Hace una semana, el pasado domingo, fuimos a Misa a San Pedro. A la salida, ya estaba la plaza llena de gente porque a las 12 de la mañana salía Benedicto XVI a rezar el Regina Coeli. He estado en numerosas ocasiones en la plaza de San Pedro, cuando Juan Pablo II salía a la ventana de su estudio, y nunca pude ver en un domingo normal, sin celebración especial, una multitud llenando la plaza.

Vista de la plaza de San Pedro en el Regina Coeli con Benedicto XVI

Personas del Vaticano han comentado que la afluencia de peregrinos se ha triplicado desde que Benedicto XVI ha sido elegido Papa. En mi opinión, es un reflujo del rastro dejado por Juan Pablo II combinado con la gracia de Dios. A la tumba de Juan Pablo II se acercan todos los días miles de personas, se paran ante su lápida, algunas no pueden contener la emoción y lloran, todas rezan. Encima de su tumba se ponen rosarios, crucifijos, estampas, para llevárselas a casa como un recuerdo precioso. Las dos personas encargadas de la tumba de Juan Pablo II tienen que hacer circular a la gente porque todo el mundo quiere quedarse allí y no hay sitio. Luego, esas personas van a ver a Benedicto XVI.

Tumba de Juan Pablo II

En la última sesión del Congreso al que asistí en Roma Joaquín Navarro Valls nos habló de la «untold story» de la gestión de comunicación de los últimos días de Juan Pablo II. Se me quedó una observación que le quería haber hecho, pero todo el mundo quería preguntar y agradecerle su trabajo. Mi observación era un agradecimiento y una ocurrencia. Recordaba aquella rueda de prensa en la que, después de decir los datos médicos del estado del Papa, un periodista le pregunta a Navarro Valls sobre sus sentimientos en estos momentos. Navarro Valls claramente se emociona y dice: «Lo que yo sienta no tiene interés. Ciertamente es una imagen que no había visto en estos 26 años. El Papa, lúcido, extraordinariamente sereno, con la lógica -relativa- dificultad de respirar: es una imagen nueva». Era el 1 de abril, al día siguiente moría Karol Wojtyla. Pues bien, ese momento de emoción de Navarro Valls fue el catalizador de las emociones del planeta. En aquel momento no sólo fue «il portavoce» de la Santa Sede sino el portavoz de todos nosotros. Aquel gesto compungido de Joaquín fue como el de un hermano mayor que admite que este no es un achaque más del Padre, que esta vez no va a haber recuperación y todos nos dimos cuenta de que aquel hombre de blanco que había estado siempre en nuestras vidas, a cargo de la Casa, tenía derecho a descansar. Y que nos quedábamos huérfanos.

Navarro Valls en el Congreso de la Pontificia de la Santa Cruz

Pero la Iglesia es siempre joven y está viva. Como escribí entonces, toda aquella oración de los cristianos, los musulmanes, los judíos y todas las personas de buena voluntad de la tierra, volvió a nosotros, como una lluvia de primavera. Juan Pablo II efectivamente nos mira desde el Cielo y Benedicto XVI está palpando y recogiendo ese reverdecer. Aquel 2 de abril hubo como una necesidad de dar un paso adelante, de recoger el testigo de aquel Padre que había estado infatigable al frente de la Iglesia. Y ese paso adelante lo dan miles de personas, todos los días y algunas de ellas necesitan ir a Roma, a ver al Papa. Son más de 20 siglos de juventud.