Aguanta, como un campeón, el declive de la edad y prueba al mundo que no importa el aspecto físico para ser un heraldo de la verdad.

A este Papa quizás no le recordáis los más jóvenes tal como era al empezar en 1978 su papado, yo sí le recuerdo. Era un hombre atractivo, carismático, simpático. Todo ello sin dejar de ser profundo, exigente, filósofo, poeta, dramaturgo. El momento mundial era inquietante y él puso mucha seguridad y mucha luz: ¡No tengáis miedo! fueron sus primeras palabras. Huracán Wojtyla, le llamaban.

He tenido la suerte de verle en muchas ocasiones, a veces desde muy cerca. Le he oído cantar, decir una broma, le he visto seguir con los pies el ritmo de una canción, sonreír a alguien determinado del público o hacer un gesto de complicidad. Le he visto, por ejemplo, en Polonia, ante dos millones de personas, intercambiando chanzas con el público, dominando la explanada de Czestochowa como si estuviera en una habitación con pocas personas.

Ha desplegado una actividad desbordante en muchos campos. Parece que a veces el dicho de que quien mucho abarca poco aprieta no se cumple. Ha trabajado por el ecumenismo, la reforma interna de la Iglesia, la elaboración de un Catecismo, el acercamiento a los hermanos mayores judíos, la defensa de los derechos humanos, la promoción de África e Hispanoamérica, la clarificación de aspectos doctrinales sobre la familia, la doctrina social, la difusión de la fe a través de los medios de comunicación, la reforma de la Curia… cada uno de esos aspectos hubiera supuesto un papado fructífero. Cuando se concentran tantas cosas tan buenas y ambiciosas en una sola, es un milagro.

Para él podría ser duro, muy humillante, pasar de ser un líder deportista, simpático y brillante a ser un anciano al que apenas se le entiende. Digo podría porque, según lo que comentan sus más allegados, vive ajeno a su propia persona. Y esa misma entereza de aguantar a los ojos del mundo su propia humillación es tan aleccionadora como sus discursos tonantes en los años 80.

Ambas cosas – aparecer triunfante o aparecer físicamente vencido- son compatibles y complementarias para él porque en su corazón cultiva una idea y un querer: que a través de su persona se transparente Cristo. Y lo está consiguiendo.

Es un gran hombre, es una bendición tenerle entre nosotros. Ha escrito la historia y la sigue escribiendo cada día, sea desde la cama del hospital o sea hablando ante las multitudes.

Santidad, nos vemos en Colonia.