El debate sobre la gratuidad de la información en Internet y su efecto sobre la prensa se ha reabierto en EEUU, según cuenta Steve Outing, en Poynter Online. El nuevo capítulo de este debate («el debate interminable» lo titula Steve) se ha producido a raíz de un artículo en el New York Times titulado «Can papers end the free ride online?». En él se da una visión negativa del futuro de la prensa escrita «por culpa de Internet». Personalmente, no estoy de acuerdo con esa percepción.

El artículo, de Katharine Seelye, es más bien un reportaje extenso con multitud de ejemplos de periódicos de todo tipo y las distintas alternativas elegidas en cuanto a la combinación de negocio en prensa y en web. Seelye no da ninguna solución, no apunta a nada, sólo expone ejemplos con detalle, muy interesantes… y ninguno claramente indicativo de una vía de solución al gran dilema de los medios actuales: cómo ganar dinero con el servicio de la información en un entorno de acceso gratuito a la misma. Personalmente me ha gustado la constatación (por otro lado obvia, aunque no había caído en ello) de que los periódicos y revistas que, sin duda, NO se pueden permitir el dar la información gratis en su web, son aquellos cuyos lectores son principalmente suscriptores. Otra obviedad del artículo es que sólo se puede cobrar por aquellos contenidos informativos (nichos) que se controlan de forma monopolística.

Aunque el artículo no termina con unas «conclusiones», la percepción final es negativa. La mía particular, muy similar a la de Steve aunque no idéntica, es que la tendencia al «precio cero» restará lectores a largo plazo a las versiones impresas, con la caída de la publicidad en ese soporte (principal fuente de ingresos con diferencia en la actualidad), mientras que el crecimiento de la publicidad on-line (que acompañará a la inevitable migración de los lectores hacia los medios digitales), aunque muy fuerte (tiene la ventaja de que la segmentación del público objetivo es infinitamente más acertada y eficaz que en un periódico convencional), no será suficiente para soportar el coste de la búsqueda y «producción» de la información, al menos con las estructuras mediáticas que conocemos hoy en día.

Es obvio (otra vez) que la tendencia a la gratuidad es imparable. El artículo de Seelye incluye varias declaraciones de responsables de periódicos que lamentan no haber cobrado por el acceso a sus websites desde el primer momento (en los 90), porque -argumentan- el público no se habría acostumbrado a la gratuidad (como si eso fuera una mala costumbre que hubiera podido ser evitada). En mi opinión este lamento, aparte de inútil, no tiene razón de ser. Internet como estructura de comunicación impide o dificulta en extremo el ponerle precio a sus contenidos. Es como un inmenso tablón de anuncios en el que cualquiera puede poner un mensaje: lo que no diga uno lo dirá otro. Google News, por ejemplo, hubiera surgido de todos modos, más tarde o más temprano.

La lucha está perdida de antemano… ¿o no? Se me ocurren varias cosas que quizás a alguien pudieran darle ideas prácticas:

– si se aumenta el número de lectores online por encima de los niveles actuales de periódicos impresos, el alcance (y precio) de la publicidad será mayor. Eso es posible: Internet es interactivo y participativo…

– si la presentación de la información cambia haciendo participar en ella al lector (interactividad), por ejemplo creando o completando las noticias y convirtiendo su seguimiento en una parte de la propia actividad individual (esta idea de Outing me parece muy buena y va en esa línea), el resultado informativo final no sólo es más barato, sino mucho más amplio, complejo y efectivo, atrae a muchos más lectores y convierte el acceso a la información no en un lujo puntual de algunos, sino en un hábito de cualquier ciudadano prácticamente en cualquier clase social (siempre que tenga algún medio tecnológico de acceso y participación, eso sí)

En cualquier caso podríamos preocuparnos porque la única vía posible de rentabilidad (aumento de público objetivo con aumento de ingresos publicitarios, y colaboración «voluntaria» en la producción de la información con reducción de costes) parece que conllevaría inevitablemente un cierto grado de reducción de la calidad final de la información… ¿o no?

¿Es eso cierto? Al fin y al cabo, hoy día los periódicos son en una gran parte el reflejo de las notas de agencias, una parte de «opinión» y el resto producción propia, que muchas veces no llega ni al tercio del total del periódico, o bien es información empresarial o sectorial poco cercana a la realidad cotidiana de la masa de lectores. ¿Qué pasaría si se volcara la balanza hacia el ciudadano y sus intereses más directos, en una información más actualizada y flexible? ¿Acaso dejarían de existir las agencias de noticias? Probablemente no. La información nacional e internacional no cambiaría sustancialmente para el 80% de los periódicos. Quizás la económica, más compleja y localizada, sufriera un cierto deterioro; o puede que no, al fin y al cabo es donde más «nichos» se encuentran y donde se puede cobrar por la información con más lógica y posibilidades de aceptación.

En cambio, los medios ganarían en cercanía a su público, y el enfoque sería radicalmente menos institucional y más humano. Habría nuevos riesgos (la flexibilidad necesaria de «contar» con el público llevará sin duda a que haya más inexactitudes y errores en la información), pero se verían compensados al convertir el derecho a la información de los ciudadanos en -permítaseme decirlo aunque sea un poco exagerado- el ejercicio más pleno imaginable de la libertad de expresión (al menos en el plano informativo).