«No decimos, por tanto, “mártires de la Guerra Civil”, lo cual es inexacto cronológica y técnicamente. Las guerras tienen caídos en uno y en otro bando. Las represiones políticas tienen víctimas, sean de uno o de otro signo. Sólo las persecuciones religiosas tienen mártires, sean de una o de otra ideología, de una o de otra preferencia –o pertenencia- política o incluso de distintas confesiones religiosas».

Dossier (PDF) de la Conferencia Episcopal Española sobre las beatificaciones de 498 mártires del siglo XX. De hecho, varios de ellos fueron asesinados en 1934 por odio a la religión.

Ayer, en un acto previo a la ceremonia, se leyó un texto de Bartolomé Blanco, laico, nacido en Pozoblanco (Córdoba) y martirizado a los 21 años. En la carta que se ha leído, dirigida a sus tías y primos, Bartolomé escribió: “Conozco a todos mis acusadores; día llegará que vosotros también los conozcáis, pero en mi comportamiento habéis de encontrar ejemplo, no por ser mío, sino porque muy cerca de la muerte me siento también muy próximo a Dios Nuestro Señor, y mi comportamiento con respecto a mis acusadores es de misericordia y perdón. Sea ésta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia que quiero vaya acompañada del deseo de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal”.

Asistió a la beatificación, a título personal, un diputado socialista, José Andrés Torres Mora. Es sobrino de uno de los mártires:

«Le abrieron el vientre, como a un cochino», dice su hermana. Pero ni a los cerdos los matan así. No los despiezan ni los queman cuando aún están vivos. De poco le sirvió a Juan Duarte esconderse en el campo; de poco, refugiarse en casa al abrigo de la familia. De nada. Los culatazos de los milicianos republicanos atronaban en la puerta. Se lo llevaron. Era un seminarista de 24 años que estaba pasando las vacaciones de 1936 en Yunquera, su pueblo de Málaga, donde aún no habían entrado los nacionales. Cuando la madre se enteró de lo que le habían hecho a su hijo se le heló el corazón. No tardaron en enterrarla. Los seis hermanos ya sólo eran cinco, al cargo del padre. En esa guerra ellos también fueron del bando de las víctimas.