«Marco Aurelio tenía un sueño que se llamaba Roma, Próximo, y no era esto, ¡no era esto!»

Máximo Décimo Meridio a Próximo.

En EEUU existe una expresión muy elocuente, «political arena«, para referirse al escenario político. Su origen es la arena del circo romano.

Cuando veo la película Gladiador pienso que es una magnífica parábola sobre la opinión pública. El circo es la televisión en donde se gana o se pierde no la vida sino el amor del público. Máximo y Cómodo no pelean físicamente en la arena sino al final de la película pero su batalla intelectual empieza desde que Máximo vuelve a Roma, su batalla por el favor del público del circo.

Aquellos no eran combates nobles sino de una crueldad espantosa. Los emperadores habían dedicado esfuerzo en hacer que los espectáculos fueran cada vez más degradantes para la dignidad humana. El primer gladiador atravesado por un tridente seguramente levantó aullidos de espanto, entre indignados y excitados. El siguiente pasó sin espanto y hubo que aumentar la crueldad. Una escala de degradación que aumentaba los niveles de tolerancia y que hizo insensible al pueblo romano y con el umbral de atención cada vez más alto; cada vez menos sorprendido e indignado, necesitando emociones más fuertes para asustarse. Si quieres que alguien sea sumiso, es la mejor manera de lograrlo, la excitación siempre precede a la narcosis. De hecho, una de las funciones de los medios, según Lazarsfeld y Merton, es narcotizar a la audiencia.

Pan y circo

Antes de hablar de la crueldad que crecía en la arena del circo, quizá habría que empezar por la misma escena en la que se desenvuelve la pelea entre gladiadores. No es lo mismo un combate en el circo ante 50.000 espectadores que en una guerra en un bosque apartado. No es lo mismo un debate a solas entre dos personas que un debate en la TV. No se dirá lo mismo, no se entenderá lo mismo.

La escena, el medio, es en sí una elección de mensaje. No puedes decir lo mismo en TV que en una radio, no es que no se debata igual -que también- es que no se puede debatir sobre lo mismo. Un ejemplo lo aclarará, espero: nada que no sea posible visualizar se tendrá en cuenta en la TV. De manera que lo excesivamente abstracto no tiene sitio fácil en la TV.

Decía McLuhan que antes de plantearse cualquier tipo de ecología de los medios había que formar al público en los efectos ocultos de los medios. Informarse exclusivamente en la TV va a tener un sesgo hoy por hoy inevitable en España: la espectacularización. Por eso es tan frecuente, para atacar al adversario en TV, espetarle un «aburres a las ovejas». Si aburres no debes hablar. Estamos aquí para entretener.

Los protagonistas y los antagonistas

Pierre Bourdieu, en su libro Sobre la televisión, explica además algunas de las tácticas que muy frecuentemente utilizan los profesionales de la TV para disolver la realidad y crear un drama ficción que parece información. Destaca algunos factores que me parece que son muy oportunos para ver la televisión de nuestros días en España con otros ojos, menos inermes:

El presentador dictador:

Debate en La Sexta Noche. Sistemáticamente, Iñaki López interrumpe a los contertulios que le estorban. Los métodos son variados. Me llamó especialmente la atención una ocasión en que interrumpió a un contertulio por una información urgente a la salida de La Moncloa. Conectaron en directo con la consabida redactora pasando frío en el exterior que comentó que seguía sin haber novedades.

Recuerdo un programa de Las Mañanas de Cuatro que vi luego en Internet. Jesús Cintora enfrentaba a Monedero (en el plató) con Joaquín Leguina que intervenía desde la calle con pinganillo. La imagen de Leguina en sí ya era inferior a la de Monedero: encogido, con cara de desconcierto ya que no entendía bien lo que oía, interviniendo a destiempo, nervioso porque él mismo se daba cuenta de que estaba siendo inoportuno. Mientras, Monedero estaba relajado contemplando como el viejo político se quedaba sin forma de hilar un discurso. Lo mismo había ocurrido en otra ocasión -que yo viera- con Alfonso Guerra. Mismo desconcierto, mismo dominio de la escena por parte de Monedero. Otra ocasión en que la manipulación fue escandalosa se produjo en La Sexta Noche: mientras Pablo Iglesias aparecía con la cámara grabándole en su habitual pose con el brazo tras el respaldo de la silla, Esperanza Aguirre intervenía desde un teléfono. Igual que en las ocasiones anteriores, las intervenciones de Aguirre iban con retardo. Para más inri, Pablo Iglesias ponía caras, se reía o la saludaba con la mano mientras ella no podía verle.

Bourdieu menciona también el lenguaje corporal: la mirada impaciente hacia el contertulio enemigo, el rebuscar en papeles sin mirar al contertulio, las apostillas como «gracias, gracias» que en realidad significan «termina».

Por otro lado, se echan capotes a los contertulios favoritos cuando están en algún apuro. Recordé la escena del circo romano, cuando unos tigres convenientemente atados con cadenas se dejaba que corrieran o no, según el gladiador que tuvieran cerca.

Otro factor es que el presentador alienta y promociona a un tipo especial de personas, los que Bourdieu llama fast thinkers. No se trata de que piensen deprisa, sino que no piensan en absoluto pero hablan de manera sintética, con imágenes y eslóganes. Como comenté en el post anterior sobre la televisión, se trata de celebridades televisivas con facilidad para el tópico. Atraen a la audiencia. Todo contertulio que quiera matizar no es bienvenido.

¿Es esto una enmienda a la totalidad de los profesionales de la televisión? No, Bourdieu menciona las tensiones que existen en la televisión entre las estrellas (millonarias) y los destajistas. Alguna conversación con Maurizio Carlotti en Twitter me confirma este extremo: la presión económica sobre las productoras y sus trabajadores es brutal.

¿Se puede hacer otra televisión? Sin duda. La RAI ha conseguido una audiencia espectacular con Roberto Benigni.

Pablo R. Suanzes lo escribe muy bien en su blog:

Con una parte importante de humor, humor inteligente, fino, profundo. Pero el espectáculo, Benigni, es también una muestra de cultura, de erudición, una fuerza desbordante.

(…)

La primera parte la vieron más de nueve millones de personas. La segunda, más de diez millones. Una barbaridad, casi un 40% de share en prime time.

Y dice algo en lo que coincido plenamente. Ver a Benigni es un disfrute pero al final queda una nube en la conciencia: ¿por qué en Italia tienen a Benigni y nosotros a Buenafuente?

Actualización:

He encontrado este vídeo de Carlotti, en el que compara la televisión con el circo. Creo que no quiere explicar la degeneración del debate que arriba he intentado describir.

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