Teresa de Calcuta perdió la fe, noticia más vista de El País. Se refiere la noticia a otra publicada en la revista Time que se titula
Mother Teresa’s Crisis of Faith. Ambos medios dicen que es algo tan nuevo que nadie sabía y que se va a revelar gracias a la publicación de un libro en el que se recopilan las cartas privadas de la Madre Teresa. El libro lo publica Double Day, y el autor de la recopilación es el padre Brian Kolodiejchuk.

En fin, yo recordaba haber leído sobre este tema en varias ocasiones y, haciendo una búsqueda, me encuentro con una entrevista al postulador de su causa de beatificación, es decir, a la persona que ha defendido ante la Santa Sede que Teresa es santa y, por tanto, la persona que ha tenido que leerse toda la documentación existente sobre la Madre Teresa, todos sus escritos, incluidas las cartas que dicen ahora que eran desconocidas. Esta entrevista es del año 2002 y sabéis qué, el que responde es el mismo autor de la recopilación, el postulador padre Brian Kolodiejchuk.

¿Han descubierto aspectos escondidos hasta ahora de la Madre Teresa al realizar esta enorme investigación?

–Hemos podido comprender que su sencillez escondía en realidad una profundidad que muy pocos habían comprendido y ni siquiera imaginado. Ya antes de los 36 años, cuando comenzó las Misioneras de la Caridad, en sus escritos demuestra una madurez espiritual sorprendente. Sabíamos que una persona con esta fama de santidad mundial y la extraordinaria atracción que ejercía debía tener algo. Pero, ¿qué era? Esta era su secreto. Su profundidad, su vida espiritual, su amor incluso en las pruebas quedan ahora al descubierto.

–En los últimos meses se ha hablado de la «noche oscura» que, al igual que los místicos, sintió en períodos importantes de su vida la Madre Teresa de Calcuta. ¿En qué consistió?

–El fruto espiritual viene del sacrificio, de la cruz. Antes de la inspiración de su obra, ya había tenido una experiencia de oscuridad. Sin embargo, es importante tener en cuenta que esta «noche», este sufrimiento interior, es fruto de su unión con Cristo, como sucedió con santa Teresa de Jesús, o Pablo de la Cruz. Por un lado se da la unión con Jesús y el amor une. Y al unirse a Cristo, comprendió el sufrimiento de Jesús cuando en la Cruz gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

Ahora bien, esta «noche», este sufrimiento, es provocado también por el apostolado, el amor a los demás. Amando a Cristo, comprende también el sufrimiento de los demás, su soledad, y también su alejamiento de Dios.

La «noche obscura» de la Madre Teresa se debió, por tanto, a la doble dimensión que vive el amor de los religiosos: en primer lugar, la «esponsal», su amor a Cristo, que le lleva a unirse a sus sufrimientos, y, en segundo lugar, el amor «redentor», que lleva a compartir la redención, a anunciar a los demás el amor de Dios para que descubran la salvación a través de la oración y el sacrificio.

Por tanto, más que una prueba de fe, era una prueba de amor. Más que sufrir por la experiencia de no sentir el amor de Jesús, sufría a causa de su deseo de Jesús, su sed de Jesús, su sed amor. La meta la de la Congregación es precisamente saciar la sed de Jesús en la cruz a través de nuestro amor a él y nuestra entrega a las almas.

La Madre compartía no sólo la pobreza física y material de los pobres, sentía la sed, el abandono que experimentan las personas. De hecho, la pobreza más grande es no ser amado, ser rechazado.

Time, en su artículo, no tiene lo que se dice un enfoque católico del tema, pero al menos no titulan que Teresa de Calcuta perdió la fe y hacen un esfuerzo para contextualizar lo que llaman crisis de fe: nombra la noche oscura del alma y a varios santos que pasaron por ella. El País no y Periodista Digital, en el colmo de la ignorancia, vincula la «pérdida de fe» de Teresa de Calcuta al conocimiento de la pobreza.

Supongo que la simple curiosidad hará que muchas personas compren ese libro y a un gran porcentaje les hará un enorme bien, pero eso no quita para que resulte cansino y decepcionante que, al tratar temas de la religión católica, la prensa española haga un gran esfuerzo en convertirlos en controversia y por embrollarlos. Se mezcla la ignorancia con la desidia, adobada de mala idea.

El padre Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, en una meditación dirigida en el Vaticano para el Papa, en aquel momento Juan Pablo II, el 12 de diciembre de 2003, habla de esta experiencia del alma de Teresa y la compara con la del Padre Pío, que también pasó por lo mismo.

Para irradiar luz, estas dos almas tuvieron que pasar la vida en la oscuridad, convencidas, además, de «engañar a la gente». San Gregorio Magno dice que la característica de los hombres superiores es que «en el dolor de la propia tribulación, no descuidan la conveniencia de los demás; y mientras soportan con paciencia las adversidades que les golpean, piensan en enseñar a los demás lo necesario, semejantes en ello a ciertos grandes médicos que, afectados ellos mismos, olvidan sus heridas para atender a los demás». Esta señal resplandece en grado eminente en la vida de Madre Teresa y de Padre Pío.

Más adelante, el padre Cantalamessa aclara ese sufrimiento y esa sensación de estar simulando ante los demás.

Todo permite pensar que esta oscuridad acompañó a Madre Teresa hasta la muerte, con un breve paréntesis en 1958, durante el cual pudo escribir gozosa: «Hoy mi alma está llena de amor, de alegría indecible y de una ininterrumpida unión de amor». Si a partir de cierto momento ya no habla casi de ello, no es porque la noche se haya terminado, sino porque ella se ha adaptado a vivir en ésta. No sólo la ha aceptado, sino que reconoce la gracia extraordinaria que encierra para ella. «He comenzado a amar mi oscuridad, porque creo que ésta es una parte, una pequeñísima parte, de la oscuridad y del sufrimiento en que Jesús vivió en la tierra».

La flor más perfumada de la noche de Madre Teresa es su silencio sobre ésta. Tenía miedo, al hablar de ello, de hacerse notar. Las personas más cercanas a ella no sospecharon nada, hasta el final, de este tormento interior de la Madre. Por orden suya, el director espiritual tuvo que destruir todas sus cartas y si algunas se salvaron es porque él, con permiso de ella, hizo una copia para el arzobispo y futuro cardenal T. Picachy, las cuales se encontraron tras su muerte. El arzobispo, afortunadamente, rechazó la petición que le hizo también a él Madre Teresa de destruirlas.

(…)

La interminable noche de algunos santos modernos es el medio de protección inventado por Dios para los santos de hoy que viven y trabajan constantemente bajo los focos de los medios. Es el traje de amianto para quien debe ir entre las llamas; es el aislante que impide a la corriente eléctrica salir, provocando cortocircuitos…

San Pablo decía: «Para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne» (2 Co 12,7). La espina en la carne, que era el silencio de Dios, se reveló eficacísima para Madre Teresa: la preservó de todo arrobamiento en medio de todo lo que el mundo decía de ella, también en el momento de recoger el premio Nobel de la paz. «El dolor interior que siento –decía– es tan grande que no me afecta nada toda la publicidad y el hablar de la gente».

También esto une a Madre Teresa y a Padre Pío. Un día, Padre Pío, mirando por la ventana a la multitud reunida en la plaza, preguntó maravillado al hermano que tenía al lado: «¿Por qué han venido todos éstos?», y a la respuesta: «Por usted, Padre», se retiró rápidamente suspirando: «Si sólo supieran…».

Pero existe una razón aún mas profunda que explica estas noches que se prolongan durante toda una vida: la imitación de Cristo, la participación en la oscura noche del espíritu que envolvió a Jesús en Getsemaní y en la que murió en el Calvario, gritando: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». En la carta apostólica Novo millennio ineunte, a propósito del «rostro doliente» de Cristo, el Papa escribe:

«Ante este misterio, además de la investigación teológica, podemos encontrar una ayuda eficaz en aquel patrimonio que es la «teología vivida» de los Santos. Ellos nos ofrecen unas indicaciones preciosas que permiten acoger más fácilmente la intuición de la fe, y esto gracias a las luces particulares que algunos de ellos han recibido del Espíritu Santo, o incluso a través de la experiencia que ellos mismos han tenido de los terribles estados de prueba que la tradición mística describe como «noche oscura». Muchas veces los Santos han vivido algo semejante a la experiencia de Jesús en la cruz en la paradójica confluencia de felicidad y dolor» [13].

La carta cita la experiencia de Santa Catalina de Siena y de Teresa del Niño Jesús; ahora sabemos que se podría citar también el ejemplo de Madre Teresa. Ella llegó a ver cada vez más claramente su prueba como una respuesta a su deseo de compartir el «Sitio» de Jesús en la cruz:

«Si la pena y el sufrimiento, mi oscuridad y separación te da una gota de consolación, Jesús mío, haz de mí lo que quieras… Imprime en mi alma y vida el sufrimiento de tu corazón. Quiero saciar tu sed con cada gota de sangre que puedas hallar en mí. No te preocupes de volver pronto; estoy dispuesta a esperarte toda la eternidad» [14].

Sería un gran error pensar que la vida de estas personas sea toda sombrío sufrimiento. La Novo millennio ineunte, hemos oído, habla de una «paradójica confluencia de felicidad y dolor». En el fondo del alma, estas personas gozan de una paz y alegría desconocidas para el resto de los hombres, derivadas de la certeza, más fuerte que la duda, de estar en la voluntad de Dios. Santa Catalina de Génova compara el sufrimiento de las almas en este estado al del Purgatorio, y dice que éste «es tan grande que sólo es comparable al del infierno», pero que existe en ellas una «grandísima alegría» que sólo se puede comparar a la de los santos en el Paraíso [15].

La alegría y la serenidad que emanaban del rostro de Madre Teresa no eran una máscara, sino el reflejo de la unión profunda con Dios, en quien vivía su alma. Era ella la que se «engañaba» sobre sí misma, no la gente.

En fin, que Teresa, al igual que Santa Teresa de Lisieux, que San Juan de la Cruz, que Santa Catalina de Siena o el Padre Pío y que tantos santos de Dios han sufrido una purificación de su fe que les ha llevado a la soledad del Calvario, por amor a Dios y a la humanidad. Estremecedor.