Ya han pasado 13 días desde que Juan Pablo II se ha ido al Cielo. Como la marea informativa sobre el evento ha bajado, me voy a permitir un desahogo que estuve reprimiendo durante estos días.

Cuando el Papa estaba ya muy enfermo y no se ocultaba, pude escuchar a Iñaki Gabilondo estás palabras: «Supongo que quiere llevar la cruz a cuestas, pero alguien debería decirle que ésa no es la forma de llevar la cruz».

Cuando el Papa ya había muerto, en la tertulia de «Hoy por hoy» del mismo periodista, un sujeto que supongo teólogo o experto en cuestiones eclesiales, comentó encantado que los millones de jóvenes que hemos asistido a los actos de Juan Pablo II «iban, sí, pero luego hacían lo que les daba la gana en temas de moral sexual».

El blog que El Mundo inauguró desde Roma se inició con un post que leído hoy resulta ridículo.

¿A qué voy con todo esto? A la peligrosa autocomplacencia y superioridad moral de algunos personajes, que se ven tan por encima de los demás que se permiten decirle al Papa cómo debe llevar la cruz. ¡Atención! le dice al Papa (no a cualquier monaguillo) cómo debe llevar la cruz (no un Audi). Iñaki for Pope!

Y lo del teólogo-adivino-perdonavidas merecería una pregunta, una pregunta que cada día me gusta más y se muestra más necesaria: How do you know? ¿Cómo lo sabes? Evidentemente no lo sabe, lo desea. Y con su deseo nos insulta a millones de personas, con su deseo nos desprecia porque nos considera incapaces de ser coherentes. Eso justamente fue lo que atrajo a millones de jóvenes hacia Juan Pablo II: que les creía capaces de los más altos ideales, que sabía que no era cierto que la juventud fuera sinónimo de egoísmo sino de solidaridad y entrega.

Estos tres ejemplos son sólo anécdotas que ejemplifican la visión que algunos sectores tienen sobre los católicos: no nos ignoran, no nos respetan, pero buscan amoldarnos a sus ideas, buscan nuestra aprobación, buscan insertarnos en su código de valores. No soportan la realidad, han de cambiarla para que encaje en su cuadro.

Este artículo que hoy he podido leer íntegro, que he conocido a través de Sí, sí. No, no explica el desconcierto de ese mundo que quiere cambiar la Iglesia. ¿En dónde quedan esos lamentos farisaicos sobre las iglesias y los seminarios vacíos cuando se «ve» a millones de personas siguiendo a aquel que dicen que es un necio, un loco, un integrista? Supongo que en el mismo sitio en que quedaron los lamentos de los apóstoles cuando Jesús les dijo: «¿Queréis iros vosotros también?».