Estoy de vuelta en mi casa, después de la XX Jornada Mundial de la Juventud vivida en Colonia con el Papa Benedicto y más de un millón de personas. Han sido días muy felices, de compartir, de amistad, de reír -mucho, muchísimo-, de recibir. Hemos rezado, visto y oído un mosaico de idiomas, banderas, voces y razas. Ha sido muy enriquecedor comprobar que el catolicismo es verdaderamente universal y que todos nos apiñamos alrededor del mismo Padre.
No sé calcular multitudes pero doy fe de que la organización se vio ampliamente sobrepasada en sus expectativas. Los ríos de gente que acudían al Marienfeld no cabían en los cuadrantes asignados y se desperdigaron por los campos que había detrás de las entradas. Hubo cierta desorganización para gestionar la circulación de personas, desorganización que se vio compensada por esos milagros cotidianos que suceden siempre en estos eventos.
El milagro primero fue que una amiga acudía a Colonia en avión, sin sitio para alojarse y debíamos encontrarnos con ella ante la Catedral en una plaza atestada de gente, bajo una lluvia torrencial, con ríos de personas que rodeaban el edificio, la estación de tren cercana y todos los accesos colapsados. Los móviles no funcionaban por saturación. Yo debería haberme ido del sitio a las 16:00 horas ya que nos esperaba el autobús, pero no pude irme porque me había perdido. De pronto nos vimos y pudo incorporarse a nuestro grupo.
El segundo milagro fue al llegar a las inmediaciones del Marienfeld. El autobús tenía que aparcar a 10 kilómetros de las instalaciones y un shuttle nos llevaría a las cercanías de nuestro cuadrante. Empezamos a andar, buscando el shuttle pero no hubo forma. Una persona del grupo vio un autobús parado que indicaba que iba en dirección a Colonia (es decir, en dirección contraría a donde íbamos nosotros). Le preguntó al conductor si nos llevaría a Marienfeld y voilá! nos llevó a las 40 personas del grupo.
El tercer milagro fue el siguiente: 6 personas que venían en mi grupo no estaban en condiciones físicas para hacer noche en Marienfeld y, por razones que no vienen al caso, se habían quedado sin el alojamiento previsto en Colonia. Estaban preocupadas comentando esto en las calles de la ciudad cuando una mujer española les oyó. Estaba viviendo en Alemania desde hacía muchos años, casada con un alemán. Después de relatarles el problema, Dieter, que así se llamaba el marido de la española, ofreció su casa para acoger a las 6 personas. La mujer de Dieter le miró perpleja y luego relató a nuestras amigas la causa de su perplejidad: ambos eran protestantes y la semana anterior, el pastor de su iglesia les había dicho que sería bueno que acogieran en sus casas a los peregrinos que venían a ver al Papa. La mujer se lo había comentado a Dieter pero éste se habia negado. Dieter, además de dar alojamiento a mis amigas estuvo en la Vigilia ya que vino en su bicicleta a ver al Papa.
La Vigilia fue de gran recogimiento. Los cientos de miles de personas que estábamos allí, con nuestras velas, rezamos y cantamos junto al Papa. Las palabras del Santo Padre las podéis leer aquí. Destaco sólo un párrafo:
Debían cambiar su idea sobre el poder, sobre Dios y sobre el hombre y, con ello cambiar también ellos mismos. Ahora habían visto: el poder de Dios es diferente al poder de los grandes del mundo. Su modo de actuar es distinto de como lo imaginamos, y de como quisiéramos imponerle también a Él. En este mundo, Dios no le hace competencia a las formas terrenales del poder. No contrapone sus ejércitos a otros ejércitos. Cuando Jesús estaba en el Huerto de los olivos, Dios no le envía doce legiones de ángeles para ayudarlo (cf. Mt 26,53). Al poder estridente y pomposo de este mundo, Él contrapone el poder inerme del amor, que en la Cruz – y después siempre en la historia – sucumbe y, sin embargo, constituye la nueva realidad divina, que se opone a la injusticia e instaura el Reino de Dios. Dios es diverso; ahora se dan cuenta de ello. Y eso significa que ahora ellos mismos tienen que ser diferentes, han de aprender el estilo de Dios..
La Vigilia se celebró con la presencia del Santísimo entre nosotros y durante toda la noche se quedó en una carpa cerca de donde estaba. Muchos jóvenes pasaron la noche rezando ante Dios, acompañándole.
La noche en Marienfeld fue algo dura. La temperatura bajó mucho y amanecimos cubiertos por el rocío. Había gente paseando, rezando, durmiendo, bailando para quitarse el frío del cuerpo. No importaban las condiciones físicas, tras una cola de 45 minutos pude conseguir café caliente a las 7:00 de la mañana y pronto pasaron los minutos y empezó la Santa Misa con el Papa Benedicto.
Como siempre ocurre en las celebraciones con el Papa, cuando habla español las interrupciones son más numerosas y los gritos más seguidos. Pero, al margen de esta peculiaridad nuestra, las aclamaciones eran entusiastas cuando el Papa nombraba a nuestro querido Juan Pablo II. Todos sabíamos que estábamos allí gracias a él, porque nos había convocado junto a la persona del Vicario de Cristo, fuera quien fuese. Ha habido un antes y un después y nos sabemos hijos espirituales de Karol Wojtyla.
La homilía del Papa se puede leer aquí y destaco un párrafo:
Esta primera transformación fundamental de la violencia en amor, de la muerte en vida lleva consigo las demás transformaciones. Pan y vino se convierten en su Cuerpo y su Sangre. Llegados a este punto la transformación no puede detenerse, antes bien, es aquí donde debe comenzar plenamente. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que a su vez nosotros mismos seamos transformados. Nosotros mismos debemos llegar a ser Cuerpo de Cristo, sus consanguíneos. Todos comemos el único pan, y esto significa que entre nosotros llegamos a ser una sola cosa. La adoración, hemos dicho, llega a ser, de este modo, unión. Dios no solamente está frente a nosotros, como el Totalmente otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en Él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo. Yo percibo una
alusión muy bella a este nuevo paso que la Última Cena nos indica con la diferente acepción de la palabra «adoración» en griego y en latín. La palabra griega es proskynesis. Significa el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. Significa que la libertad no quiere decir gozar de la vida, considerarse absolutamente autónomo, sino orientarse según la medida de la verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros mismos, verdaderos y buenos. Este gesto es necesario, aun cuando nuestra ansia de libertad se resiste, en un primer momento, a esta perspectiva. Hacerla completamente nuestra será posible solamente en el segundo paso que nos presenta la Última Cena. La palabra latina adoración es ad-oratio, contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro ser.
La próxima Jornada Mundial de la Juventud se celebrará en Sidney en 2008. Antes, tenemos una cita en España con el Papa Benedicto, en Valencia, en julio de 2006. Sólo me queda añadir que es conveniente releerse los textos del Santo Padre y saborearlos porque están impregnados de un profundo conocimiento y se notan meditados, saboreados ante Dios. Mi experiencia ha sido muy enriquecedora, me alegro mucho de haber estado allí y de haber compartido esas horas inolvidables con tantas personas que querían estar más cerca de Dios. Colonia para siempre.
Actualización:
Gracias a Virginia me entero de un sitio oficial donde hay miles de fotos de las jornadas. Podéis visitarlo pinchando aquí.