LA VANGUARDIA DIGITAL – En nombre de la democracia, ley ilegítima

Josep Miró i Ardèvol, quien fue conseller con Pujol y del que ya hemos hablado en esta bitácora, publica hoy un artículo en La Vanguardia que, amablemente, me envía Franco Alemán.

Razona bien el articulista que Zapatero no cree en el diálogo, a pesar de hablar de él incasablemente. Lo practica poco, no se le ha visto reunión alguna con ninguno de los colectivos contrarios al matrimonio homosexual ni con ninguna de las instituciones del Estado que han avisado de su difícil encaje en la legalidad constitucional. Sólo habla con quien le da la razón.

Igualmente, Miró se pregunta por qué Zapatero no cumple otras promesas electorales que tienen el apoyo del 100 por cien de la población:

Es hipócrita aducir el compromiso electoral. Primero, porque el Gobierno sabe bien que los motivos de su elección fueron otros. Segundo, porque no aplica la misma prioridad a otros compromisos de su programa mucho más necesarios y, dotados -éstos sí- de respaldo social, como la falta de viviendas, el «establecimiento del permiso por paternidad y la ampliación del de maternidad», «el incremento de las ayudas a la familia para acercarla al nivel europeo, hasta el 1% del producto interior bruto», «la creación de un nuevo Consejo Estatal para las políticas familiares con la participación de las asociaciones», «la extensión de la jornada continua para que pudiéramos estar con nuestros hijos como los europeos» (sic), «el establecimiento de la paga de 100 euros para todas las mujeres cotizantes y no cotizantes», «la universalización de las actuales prestaciones por hijo a cargo para que todas las familias cobren la paga de 24 euros al mes por hijo». Todo eso son promesas literales de su programa. ¿Por qué no las cumple?

Ayer estuve viendo un documental sobre la China de Mao. Mao creyó que con «El Gran Salto Adelante» podría hacer que China pasara de ser un país agrícola a uno industrial en pocos años y ponerse a la altura del Reino Unido y los EEUU. Después de unos años lo que consiguió fue matar de hambre a 30 millones de chinos. Entonces, decidió dedicarse a la revolución cultural, que sale más barata, no necesita resultados mesurables, puede prolongarse indefinidamente (siempre hay gente a la que purgar) y entretiene al pueblo con nuevas conquistas virtuales. Creó una casta de jóvenes fanáticos, la Guardia Roja, y se dedicó a lanzarlos contra la población. Los jóvenes fanáticos actuaban como ojos de Mao, denunciando y amedrentando a los tibios, a los no políticamente correctos. Blandían el libro rojo de Mao y se aprendían sus consignas, para lanzarlas contra los revisionistas.

Bien, salvando las distancias, estamos en plena Revolución Cultural Zapaterista. Todo es cambiable, nada es permanente, el líder es el que dicta dónde está hoy el progreso. El bienestar de los españoles es lo de menos, no se atreve a tomar medidas que mejoren la economía, aumenten la competitividad, rebajen el peso del deficit comercial, disminuyan la inflación o mejoren las prestaciones sociales. Pero nos tiene enretenidos con su programa de revolución cultural que hoy pasa por los matrimonios homosexuales, mañana por los embriones, pasado por el divorcio express y las alianzas de civilizaciones, y así un día y otro. Temas que crispan, que enfrentan, que crean una aparencia de actividad en donde sólo hay inepcia profunda para la labor cotidiana de gobierno.

Como dice Miró: «Objeción de conciencia y resistencia civil han de ser la consecuencia de legislar sin legitimidad ni consenso. Todo lo demás pasa a segundo plano».

Actualización:

Manel, en Hispalibertas, hacía ayer un análisis parecido que no había leído. Ya somos unos cuantos. Y el título de «La rosa sin espinas» recuerda el tono lírico de La Campaña de las Cien Flores de la revolución maoísta. ;o)