Cuando el Estado cede ante la presión de los asesinos, el efecto inmediato, profundo y persistente es que el monopolio de la violencia se resquebraja. Sé que lo que voy a decir es muy fuerte, pero uno de mis temores desde ayer es que ahora sí, con sus estrategias de aprendices de Rasputín, con sus tretas de políticos mediocres, este gobierno haya provocado tal ira entre las víctimas con la excarcelación de Iñaki de Juana que alguien decida tomarse la justicia por su mano.

Ojalá no ocurra nada parecido, porque no hay justificación, pero cuando el Estado abandona a las víctimas, éstas tienden a convertirse en verdugos.

La otra consecuencia, inevitable en este caso, es que se ha indicado un precedente legal al que se podrán acoger todos los convictos de España. Ponerse en huelga de hambre abre las puertas de las cárceles en España.

Recomiendo el artículo de Alvaro Delgado Gal en La Gaceta de los Negocios, del que pongo un párrafo a continuación y la totalidad en seguir leyendo.

Todo esto es retorcido, agobiante, y desprende un tufo insoportable. ¿Por qué? Porque lo que de veras no es de ida y vuelta, es la mentira. Se miente por segunda vez pare encubrir la mentira inicial, y una tercera para encubrir la segunda, y así hasta que se acaba donde Cristo dio las tres voces. Por efecto de la mentira incontenible, se pierden los puntos de referencia que hacen posible el discurso inteligente, y al cabo no se dicen más que disparates. Se ha argumentado que el Gobierno popular excarceló a etarras cuya salud peligraba. Es verdad. Pero se trataba de enfermos terminales de cáncer o de sida. La ley prevé, por razones humanitarias, que esos presos acaben su vida en casa. Es verdaderamente impresionante que se invoquen tales precedentes para alegar la excarcelación de una persona que se ha declarado en huelga de hambre y cuyo propósito es echar un pulso al Estado y ganarlo. No es menos impresionante ignorar que la cesión del Gobierno, adornada con los argumentos que se han esgrimido aquí y allá, podría alojar consecuencias explosivas. Los presos ya tienen una razón para imitar a De Juana y ser objeto de los mismos desvelos humanitarios que se piensa dispensar al terrorista.


¿Por qué escandir versos?
Los presos ya tienen una razón para imitar a De Juana y ser objeto de los mismos desvelos humanitarios
Álvaro Delgado-Gal

De Juana Chaos ya ha salido de la clínica Doce de Octubre, por la puerta de atrás. En el momento de escribir estas líneas, desconozco qué figura se ha aplicado para justificar el régimen de prisión atenuada. Pero es evidente que los formalismos importan mucho menos que el fondo. El motivo desencadenante de la acción del Gobierno no es la salud del terrorista, sino la incapacidad en que se halla de resistir al chantaje de ETA. Presumo, por tanto, que se habrá buscado un pretexto que no sea de ida y vuelta. Es decir, que no cese antes de que De Juana haya concluido su condena.

Todo esto es retorcido, agobiante, y desprende un tufo insoportable. ¿Por qué? Porque lo que de veras no es de ida y vuelta, es la mentira. Se miente por segunda vez pare encubrir la mentira inicial, y una tercera para encubrir la segunda, y así hasta que se acaba donde Cristo dio las tres voces. Por efecto de la mentira incontenible, se pierden los puntos de referencia que hacen posible el discurso inteligente, y al cabo no se dicen más que disparates. Se ha argumentado que el Gobierno popular excarceló a etarras cuya salud peligraba. Es verdad. Pero se trataba de enfermos terminales de cáncer o de sida. La ley prevé, por razones humanitarias, que esos presos acaben su vida en casa. Es verdaderamente impresionante que se invoquen tales precedentes para alegar la excarcelación de una persona que se ha declarado en huelga de hambre y cuyo propósito es echar un pulso al Estado y ganarlo. No es menos impresionante ignorar que la cesión del Gobierno, adornada con los argumentos que se han esgrimido aquí y allá, podría alojar consecuencias explosivas. Los presos ya tienen una razón para imitar a De Juana y ser objeto de los mismos desvelos humanitarios que se piensa dispensar al terrorista.

Seamos claros. Tras el atentado de Barajas, se presentaban dos alternativas. Una consistía en reconocer que se había roto el proceso. Otra, era mantener las negociaciones a pesar de los dos muertos que ETA había puesto sobre la mesa. La segunda alternativa se bifurcaba en nuevas alternativas. Lo más honesto, habría sido admitir que las negociaciones persistirían. Pero se eligió lo menos honesto. Se optó por preservar el proceso al tiempo que se lo declaraba extinto. Esto significa que será preciso camuflar con argumentos ad hoc cada nuevo paso, cada nuevo movimiento, que el Gobierno haga en su agónica y progresiva rendición fáctica a los terroristas. Cuando se haya trasegado el bocado ingrato de De Juana, habrá que excogitar una coartada para que HB pueda presentarse a las elecciones. Y después será cuestión de inventarse otras astucias, hasta que la cosa fermente, se hinche, y estalle. Hemos pasado, del secretismo, al escándalo a cielo abierto.

El daño para las instituciones es enorme, y se pagará en plazos que van más allá de la permanencia de un Gobierno en el poder. Desde la calle, el asunto se percibe con menos precisión. Lo que siente el ciudadano distraído, es que ETA pone las condiciones, y que el Estado no es serio. Conviene añadir que el affaire De Juana ha sido, además de grave, ridículo. Estando aislado, celebra entrevistas que aparecen publicadas en la prensa extranjera; se acuesta con su novia; sale en fotografías, etc… No se han pedido cuentas a Instituciones Penitenciaras, ni el ministro del Interior, que fracasó aparatosamente en el seguimiento y estimación de las actividades de la banda terrorista ETA, ha considerado preciso presentar la dimisión, o, en su defecto, remover a algunos cargos de la casa que aún preside.

La decadencia de un sistema se mide de varias maneras. En contra de lo que suele pensarse, el síntoma más decisivo está desprovisto de espectacularidad. No suceden —hasta que suceden— grandes cosas, sino que va generándose una tolerancia creciente hacia hechos que habrían activado todas las alarmas en un organismo más sano. Al cabo, se registra como natural lo que no lo es de ninguna manera. El desarreglo creciente de nuestra democracia se alimenta de dos fuentes. En primer lugar, la ausencia de una tradición democrática sólida impide que se dé a los actos políticos el valor que tienen. Somos como jugadores de fútbol que no tuvieran demasiado claro que no se puede coger el balón con las manos, o que un defensa central no puede hacer al tiempo de portero.

El otro factor de la distorsión reside en el mal comportamiento de los partidos. Cuando, de la rivalidad, se pasa a la lucha campal, todo el país se vuelve esquizofrénico y se hace difícil distinguir un insulto de un argumento. La simplificación bárbara de la vida democrática abre un espacio capaz a los irresponsables. ¿Por qué escandir los versos, cuando sólo se usan interjecciones?