Creo que una de las consecuencias de la amenaza del terrorismo es que está poniendo de manifiesto, de nuevo, que hemos avanzado muy poco en la auténtica democratización de nuestras sociedades.
A war for us, fought by them es un artículo de opinión publicado hace varios días en el New York Times en el que el autor pone de manifiesto que de los soldados profesionales americanos que están en Irak, por primera vez en las guerras llevadas a cabo por EEUU, sólo 3 son familia de los miembros del Congreso y el Senado y ninguno es familiar ni remotamente de los Bush. Como apunta el autor, los que hoy van a la guerra son o los profundamente patrióticos o los muy necesitados económicamente.
El punto al que quiere llegar el autor es que cuando en la guerra, los muertos son los hijos de los otros, la guerra se vuelve muy impersonal. Estoy profundamente convencida de ello, no sólo por ese detalle más o menos anecdótico de que casi ningún político americano tenga familiares entre las tropas, sino que a la hora de declarar una guerra, la percepción es absolutamente diferente si uno va a estar o no envuelto en ella. La civilización ha retrocedido en el momento en que quienes declaran las guerras no van a ellas. Los jefes de gobierno o de Estado, aquellos que tienen la potestad de enviar personas a la muerte, deberían correr los mismo peligros.
Esto viene especialmente al caso en estos días, cuando estamos hartos hasta la náusea de escuchar los preparativos para la boda de Felipe y Letizia. 18.000 agentes de seguridad, un Awacs, varios cazas, millones de euros gastados en seguridad para proteger a unos pocos cientos de personas que son iguales a los casi 200 fallecidos en los trenes de Madrid y que no tenían derecho a ese dispendio.
Cuando es el propio pellejo el que peligra, parece que la lucha contra el deficit no es una prioridad. Evidentemente, la perspectiva personal influye mucho en el umbral de seguridad que se considera necesario.