Como estamos estos días llevándonos las manos a la cabeza porque unos energúmenos han chillado a Carrillo, parece conveniente poner las cosas en contexto.
Hoy Federico Quevedo publica un artículo en El Confidencial que suscribo. Si acaso, añadiría que el prólogo de la tensión social lo perpretó Aznar. Aznar fue un pésimo presidente de mayoría absoluta y Zapatero es un pésimo presidente de mayoría precaria. Aznar suavizó su mensaje durante la primera legislatura e integró, repartió juego, serenó los ánimos. En cuanto consiguió la mayoría absoluta se cegó y se creyó al margen del juicio de sus compatriotas.
Zapatero ha radicalizado al PSOE hasta convertirlo en un partido raro, rarísimo, que ha perdido todo norte en la O de obrero y en la E de español. Pasa de todo menos de fastidiar a los católicos y a la unidad de España. Está poniendo cerillas encendidas en todos los temas que crispan a la sociedad española y luego viene con la manguera, dándoselas de conciliador, de dialogante y de pacífico.
Estoy de acuerdo con Quevedo en su diagnóstico
Porque ese es el origen de todo lo que viene ocurriendo y que podría resumirse en la búsqueda de un orden social radicalmente nuevo a modo de régimen presidencialista, un hedonismo pactista que nos lleva a aceptarlo todo sin condiciones –la última edición ha sido la entrega en bandeja de todas sus exigencias a los transportistas- y un relativismo intelectual y moral de factura casi obscena en lo que a ausencia de principios y criterios se refiere pero, sobre todo, en lo que conlleva de provocación permanente a los que, hoy por hoy, son los únicos garantes del orden constitucional y de la legalidad vigente: en diciembre de 2003, los firmantes del acuerdo que llevó al Tripartito al poder en la Generalitat, el Pacto del Tinel, incluyeron en el mismo una cláusula que impedía a cualquiera de ellos llegar a pactos con el Partido Popular ni en Cataluña ni a nivel nacional.
Merece la pena recordarlo porque nunca en la historia reciente de nuestra democracia se había producido un hecho tan claramente heredero del más puro fascismo, en la medida que éste busca la eliminación del adversario. Esa ha sido, es y será la Hoja de Ruta de Rodríguez: el desahucio del PP. Y para ello está trabajando en dos direcciones, una la del enfrentamiento y el guerracivilismo, y otra la de la ruptura del modelo constitucional. Con la primera pretende identificar al PP con los vencedores de la contienda. Con la segunda proyecta eliminar sus posibilidades electorales en los territorios en los que consiga la victoria del soberanismo independentista. Nada podrá hacer el PP nunca en una Cataluña convertida en nación. Ni en un País Vasco, ni en una Galicia en las mismas condiciones. Y, sin embargo, el PSOE siempre tendrá grupos nacionalistas con los que pactar en las Cortes contra un PP en minoría de escaños.