El compañero Felipe González, fiel a su estilo de vida austero, acepta encantado las atenciones del dictador marroquí. No acabo de explicarme qué doble vara de medir se instala en algunas personas para admitir sin aspavientos que un personaje público acepte el agasajo y las ventajas de un dictador (véase García Márquez y Fidel Castro o Felipe González y Mohamed VI) sin perder su prestigio y sin recibir reproches públicos y masivos.
Es la perfecta condensación de la corrupción y la hipocresía.