Poynter Online se hace eco de un debate interesante sobre ética periodística y blogs. Steve Outing sacó a colación el miércoles un debate ético entre dos posturas de bloggers simbolizadas por el enfrentamiento entre los que él llama «blogging titans» Jason Calacanis (Weblogs Inc.) y Nick Denton (Gawker). El motivo de este choque de posturas se encuentra en la aceptación por uno de los blogs de Denton, dedicado a los gadgets y a la tecnología, de una oferta de Siemens para cubrir la conferencia CeBIT introduciendo un número mínimo de post en su blog dedicados a productos de esta marca. Evidentemente, en el blog de Denton fueron transparentes declarando el acuerdo con Siemens y explicando que los posts sobre los productos serían tan objetivos como siempre lo eran los demás posts.
Calacanis considera que esta postura no es ética (su blog competidor, Engadget, rechazó la oferta de Siemens), con el planteamiento de que un blog tiene una función informativa y que, por tanto, debe tener límites en su trato con aquellos de quienes informa para tener la respetabilidad y confiabilidad… de la prensa y de los periodistas convencionales.
Por mi parte, y es sólo mi opinión, creo que aquí hay dos cosas diferentes en juego: considerar que los blogs son medios de información y por tanto, sujetos de los mismos «privilegios» que tiene la prensa tradicional en tanto que depositarios y ejecutores del derecho humano a la información (con lo que, por extensión, cualquier publicación libre en Internet o por otros medios podría tener la misma consideración); y por otro, cuáles son los límites en los que cabe dudar de la objetividad de un medio o hasta dónde puede llegar un informador, y si esos límites son razonables y coherentes o no (¿dónde está la raíz de la credibilidad y la autoridad «moral» de un medio?). Y ya de paso, observo también un intento un poco patético por parte de unos bloggers de apropiarse de la autoridad y credibilidad de la prensa tradicional (muy escasas, aunque no tan ridículas en EEUU como en España) por medio de una imitación de sus estándares metodológicos que no implican en la práctica una garantía real de honestidad y veracidad, como todos sabemos, aunque vengan bien si se es realmente honesto y veraz (hay que parecerlo además de serlo).