«Al principio, Dios quiso poner un belén y creó el universo para adornar la cuna. (…)

Pensó en su Madre: toda la eternidad soñó con Ella. Y, añorando sus caricias, fue dibujando en los antepasados de María como esbozos de esa flor que había de brotar a su tiempo.

Igual que un artista que persiguiera tenazmente la pincelada perfecta, Dios pintó miles de sonrisas en otros tantos labios. Y ensayó en otros ojos la mirada limpísima que tendría su Madre. Hasta que un día nació la Virgen, su Hija predilecta, su Esposa inmaculada, su obra maestra. Y la colocó en el belén junto a la cuna, con Jesús, que, por ser sólo de María, era su vivo retrato.

Y vio Dios todo lo que había hecho. Y era muy bueno; más aún, estupendo. Y tanto le gustó que decidió transmitir en directo el nacimiento de su Hijo a todos los diciembres de la historia, y a todos los corazones que tuvieran sitio para un belén. Y así inventó la Navidad.»

El Belén que puso Dios.
Enrique Monasterio

Desde entonces, hay una mirada nueva en el mundo que antes no existía. Es una mirada entre divertida y contenida, la mirada tierna y sabia de los santos, la primera mirada al Universo de un Niño Dios.