Como complemento al post anterior, traigo un artículo que hoy firma Marcello Pera, ex presidente del Senado italiano y uno de los intelectuales agnósticos más honrados. Su sitio web está en obras pero pongo el enlace para el futuro.

Como el artículo es de la Gaceta de los Negocios y cambiarán el enlace, lo pongo íntegro en el cuerpo extendido del post.

Este Papa ha hablado respetuosa y profundamente. Y ha dicho —repitiendo lo que había dicho tantas veces— al menos dos cosas que deberían ser de sentido común si, como decía Descartes, el sentido común fuera realmente la más común de las cosas. Primero: que Occidente ya no se ama a sí mismo, que pierde confianza en su propia identidad y reniega de sus propias raíces cristianas. Segundo: que la religión —cualquier religión— no es un instrumento de guerra y que por eso los pueblos no pueden regular sus propios problemas internos y sus relaciones exteriores peleándose en nombre de Dios. Deus est caritas y si alguno invoca a un Dios para empuñar la espada en vez del amor, o la violencia en vez de la razón, tal persona invoca o interpreta erróneamente a ese Dios.

A pesar de que el Papa se ha expresado de modo lingüísticamente claro y conceptualmente preciso, lo han malinterpretado. Y se ha levantado contra él una protesta mundial. Después de las precisiones del padre Lombardi, jefe de la sala de prensa del Vaticano, y de la inequívoca puntualización del nuevo secretario de Estado, cardenal Bertone, ya no queda espacio para malas interpretaciones. Si éstas continuaran, querrá decir que quieren manipular al Papa, que es como manipularle, y que esperaban el momento oportuno para manipularle.


Marcello Pera

BENEDICTO XVI no es un dibujante de viñetas satíricas. No es un ministro italiano al que le dé por provocar. Ni un conservador norteamericano sobre el que podamos ironizar para sentirnos inteligentes. No. Benedicto XVI es el jefe de la Iglesia católica. Es el mayor guía espiritual del mundo. Es el punto de referencia de millones, miles de millones de creyentes, y en número creciente también de los no creyentes.

Este Papa ha hablado respetuosa y profundamente. Y ha dicho —repitiendo lo que había dicho tantas veces— al menos dos cosas que deberían ser de sentido común si, como decía Descartes, el sentido común fuera realmente la más común de las cosas. Primero: que Occidente ya no se ama a sí mismo, que pierde confianza en su propia identidad y reniega de sus propias raíces cristianas. Segundo: que la religión —cualquier religión— no es un instrumento de guerra y que por eso los pueblos no pueden regular sus propios problemas internos y sus relaciones exteriores peleándose en nombre de Dios. Deus est caritas y si alguno invoca a un Dios para empuñar la espada en vez del amor, o la violencia en vez de la razón, tal persona invoca o interpreta erróneamente a ese Dios.

A pesar de que el Papa se ha expresado de modo lingüísticamente claro y conceptualmente preciso, lo han malinterpretado. Y se ha levantado contra él una protesta mundial. Después de las precisiones del padre Lombardi, jefe de la sala de prensa del Vaticano, y de la inequívoca puntualización del nuevo secretario de Estado, cardenal Bertone, ya no queda espacio para malas interpretaciones. Si éstas continuaran, querrá decir que quieren manipular al Papa, que es como manipularle, y que esperaban el momento oportuno para manipularle.

Ya basta. Los primeros que deberían hacer oír su voz son los gobiernos de los países islámicos y árabes. Los gobiernos occidentales, sobre todo los europeos, deberían comprender que es necesaria esa voz firme y definitiva, y que también ellos deberían ser protagonistas.

El que algunos tengan dificultades internas con el fundamentalismo no significa que puedan declinar sus responsabilidades precisas y claras. Y que otros teman por el equilibrio internacional no significa que se les absuelva si guardan silencio.

Basta de una vez. Acabamos de vivir el quinto aniversario del 11 de septiembre, cuando nos tocó asistir, en la televisión estatal italiana y en las principales privadas, a un espectáculo villano, escenificado sobre la piel de los muertos, en el que se procesaba a los Estados Unidos. Ya hemos visto cómo Europa pedía excusas tras el asunto de las caricaturas, frente al cual el fundamentalismo reaccionó con asaltos y asesinatos de cristianos. Entonces fue Benedicto XVI el único que dijo palabras sabias. Invocó la reciprocidad; no de la venganza, sino del respeto; no de la violencia, sino de la dignidad.

Ahora es el turno de los gobiernos, empezando por el nuestro. Hablen, exijan, protesten. No dejen solo al Papa, sólo para poder decir a los periodistas que el Papa está solo.

No se hagan cómplices, con el silencio y la inercia, del incendio que los fundamentalistas quieren provocar. Sean “adultos” de verdad. Defiendan al Papa. No sólo su derecho a hablar, que es obvio. El derecho, nuestro y de nuestra civilización, a existir. Si es que aún quieren que exista.

Marcello Pera es ex presidente del Senado italiano.