Me refiero al divorcio entre sociedad y políticos. Acabaremos como en Italia, en la que lo único que importa es el «calcio» y los debates políticos se dejan para los políticos. La situación es mejor en Italia, por lo visto, porque al menos sus ciudadanos son conscientes de que los políticos siempre mienten; eso me decían en Roma en el mes de abril.

Como muestra de que este diagnóstico tiene bastantes partidarios, os ofrezco dos textos de la prensa digital de hoy:

Antxon Sarasqueta en la Gaceta de los Negocios:

¿A qué vienen entonces todos estos cambios radicales y supuestos problemas de identidad? Para cambiar el régimen político e imponer un nuevo sistema la izquierda y los nacionalistas tienen que inventarse una falsa demanda. Tienen que desarrollar el discurso del clamor social y de la inmensa mayoría.

La opinión pública está descubriendo que sólo son unos falsarios. Juegan a falsear la realidad para tratar de imponer su realidad y su poder. No sólo en los temas estatutarios, sino en las demás cuestiones. Han bastado pocas semanas para que una gran parte de la sociedad descubra que el llamado por Zapatero proceso de paz, en realidad es la cobertura de una operación de negociación con los terroristas.

Un denominador común de los partidos y líderes políticos que no se adaptan a la realidad de una sociedad abierta, es que tratan de imponer su propia realidad para conquistar el poder o conservarlo. Utilizan el discurso de la mentira, fabrican realidades artificiales…pero son sólo formas antidemocráticas para hacerse con el poder o permanecer en él. Anoten un dato estadístico: ninguna de las fuerzas que han gobernado durante tres décadas en Cataluña y el País Vasco, y que hablan siempre en nombre de “todos” los vascos y catalanes, ninguna ha tenido el apoyo social suficiente para gobernar por sí misma. Esa es la realidad: carecen del respaldo social mayoritario y tienen que inventarse lo del clamor social. Zapatero ha situado al PSOE en esa órbita.


Jesús Cacho en El Confidencial

Jamás se vio, repito, manipulación semejante. Los políticos, “esos” políticos, por un lado, y el personal de a pie, por otro. Un episodio que revela la pobre calidad de una democracia definitivamente secuestrada por una clase política que, en tanto en cuanto divorciada de las verdaderas preocupaciones del común, se va pareciendo cada día más a una especie de mafia capaz de seguir engordando el negocio sobre la base de la extorsión emocional y moral, sobre la base de falsear la realidad con el mayor descaro.

La realidad, por ejemplo, del porcentaje de participación. Sorprende, por ejemplo, la renuencia a facilitar ese dato hasta que prácticamente se escrutó el 100% de los votos, cuando en cualquier elección es precisamente lo primero que se hace público, porque es lo más fácil. El caso es que a las 6 de la tarde había votado el 35% del censo, y de 6 a 8, con atascos y todo, lo hizo casi un 15% más, milagro que sin duda hay que atribuir a Sant Jordi y su lanza mágica.

Resultó que conforme se acercaba el final de recuento aumentaba la participación y fueron muchos los que en Madrid se jugaron alegremente una cena a que al final la cosa llegaba al 50,1%. Parece que no se atrevieron a llegar tan lejos, pero no estaría de más que algún demócrata no contaminado por el Régimen del 3%, tal que Ciutadans de Catalunya, solicitara el recuento exhaustivo de actas y votos, porque podría haber sorpresas. ¿Insinuación escandalosa? En absoluto, tratándose de esta tropa.