Repubblica.it » diretta: San Pietro, torna la normalita’ Reso pubblico il testamento

«Velad, porque no sabéis el día en que nuestro Señor vendrá». Así inicia su testamento Juan Pablo II, en el que no se deja nada material puesto que nada tenía. Sólo hace referencia a sus apuntes personales, que en unos medios dicen que quieren que se entierren con él y en otros que se le confíen a don Estanislao, su secretario. En Libertad Digital se dice que sean quemados.

Dicen los medios que parece ser que en año 2000 pensó en dimitir (habrá que leer el texto, que todavía no se ha publicado). Esta tarde la Sala Stampa dará un parte especial, en el que esperemos que se den detalles.

En 1981, tras el atentado, Juan Pablo II escribe que la Divina Providencia le salvó la vida. El Señor le «ha prolongado la vida y, en cierto sentido, me la ha dado de nuevo».

Hay un recuerdo especial por los periodistas, que son «abrazados con grata memoria», si no entiendo mal. Habría que hacer campaña para nombrarle patrono de los comunicadores, como dice JJ García-Noblejas.

Actualización:

Orihuela me deja en los comentarios el enlace a la traducción española en Zenit pero lo debieron de cambiar y ahora está aquí y si pincháis en seguir leyendo, podéis leerlo traducido al castellano por la Sala Stampa de El Vaticano.

Parece bastante forzado extraer de las palabras del testamento que Juan Pablo II considerara dimitir, más bien se refiere a que en el año 2000 él ve su misión cumplida y que, por tanto, es hora de partir (nunc dimittis).

Totus Tuus ego sum
En el Nombre de la Santísima Trinidad. Amén.

«Velad porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor» (cf.Mt 24, 42), estas palabras me recuerdan la última llamada, que vendrá en el momento que quiera el Señor. Quiero seguirle y deseo que todo lo que forma parte de mi vida terrenal me prepare a este momento. No sé cuando llegará, pero como todo, también deposito este momento en las manos de la Madre de mi Maestro: Totus Tuus. En sus manos maternas lo dejo todo y a todos aquello con quienes me ha ligado mi vida y mi vocación. En esas manos dejo sobre todo a la Iglesia y también a mi nación y a toda la humanidad. A todos doy las gracias. A todos pido perdón. Pido también oraciones para que la misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad y mi indignidad.

Durante los ejercicios espirituales he releído el testamento del Santo Padre Pablo VI. Su lectura me ha llevado a escribir el presente testamento.

No dejo tras de mí propiedad alguna de la que sea necesario disponer. En cuanto a las cosas de uso cotidiano que me servían, pido que se distribuyan como se considere oportuno. Que se quemen mis apuntes personales. Pido que se encargue de todo esto don Estanislao a quien doy las gracias por la colaboración y la ayuda tan prolongadas en estos años y tan grande. Todos los demás agradecimientos, en cambio, los dejo en el corazón ante Dios mismo, porque es difícil expresarlos.

Por lo que se refiere al funeral, repito las mismas disposiciones que dio el Santo Padre Pablo VI (nota al margen: la sepultura en la tierra, no en un sarcófago, 13.3.92)

«apud Dominum misericordia
et copiosa apud Eum redemptio»

Juan Pablo II

Roma, 6. III. 1979

Después de la muerte pido Santas Misas y oraciones

5.III.90

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Folio sin fecha:

Expreso mi mas profunda confianza en que, a pesar de toda mi debilidad, el Señor me conceda todas las gracias necesarias para hacer frente según Su voluntad a cualquier tarea, prueba o sufrimiento que quiera pedir a su siervo en el curso de la vida. También tengo confianza en que no permitirá jamás que, mediante cualquier actitud mía: palabras, obras u omisiones, traicione mis obligaciones en esta santa Sede Petrina.

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24.II-1.III.1980

También durante estos ejercicios espirituales he reflexionado sobre la verdad del sacerdocio de Cristo en la perspectiva de aquel tránsito que para cada uno de nosotros es el momento de la propia muerte. Del adiós a este mundo -para nacer a otro, al mundo futuro, signo elocuente (añadido encima: decisivo) es para nosotros la Resurrección de Cristo.

He leído por tanto la escritura de mi testamento del último año, efectuada también durante los ejercicios espirituales, la he comparado con el testamento de mi gran predecesor y padre Pablo VI, con ese testimonio sublime sobre la muerte de un cristiano y de un Papa y he renovado en mí la conciencia de las cuestiones a las que se refiere el registro del 6.III.1979 que yo había preparado ( de forma bastante provisional).

Hoy quiero añadirle solamente ésto, que cada uno debe tener presente la perspectiva de la propia muerte. Y debe estar preparado para presentarse frente al Señor y al Juez y al mismo tiempo frente al Redentor y al Padre. Así, yo también lo tengo continuamente en consideración, confiando ese momento decisivo a la Madre de Cristo y de la Iglesia, a la Madre de mi esperanza.

Los tiempos que vivimos, son indeciblemente difíciles e inquietos. También el camino de la Iglesia se ha vuelto difícil y tenso, tanto para los fieles como para los pastores, prueba característica de estos tiempos. En algunos países (como por ejemplo en aquel del cual he leído en los ejercicios espirituales), la Iglesia se encuentra en un período de persecución tal que no es inferior al de los primeros siglos, al contrario, incluso los supera por el grado de crueldad y de odio. Sanguis martyrum – semen christianorum. Y además esto: tantas personas inocentes desaparecen también en este país en que vivimos…

Deseo una vez más confiarme totalmente a la gracia del Señor. Él mismo decidirá cuando y cómo tengo que terminar mi vida terrenal y mi ministerio pastoral. En la vida y en la muerte Totus Tuus mediante la Inmaculada. Aceptando ya desde ahora esta muerte, espero que Cristo me conceda la gracia para el último pasaje, es decir la Pascua, (mía). También espero que haga que sea útil para esta causa tan importante a la que intento servir: la salvación de la humanidad, la salvaguardia de la familia humana, y con ella de todas las naciones y todos los pueblos (entre ellos también me dirijo de forma particular a mi Patria terrena), útil para las personas que de modo particular me ha confiado, para la cuestión de la Iglesia, para la gloria de Dios.

No quiero añadir nada a lo que escribí hace un año, solamente manifestar esta prontitud y al mismo tiempo esta confianza a las que de nuevo me han dispuesto los ejercicios espirituales.

Juan Pablo II

Totus Tuus ego sum

5.III.1982

En el curso de los ejercicios espirituales de este año he leído (varias veces) el texto del testamento del 6.III.1979. A pesar de que todavía lo considero provisional (no definitivo) lo dejo en la forma en que existe. No cambio (por ahora) nada, y tampoco lo agrego, por cuanto se refiere a las disposiciones que contiene.

El atentado a mi vida el 13.V.1981 confirmó, de alguna forma la exactitud de las palabras escritas en el período de los ejercicios espirituales de 1980 ( 24.II- 1.III).

Cuanto más profundamente siento que me encuentro totalmente en las Manos de Dios – y permanezco continuamente a disposición de mi Señor, confiándome a Él en su Madre Inmaculada (Totus Tuus).

Juan Pablo II pp. II

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5.III.82

Por cuanto se refiere a la última frase de mi testamento del 6.III.79 (: «Sobre el lugar/ es decir el lugar del funeral/ decida el colegio cardenalicio y los compatriotas») aclaro que pienso en: el metropolitano de Cracovia o el Consejo General del Episcopado de Polonia. Pido por tanto al Colegio Cardenalicio que satisfaga en la medida de lo posible las eventuales peticiones de los más arriba citados.

***

1.III.1985 (en el curso de los ejercicios espirituales).

De nuevo – por cuanto respecta a la expresión «Colegio Cardenalicio y los Compatriotas»-: el «Colegio Cardenalicio» no tiene ninguna obligación de interpelar sobre este argumento a » los Compatriotas»: sin embargo, puede hacerlo, si por alguna razón lo considerase justo.

JPII

Los ejercicios espirituales del año jubilar del 2000
(12-18.III)

(para el testamento)

1. Cuando el día 16 de febrero de 1978 el cónclave de los cardenales eligió a Juan Pablo II el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszynsk, me dijo: «La tarea del nuevo Papa será introducir a la Iglesia en el Tercer Milenio». No sé si repito exactamente la frase, pero al menos éste era el sentido de lo que sentí entonces. Lo dijo el hombre que ha pasado a la historia como primado del Milenio. Un gran primado. He sido testigo de su misión, de su entrega total. De sus luchas: de su victoria. «La victoria, cuando llegue, será una victoria a través de María». Estas palabras de su predecesor, el cardenal August Hlond, las solía repetir el primado del Milenio.

De este modo, me he preparado para la tarea que el día 16 de octubre de 1978 se presentó ante mí. En el momento en que escribo estas palabras, el Año Jubilar del 2000 ya es una realidad. La noche del 24 de diciembre de 1999 se abrió la simbólica Puerta del Gran Jubileo en la basílica de San Pedro, después la de San Juan de Letrán, la de Santa María Mayor, el primer día del año y el día 19 de enero la puerta de la basílica de San Pablo Extramuros. Este último acto, dado su carácter ecuménico, se ha quedado grabado en mi memoria de modo particular.

2. A medida que pasa el Año Jubilar del 2000, un día tras otro, se cierra detrás de nosotros el siglo XX y se abre el siglo XXI. Según los designios de la Providencia se me ha concedido vivir en el difícil siglo que se está acabando, que empieza a pertenecer al pasado y ahora, en el año en que la edad de mi vida alcanza los 80 años (‘octogesima adveniens’), es necesario preguntarse si no es tiempo de repetir con el bíblico Simeón: ‘Nunc dimittis’.

El día 13 de mayo de 1981, el día del atentado al Papa durante la audiencia general en la Plaza de San Pedro, la Divina Providencia me salvó milagrosamente de la muerte. Aquel que es único Señor de la vida y de la muerte, El mismo me ha prolongado esta vida, en un cierto modo me la ha vuelto a dar. Desde aquel momento pertenece aún más a El. Espero que El me ayudará a reconocer hasta cuando debo continuar este servicio, al que me llamó el día 16 de octubre de 1978. Le pido que me llame cuando quiera. ‘Pues si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor’ (cf. Rm 14, 8). Espero que hasta que pueda realizar el servicio petrino en la Iglesia, la Misericordia de Dios me preste las fuerzas necesarias para ello.

3. Como todos los años, durante los ejercicios espirituales he leído mi testamento del 6.III.1979. Sigo manteniendo las disposiciones contenidas en él. Lo que entonces y durante los sucesivos ejercicios espirituales se ha añadido es un reflejo de la difícil y tensa situación general, que ha marcado los años ochenta. Desde el otoño del año 1989 esta situación ha cambiado. El último decenio del siglo pasado ha estado libre de las tensiones anteriores ; esto no significa que no hayan surgido nuevos problemas y dificultades. De modo particular, sea alabada la Divina Providencia por ello, el período de la llamada ‘guerra fría’ terminó sin el violento conflicto nuclear que pesaba sobre el mundo en el período precedente.

4. Al encontrarme en el umbral del tercer milenio «in medio Ecclesiae», deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, – del que junto a la Iglesia entera y todo el episcopado- me siento deudor. Estoy convencido de que las nuevas generaciones podrán servirse todavía durante mucho tiempo de las riquezas proporcionadas por este Concilio del siglo XX. Como obispo que ha participado en el evento conciliar desde el primer al último día, deseo confiar este gran patrimonio a todos aquellos que son y serán llamados a ponerlo en práctica en el futuro. Por mi parte, doy las gracias al Pastor eterno que me ha permitido servir a esta grandísima causa en el curso de todos los años de mi pontificado.

«In medio Ecclesiae»… desde los primeros años de servicio episcopal -precisamente gracias al Concilio -he podido experimentar la comunión fraterna del episcopado. Como sacerdote de la archidiócesis de Cracovia ya sabía que es la comunión fraternal el presbiterio- el Concilio abrió una nueva dimensión de esta experiencia».

5. ¡Cuántas personas tendría que nombrar aquí! Probablemente el Señor Dios habrá llamado a Sí la mayoría de ellos. Por lo que se refiere a los que todavía se encuentran en esta parte, que las palabras de este testamento les recuerden, a todos y en todas partes, allí, donde se encuentren.

En el curso de más de veinte años desde cuando presto el servicio Petrino «in medio Ecclesiae» he experimentado la benévola y muy fecunda colaboración de tantos cardenales, arzobispos y obispos, de tantos sacerdotes y personas consagradas -hermanos y hermanas-, en fin, de tantísimas personas laicas, en el ambiente curial, en el Vicariato de la diócesis de Roma, y también fuera de estos ambientes.

¡Cómo no abrazar con grata memoria a todos los episcopados del mundo, con los cuales me he encontrado a lo largo de las visitas «ad limina Apostolorum»! ¡Cómo no recordar también a tantos hermanos cristianos no católicos! !Y al rabino de Roma y a tantos numerosos representantes de las religiones no cristianas! !Y cuántos representantes del mundo de la cultura, de la ciencia, de la política, de los medios de comunicación social!

6. A medida que se avecina el límite de mi vida terrenal vuelvo con la memoria al principio, a mis padres, al hermano y la hermana ( que no conocí porque murió antes de que yo naciese), a la parroquia de Wadowice donde fui bautizado, a esa ciudad que amo, a mis coetáneos, compañeras y compañeros de la escuela primaria, del bachillerato, de la universidad, hasta los tiempos de la ocupación, cuando trabajé como obrero y después en la parroquia de Niegowic, en la cracoviana de San Floriano, en la pastoral de los universitarios, en aquel ambiente …. en todos los ambientes … en Cracovia y en Roma … en las personas que de forma especial el Señor me ha confiado.

Quiero decir a todos sólo una cosa: «Que Dios os recompense».

«In manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum»
A.D.
17.III.2000