cual significa hacerlo con ferocidad, con los ojos abiertos y con la bravura que el resto de nosotros siempre esperamos tener y quizá nunca sabremos si poseemos”.

 

Lo cierto es que sentí una sana envidia, como de costumbre, al ver que los medios de comunicación americanos y su sociedad son capaces de darse cuenta de quiénes son los verdaderos héroes del no silencio.

 

Incomprensiblemente, ante la catástrofe del Prestige, el partido gobernante, el gobierno, la Xunta, todas las instancias de poder popular se han comportado como la clásica avestruz: metiendo la cabeza bajo tierra con la esperanza de que escampe. Cuando alguien exige que se aclare quién tomó las decisiones, con qué informes, con qué criterios; surge una marea de periodistas y políticos protestando por la falta de lealtad de la oposición y los medios de comunicación, como si gobernar fuera una especie de oficio divino adornado por la infalibilidad. Se niegan a admitir ningún fallo, a admitir ningún error con lo cual una imagina que en la misma situación volverían a hacer lo mismo.

 

Ha habido incluso quien se ha atrevido a mencionar el ejemplo de los EEUU, alabando la unidad del pueblo americano tras el 11-S, como si unidad fuera sinónimo de estupidez y ceguera, como si unidad fuera negar la realidad: ya sabemos que el FBI no tuvo la culpa de la caída de las Torres Gemelas, pero si pudo hacer más debe saberse; eso es auténtico patriotismo. Ya sabemos que el Gobierno no puede impedir que los petroleros tengan accidentes, pero si se gestionó mal un accidente y se causó más daño por culpa de nuestros gobernantes, debe saberse; eso es auténtico patriotismo. No se entiende, si esto es efectivamente una democracia y un país occidental, que los empleados públicos se nieguen a dar explicaciones a los ciudadanos y rehusen el control de las cámaras legislativas y prefieran las cámaras de las televisiones amigas. Ni un debate ha habido.

 

Tristemente en todas partes hay quien confunde lealtad con silencio cómplice. Lo realmente desesperante es cuando eso se instala en la sociedad. De modo que, por lo menos por mi parte, vaya mi admiración a las tres heroinas de Time y a los héroes del no silencio en Galicia: patrones de cofradías, juez y fiscal de Corcubión, práctico del puerto de A Coruña retirado, periodistas de Tele Cinco y La Voz de Galicia, científicos del Instituto Oceanográfico y de Investigaciones Marinas y todos aquellos que no callan, que hacen su trabajo rectamente y que piensan contar la verdad, para que sepamos de una vez quién ha tenido responsabilidades en esta marea de fuel y de confusión interesada.