Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II. (PDF)

La Conferencia episcopal española presenta un texto de 26 páginas en las que repasa los errores teológicos más graves de estos 40 años. Se agradece el esfuerzo hecho. El texto es un diagnóstico sobre lo negativo, de modo que no debe sorprender que se centre en los errores. A veces hay que señalar lo que está mal para poder detectarlo y extirparlo.

Una de las denuncias que destaca por su valentía es la de esos grupos minúsculos que siempre se oponen a la jerarquía de la Iglesia y que tienen mucho eco en los medios de comunicación contrarios a la Iglesia. Pretenden representar al «pueblo» pero sólo se representan a sí mismos. No le pone nombre el documento, yo me puedo permitir el lujo. Algunos son los teólogos de la Asociación Juan XXIII. Si el pobre Papa levantara la cabeza…

En seguir leyendo pongo algunos párrafos.

Al cumplirse el cuarenta aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, queremos volver a la
región de Cesarea de Filipo para escuchar la pregunta de Jesucristo y hacer nuestra la respuesta de
Pedro2. La tarea de recepción de la enseñanza conciliar aún no ha terminado. Pasados cuarenta
años, somos testigos de los frutos valiosos que ha rendido la buena semilla. A la vez, no son pocos
los que en este tiempo, amparándose en un Concilio que no existió, ni en la letra ni en el espíritu, han
sembrado la agitación y la zozobra en el corazón de muchos fieles.
(…)
Conscientes de haber recibido por la imposición de manos la misión de conservar íntegro el
depósito de la fe (cf. 1 Tm 6, 20) y atentos a la voz de tantos fieles que se sienten zarandeados por
cualquier viento de doctrina (Ef 4, 14), hablando con una sola voz en comunión con el Sucesor de
Pedro, como testigos de la Verdad divina y católica4, queremos ofrecer una palabra de orientación y
discernimiento ante determinados planteamientos doctrinales, extendidos dentro de la Iglesia, y que
han encontrado una difundida acogida también en España, perturbando la vida eclesial y la fe de los
sencillos.

(…)

Junto a estos signos luminosos de esperanza, constatamos con viva preocupación sombras que
oscurecen la Verdad. Los Obispos hemos recordado en varias ocasiones que la cuestión principal a
la que debe hacer frente la Iglesia en España es su secularización interna. (…) Los
aspectos de la crisis pueden resumirse en cuatro: concepción racionalista de la fe y de la
Revelación9; humanismo inmanentista aplicado a Jesucristo; interpretación meramente sociológica
de la Iglesia, y subjetivismo-relativismo secular en la moral católica. Lo que une a todos estos
planteamientos deficientes es el abandono y el no reconocimiento de lo específicamente cristiano, en
especial, del valor definitivo y universal de Cristo en su Revelación, su condición de Hijo de Dios vivo,
su presencia real en la Iglesia y su vida ofrecida y prometida como configuradora de la conducta
moral10. Articulamos la presente Instrucción pastoral en torno a estos cuatro apartados, señalando, a
partir de la confesión de fe de Pedro, algunas enseñanzas que ponen en peligro la Profesión de fe, la
comunión eclesial, causan confusión entre los fieles e impiden impulsar la evangelización.

(…)

Por ello, es erróneo entender la Revelación como el desarrollo inmanente
de la religiosidad de los pueblos y considerar que todas las religiones son “reveladas”, según el grado
alcanzado en su historia, y, en ese mismo sentido, verdaderas y salvíficas.

(…)

De la negación de un aspecto de la Profesión de fe, se
pasa a la pérdida total de la misma, pues al seleccionar unos aspectos y rechazar otros, no se
atiende ya al testimonio de Dios, sino a razones humanas. La vida entera del cristiano queda
comprometida cuando se altera la Profesión de la fe.

(…)

Consiguientemente, no se puede admitir que
el lenguaje sobre Dios sea algo meramente «simbólico, estructuralmente poético, imaginativo y
figurativo, que expresaría y produciría una experiencia determinada de Dios», pero no nos
comunicaría quién es Dios. Es necesario mantener que la fe se expresa mediante afirmaciones que
emplean un lenguaje verdadero, no meramente aproximativo, por más que sea analógico.

(…)

La verdad revelada, aun
trascendiendo la razón humana, está en armonía con ella. La razón, por estar ordenada a la verdad,
con la luz de la fe, puede penetrar el significado de la Revelación. En contra del parecer de algunas
corrientes filosóficas muy difundidas entre nosotros, debemos reconocer la capacidad que posee la
razón humana para alcanzar la verdad, como también su capacidad metafísica de conocer a Dios a
partir de lo creado. En un mundo que con frecuencia ha perdido la esperanza de poder buscar y
encontrar la Verdad, el mensaje de Cristo recuerda las posibilidades que tiene la razón humana. En
tiempos de grave crisis para la razón, la fe viene en su ayuda y se hace su abogada.

(…)

Suscitar dudas y desconfianzas acerca del
Magisterio de la Iglesia; anteponer la autoridad de ciertos autores a la del Magisterio; o contemplar
las indicaciones y los documentos magisteriales simplemente como un “límite” que detiene el progreso de la teología, y que se debe “respetar” por motivos externos a la misma teología, es algo
opuesto a la dinámica de la fe cristiana.

(…)

En algunas ocasiones los textos bíblicos se estudian e interpretan como si se tratara de meros
textos de la antigüedad. Incluso se emplean métodos en los que se excluye sistemáticamente la
posibilidad de la Revelación, del milagro o de la intervención de Dios. En lugar de integrar las
aportaciones de la historia, de la filología y de otros instrumentos científicos con la fe y la Tradición
de la Iglesia, frecuentemente se presenta como problemática la interpretación eclesial y se la
considera ajena, cuando no opuesta, a la “exégesis científica”.

(…)

Constatamos con preocupación cómo las confusiones respecto
al Misterio de Cristo y a la concepción católica de la Revelación han llevado a algunos cristianos a la
minusvaloración de la oración de petición, o a “formas sustitutivas” de oración, en las que los
“métodos” se confunden con los contenidos, se distancia de la oración pública de la Iglesia y se pone
en peligro la relación entre lo que se cree (lex credendi) y lo que se ora (lex orandi).

(…)

Cuando esto ha sucedido, no ha dejado la Iglesia de confesar la fe verdadera80,
reafirmando la validez del lenguaje con el que proclama que «Jesucristo posee dos naturalezas, la
divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la única Persona del Hijo de Dios». El
abandono de este lenguaje de la fe cristológica ha sido causa frecuente de confusión y ocasión para
caer en el error. Análogamente, se ha entendido la misión de Cristo como algo meramente terreno,
cuando no político-revolucionario, de modo que se ha negado su voluntad de morir en la Cruz por los hombres. La Iglesia ha reiterado que el mismo Cristo aceptó y asumió libremente su Pasión y Muerte
para la salvación de la Humanidad.

(…)

Constatamos con dolor que en algunos escritos de cristología no se haya mostrado esa
continuidad, dando pie a presentaciones incompletas, cuando no deformadas, del Misterio de Cristo.
En algunas cristologías se perciben los siguientes vacíos: 1) una incorrecta metodología teológica,
por cuanto se pretende leer la Sagrada Escritura al margen de la Tradición eclesial y con criterios
únicamente histórico-críticos, sin explicitar sus presupuestos ni advertir de sus límites; 2) sospecha
de que la humanidad de Jesucristo se ve amenazada si se afirma su divinidad; 3) ruptura entre el
“Jesús histórico” y el “Cristo de la fe”, como si este último fuera el resultado de distintas experiencias
de la figura de Jesús desde los Apóstoles hasta nuestros días; 4) negación del carácter real, histórico
y trascendente de la Resurrección de Cristo, reduciéndola a la mera experiencia subjetiva de los
apóstoles; 5) oscurecimiento de nociones fundamentales de la Profesión de fe en el Misterio de
Cristo: entre otras, su preexistencia, filiación divina, conciencia de Sí, de su Muerte y misión
redentora, Resurrección, Ascensión y Glorificación.

(…)

Determinadas presentaciones erróneas del Misterio de Cristo, que han pasado de ámbitos académicos a otros más populares, a la catequesis y a la enseñanza escolar, son motivo de tristeza. En ellos se silencia la divinidad de Jesucristo o se considera expresión de un lenguaje poético vacío de contenido real, negándose, en consecuencia, su preexistencia y su filiación divina. La muerte de Jesús es despojada de su sentido redentor y considerada como el resultado de su enfrentamiento a la religión. Cristo es considerado predominantemente desde el punto de vista de lo ético y de la praxis transformadora de la sociedad: sería simplemente el hombre del pueblo que toma partido por los oprimidos y marginados al servicio de la libertad.

35. La consecuencia de estas propuestas, contrarias a la fe de la Iglesia, es la disolución del sujeto cristiano. La reflexión, que debería ayudar a dar razón de la esperanza (cf. 1 P 3, 15), se distancia de la fe recibida y celebrada. La enseñanza de la Iglesia y la vida sacramental se consideran alejadas, cuando no enfrentadas, a la voluntad de Cristo. El Cristianismo y la Iglesia aparecen como separables. Según los escritos de algunos autores, no estuvo en la intención de Jesucristo el establecer ni la Iglesia, ni siquiera una religión, sino más bien la liberación de la Religión y de los poderes constituidos. Conscientes de la gravedad de estas afirmaciones y del daño que causan en el pueblo fiel y sencillo, no podemos dejar de repetir con las palabras de la Carta a los Hebreos: Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo será siempre. No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas. Mejor es fortalecer el corazón con la gracia que con alimentos que nada aprovecharon a los que siguieron ese camino (Hb 13, 8-9).

(…)

La transmisión de la fe, el anuncio misionero, el servicio al mundo en caridad, la oración cristiana, la esperanza respecto a las realidades futuras, toda la vida de la Iglesia tiene en la Liturgia su fuente y su término. A la luz de estas enseñanzas se comprende el grave daño que suponen, para el Pueblo de Dios, los abusos en el campo de la celebración litúrgica, especialmente en los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia. ¿Cómo no manifestar un profundo dolor cuando la disciplina de la Iglesia en materia litúrgica es vulnerada? Que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles (1 Cor 4, 1-2).

(…)

Constatamos que algunos autores han defendido y difunden concepciones erróneas sobre el ministerio ordenado en la Iglesia. Mediante la aplicación de un deficiente método exegético, han separado a Cristo de la Iglesia, como si no hubiera estado en la voluntad de Jesucristo fundar su Iglesia[132]. Una vez roto el vínculo entre la voluntad de Cristo y la Iglesia, se busca el origen de la constitución jerárquica de la Iglesia en razones puramente humanas, fruto de meras coyunturas históricas. Se interpreta el testimonio bíblico desde presupuestos ideológicos, seleccionando algunos textos y elementos, y olvidando otros. Se habla de “modelos de Iglesia” que estarían presentes en el Nuevo Testamento: frente a la Iglesia de los orígenes, caracterizada por ser “discipular y carismática”, libre de ataduras, habría nacido después la “institucional y jerárquica”. El modelo de Iglesia “jerárquico, legal y piramidal”, surgido tardíamente, se distanciaría de las afirmaciones neotestamentarias, caracterizadas por poner el acento en la comunidad y en la pluralidad de carismas y ministerios, así como en la fraternidad cristiana, toda ella sacerdotal y consagrada. Este modo de presentar la Iglesia no tiene apoyo real en la Sagrada Escritura ni en la Tradición eclesial y desfigura gravemente el designio de Dios sobre el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, llevando a los fieles a actitudes de enfrentamiento dialéctico, según las cuales la riqueza de carismas y ministerios suscitados por el Espíritu Santo ya no son vistos en favor del bien común (cf.1 Cor 12, 4-12), sino como expresión de soluciones humanas que responden más a las luchas de poder que a la voluntad positiva del Señor.

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Una expresión de los errores eclesiológicos señalados es la existencia de grupos que propagan y divulgan sistemáticamente enseñanzas contrarias al Magisterio de la Iglesia en cuestiones de fe y moral. Aprovechan la facilidad con que determinados medios de comunicación social prestan atención a estos grupos, y multiplican las comparecencias, manifestaciones y comunicados de colectivos e intervenciones personales que disienten abiertamente de la enseñanza del Papa y de los obispos. Al mismo tiempo reclaman para sí la condición de cristianos y católicos, cuando no son más que asociaciones meramente civiles. No se trata de asociaciones muy numerosas, pero su repercusión en los medios de comunicación hace que sus opiniones se difundan ampliamente y siembren la duda y la confusión entre los sencillos. Esta forma de actuar pone de manifiesto la carencia de factores esenciales de la fe cristiana, tal como los transmite la Tradición apostólica.

49. Estos grupos, cuya nota común es el disenso, se han manifestado en intervenciones públicas, entre otros temas y cuestiones ético-morales, a favor de las absoluciones colectivas y del sacerdocio femenino, y han tergiversado el sentido verdadero del matrimonio al proponer y practicar la “bendición” de uniones de personas homosexuales. La existencia de estos grupos siembra divisiones y desorienta gravemente al pueblo fiel, es causa de sufrimiento para muchos cristianos (sacerdotes, religiosos y seglares), y motivo de escándalo y mayor alejamiento para los no creyentes.

50. A través de estas manifestaciones se ofrece una concepción deformada de la Iglesia, según la cual existiría una confrontación continua e irreconciliable entre la “jerarquía” y el “pueblo”. La jerarquía, identificada con los obispos, se presenta con rasgos muy negativos: fuente de “imposiciones”, de “condenas” y de “exclusiones”. Frente a ella, el “pueblo”, identificado con estos grupos, se presenta con los rasgos contrarios: “liberado”, “plural” y “abierto”. Esta forma de presentar la Iglesia conlleva la invitación expresa a “romper con la jerarquía” y a “construir”, en la práctica, una “iglesia paralela”. Para ellos, la actividad de la Iglesia no consiste principalmente en el anuncio de la persona de Jesucristo y la comunión de los hombres con Dios, que se realiza mediante la conversión de vida y la fe en el Redentor, sino en la liberación de estructuras opresoras y en la lucha por la integración de colectivos marginados, desde una perspectiva preferentemente inmanentista.

51. Es necesario recordar, además, que existe un disenso silencioso que propugna y difunde la desafección hacia la Iglesia, presentada como legítima actitud crítica respecto a la jerarquía y su Magisterio, justificando el disenso en el interior de la misma Iglesia, como si un cristiano no pudiera ser adulto sin tomar una cierta distancia de las enseñanzas magisteriales. Subyace, con frecuencia, la idea de que la Iglesia actual no obedece al Evangelio y hay que luchar “desde dentro” para llegar a una Iglesia futura que sea evangélica. En realidad, no se busca la verdadera conversión de sus miembros, su purificación constante, la penitencia y la renovación[142], sino la transformación de la misma constitución de la Iglesia, para acomodarla a las opiniones y perspectivas del mundo. Esta actitud encuentra apoyo en miembros de Centros académicos de la Iglesia, y en algunas editoriales y librerías gestionadas por Instituciones católicas. Es muy grande la desorientación que entre los fieles causa este modo de proceder.

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En esta hora tiene especial urgencia que los fieles católicos recuerden la responsabilidad que tienen en su actividad pública y política. La imperante mentalidad laicista tiende a arrinconar las convicciones religiosas en la conciencia individual y a impedir que se manifiesten y que tengan repercusión pública. Es frecuente que se acepten de buen grado las obras de tipo asistencial y humanitarias de los cristianos, pero se rechacen cualesquiera otras manifestaciones de su fe, incluida la defensa de los valores humanos más elementales como son el derecho a la vida desde su concepción hasta su muerte natural. Pretender que el católico hable y actúe en la vida pública conforme a sus convicciones no significa querer imponer la fe ni la práctica religiosa a los demás. Contribuimos al bien de todos aportando lo mejor que tenemos: la fe en Jesucristo Salvador, que no contradice la razón humana, sino que la eleva hacia una mejor comprensión del bien común y de la naturaleza de la sociedad[196]. Quienes reivindican su condición de cristianos actuando en el orden político y social con propuestas que contradicen expresamente la enseñanza evangélica, custodiada y transmitida por la Iglesia, son causa grave de escándalo y se sitúan fuera de la comunión eclesial[197].

66. Los fieles deben defender y apoyar aquellas formaciones o actuaciones políticas que promuevan la dignidad de la persona humana y de la familia. En el caso de que no se pueda eliminar una ley negativa sobre estas materias, el fiel católico debe trabajar por minimizar los males que ocasione[198]. En cuestiones más contingentes cabe un cierto pluralismo de opciones para los católicos. Pero cuando lo que está en juego es la dignidad de la persona humana –como hoy sucede con frecuencia–, el católico debe ofrecer el testimonio real de su fe manifestando un inequívoco rechazo a todo lo que ofende a la dignidad del ser humano. También las obras de carácter asistencial, que movidos por la caridad, impulsan los católicos, deben tener un perfil específico en el que Dios y Cristo no pueden quedar al margen, pues los cristianos sabemos que la raíz de todo sufrimiento es el alejamiento de Dios.