Lo que no se dice

Álvaro Delgado-Gal, como casi siempre, se permite el lujo de razonar y deja claro el autoritarismo que hay detrás de la pretensión de llamar matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo.

Lo que querrían decir es esto: el matrimonio es una sanción y también una regulación legal de un hecho natural. A saber, el hecho de la reproducción, el cual exige un padre y una madre. Ser padre no es optativo, puesto que usted no sería padre si no fuera hombre. Y tampoco, mutatis mutandi, es optativo ser madre. Resulta de ahí que jugar a madre siendo padre, o a padre siendo madre, es imposible y por tanto grotesco. El pensamiento conservador, en fin, interpreta los roles parentales tomando en consideración nuestra condición biológica, que es una condición no elegida.

El pensamiento progresista, por lo contrario, percibe el determinismo biológico como un ultraje a la libertad humana. Por eso no se contenta con disposiciones legales que protejan a las parejas homosexuales. Va más allá y asevera que una pareja homosexual puede estar tan matrimoniada como una pareja heterosexual. Se enmienda la plana a la biología y se pone en el Boletín Oficial del Estado lo que no está en los genes. Se trata de un gesto autoritario, y en cierto modo lunático. Que sólo haya sido contrastado coherentemente desde la Iglesia y el Derecho Natural de viejo cuño revela el acomodo inestable de los conservadores en la ética contemporánea.

Hablando de genes, ¿se habrán dado cuenta los legisladores que nombrando a los homosexuales matrimoniados como progenitores están faltando a la verdad más básica? Generar vida entre ellos es lo que justamente no pueden hacer. Y, como bien apuntaba mi amiga María (holaa) en conversación ayer, se les ha escapado el lenguaje sexista en la redacción de la ley, no han escrito progenitores y progenitoras sino sólo progenitores. ¡Qué hace la Red estatal de Feministas que no denuncia esta indignidad?

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Lo que no se dice
«Quien alega que los homosexuales tienen derecho a casarse debe explicar qué entiende por ‘matrimonio’. Y quien rechaza que la igualdad de derechos justifique el matrimonio entre homosexuales también debe explicar qué entiende por ‘matrimonio”.
Álvaro Delgado-Gal

No sabemos en qué acabará la negativa del alcalde de Valladolid a celebrar matrimonios entre homosexuales. Se trata de un conflicto que habrán de resolver los jueces o quizá un comité disciplinario del Partido Popular. Pero esto guarda un interés muy limitado. Importa más el debate moral, y lo que se está oyendo desde la orilla socialista o la contrapuesta de los populares. Lo notable del cruce de argumentos es su radical falta de sustancia. Dado que el asunto no es pueril en absoluto, el caso merece una explicación. Empiezo echando un vistazo por el lado de babor.

El otro día Rodríguez Zapatero miró a no sé quién a los ojos y le dijo algo del tenor de lo que sigue: “¿Tiene usted corazón para negar a los homosexuales la igualdad de derechos?”. La frase es impresionante y, al mismo tiempo, completamente vacía. La ley prohíbe que un padre se case con su hija, o una madre con su hijo, o dos hermanos entre sí. Y esto no se interpreta como una lesión a los derechos de madres, padres, hijos o hermanos. ¿Por qué? Porque la igualdad de derechos no es un principio que sirva, enunciado en abstracto, para definir lo que se puede hacer. La igualdad de derechos, por ejemplo, no le permite a usted disponer de mis ahorros como si fueran suyos. A lo que le autoriza es a disponer de sus ahorros como yo dispongo de los míos. El concepto de “igualdad de derechos”, desanclado del concepto de “propiedad”, conduce a conclusiones absurdas. Por la misma regla de tres la especie “derecho a contraer matrimonio”, separada de la noción “matrimonio”, puede llevarnos, potencialmente, al disparate. Quien alega que los homosexuales tienen derecho a casarse debe explicar qué entiende por “matrimonio”. Y quienes rechazan que la igualdad de derechos justifique el matrimonio entre homosexuales están en la obligación, también, de explicar qué entienden por “matrimonio”.

Aclarado esto, paso a la banda derecha. Confieso sentirme intrigado por la debilidad que presentan muchos razonamientos. En su mayoría son tautológicos. O aseveran sin más que el matrimonio debe ser entre un hombre o una mujer, o asumen un giro lingüístico y reiterativo. Así, se oye muchas veces que el Diccionario de la Real Academia define el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer. Si ésta fuera la cuestión, estaríamos ante un conflicto menor. Bastaría que la Academia de la lengua alterase la definición en la próxima edición del diccionario para que desapareciese el problema. Las lecturas constitucionales no van tampoco al fondo del asunto. En mi opinión, es cristalinamente claro que la Carta Magna contempla el matrimonio como un contrato que envuelve a dos personas de distinto sexo. Pero la cosa queda ahí. Nada impediría que la Constitución se alterase para cobijar bajo la cláusula “matrimonio” a uniones homosexuales. La apertura iría pareja a una nueva concepción del matrimonio. Y subsistiría el problema de partida: ¿tiene sentido equiparar las uniones homosexuales a las heterosexuales?

Ni los gobiernos, ni los diputados a Cortes, ni los magistrados del Tribunal Constitucional, usufructúan una autoridad específica para contestar a esta pregunta. Esta pregunta es filosófica. Es decir, sólo se puede contestar ubicándola en una comprensión de las cosas de índole general. Lo gracioso, lo realmente significativo, es que los conservadores saben lo que querrían decir. Sólo que no se atreven a decirlo. En algunos casos, han terminado por no saber decirlo de puro no atreverse a decirlo.

Lo que querrían decir es esto: el matrimonio es una sanción y también una regulación legal de un hecho natural. A saber, el hecho de la reproducción, el cual exige un padre y una madre. Ser padre no es optativo, puesto que usted no sería padre si no fuera hombre. Y tampoco, mutatis mutandi, es optativo ser madre. Resulta de ahí que jugar a madre siendo padre, o a padre siendo madre, es imposible y por tanto grotesco. El pensamiento conservador, en fin, interpreta los roles parentales tomando en consideración nuestra condición biológica, que es una condición no elegida.

El pensamiento progresista, por lo contrario, percibe el determinismo biológico como un ultraje a la libertad humana. Por eso no se contenta con disposiciones legales que protejan a las parejas homosexuales. Va más allá y asevera que una pareja homosexual puede estar tan matrimoniada como una pareja heterosexual. Se enmienda la plana a la biología y se pone en el Boletín Oficial del Estado lo que no está en los genes. Se trata de un gesto autoritario, y en cierto modo lunático. Que sólo haya sido contrastado coherentemente desde la Iglesia y el Derecho Natural de viejo cuño revela el acomodo inestable de los conservadores en la ética contemporánea.