Escribí esto en enero de 2020, AdC (antes de la covid). Pero lo profundo es una corriente marina, pervive durante muchísimo más tiempo que las olas que agitan la superficie. Hoy, seis meses después, sigue vigente.

Hace un par de días, más de un centenar de intelectuales que se consideran de izquierdas, suscribían un manifiesto a favor de la libre circulación de ideas. No era un manifiesto contra un gobierno, una religión sino contra las turbas, precisamente de izquierdas, que presionan para que se prohiba el debate con la excusa de que todo es discurso de odio.

Este tipo de movimientos se acelera con las redes sociales, no nos equivoquemos, las redes promueven el comportamiento irracional de la masa. Ahí prima el deseo de vencer, no el de debatir. Como bien explica Tufecki, la lectura online es como estar en un estadio de fútbol con los de tu equipo. No importa en absoluto la realidad sino el deseo de pertenencia al grupo.

Me llamó la atención que muchos de los abajofirmantes de Harper’s son de origen judío. Las culturas perseguidas conocen perfectamente el poder de las masas y no se engañan con la pretendida democracia de los juicios populares. La masa, la turba es la que lincha, la que rompe los cristales de los negocios judíos, la que impide hablar al que disiente.

No tiene ningún sentido esperar a los políticos o los tertulianos para implantar el respeto en la comunicación pública, les va bien con la polarización. El manifiesto de Harper’s es un brote de esperanza, voy a intentar explicar por qué.

He pensado en la polarización y en las posibles soluciones y hay una que me convence. La solución de la polarización es una hermandad de reventadores de linchamientos, una liga de mujeres y hombres justos que acallen el rencor en «su» bando. Un grupo de personas conservadoras que cuando ven un comportamiento sectario en «su» bando no sólo no lo jaleen sino que lo condenen públicamente. Un grupo de personas de izquierdas que afee a los suyos su sectarismo.

Para ser de ese hermandad hay que acallar esas pulsiones humanas que están en el fondo de los comportamientos irracionales de grupo: el deseo de ser aceptado, el deseo de liderar, el deseo de vengarse en medio del anonimato, el deseo de deslumbrar e impresionar, entre otros.

¿Alguien se apunta?


Tal día como hoy, hace 75 años, rondando las 7 de la mañana, un soldado soviético de 19 años abría el portalón de los horrores en un descampado polaco. Hoy el ejército soviético liberaba Auschwitz.
Los reyes han ido a la conmemoración hoy en Polonia. El rey Felipe VI fue el encargado de pronunciar el discurso en la cena de gala con los mandatarios de los países invitados a la conmemoración en Israel, hace unos días. Uno de los motivos de esa deferencia, de esa decisión por parte del gobierno de Israel, es que el rey de España es, también, rey de Jerusalén.

El discurso ha sido ninguneado, porque en España estamos en otras cosas. También hay que decir que el discurso sólo está en inglés en la web de la Casa Real, algo absolutamente ridículo.

En resumen, el rey de Jerusalén recordaba que nunca se termina con la barbarie, que hay que estar atento a las «enfermedades civilizatorias», que la tecnología no garantiza la inmunidad ante el horror, que un síntoma de que el mal avanza es el antisemitismo y mostraba su preocupación porque se sigue notando el odio hacia el diferente. La auténtica cura, para Felipe VI, es la empatía y el reconocimiento de que todos somos iguales y que cada ser humano tiene la mayor dignidad.

Viktor Frankl, el gran psiquiatra que también fue liberado de Auschwitz, que perdió allí y en otros campos a su mujer y a sus padres, decía que el ser humano es el que construyó los campos de concentración y es también el que entraba en la cámara de gas rezando. También contaba que él se encontró con la maldad o la bondad tanto entre los prisioneros como entre los guardianes. Qué importante es saber esto e interiorizarlo.

En el discurso público se cuela desde hace tiempo el «ellos y nosotros». Eso es un síntoma clarísimo de patología comunicativa que agudiza la «enfermedad civilizatoria». El ellos y nosotros es el corazón de cualquier nacionalismo, eso es evidente, y ahí entran los fascismos y el nacionalsocialismo. Es el corazón también del marxismo, eso es evidente. Una sociedad estratificada en clases a favor del progreso o en contra. Entre quienes tienen conciencia de clase y los alienados, que somos los demás.

Sin embargo, esto prolifera en las televisiones todos los días, articulando el discurso público, dando palabras y razones a los grupos que antes se consideraban radicales. Según Noelle-Neumann, es una de las funciones de los medios: normalizar un discurso que se consideraba sectario. Lo han hecho con el discurso sectario de Podemos, que ahora se ha impuesto en el discurso del gobierno.

¿Exagero? No lo creo. De manera continua, en plan lluvia fina, se habla de las derechas, como si once millones de españoles fueran menos dignos que los de izquierda. Y resulta que han votado más españoles a los partidos que están contra el gobierno que a favor. De manera continua se habla de ‘menas’, como si fueran por definición una categoría de ser humano y por definición un problema. Como decía Borges, si hablo del problema judío, convierto a los judíos en un problema.

De manera continua, este gobierno traza una raya entre ellos -los que no les han votado- y nosotros, que somos el progreso y la única garantía de democracia. ¿Cómo se hace eso? Pues simplemente negando la evidencia de que la Constitución es un amplísimo paraguas que admite tanto lo que el PSOE defiende como lo que el PP defiende: que los hijos no son de los padres, pero tampoco de los profesores, que no se puede cambiar la estructura del Estado, de la educación, de RTVE, de la política internacional sin más de once millones de españoles.

No soy alarmista. La democracia hay que cuidarla. A Hitler le eligieron los alemanes.