Usted es «Defensor del lector» de una publicación y, ante el error de la publicación, ¿qué hace? Insultar a los lectores, es de cajón.

Resulta que en una viñeta del suplemento Domingo de El País salen dos faltas de ortografía como camiones: «ovispo» y «elejirán».

El Defensor del Lector responde:

«El Defensor tal vez deba confesar que comprende el error porque los órganos de comunicación de los obispos segregan mala baba. Y quizá uno imagina que el ilustrador combina la intención crítica con el juego ortográfico».

Y reproduce la respuesta de Carlos Matera, el dibujante que perpetró las faltas de ortografía:

«Â¿Ovispos? ¿En qué estaba pensando?… ¿En avispas quizá?… No entiendo, no tengo nada en contra de las avispas…»

«Antes que nada pido disculpas a todos aquellos que se han sentido agraviados por mi causa. Habiendo hecho la primera comunión, mi madre tampoco entendería semejante falta. ¡Si hasta debe ser pecado! Puede que luego de esto pierda muchos lectores, pase a ser una persona non grata para la Real Academia Española y, peor aún, un hereje para la iglesia».

«Después de la caricatura de Mahoma, quizá ésta haya sido la provocación más grave hecha por un humorista gráfico y, por ello, juro y prometo no volver a escribir obispo con v».

«Luego de las sentidas disculpas, quiero dar gracias a Antonio Jiménez Molinos, tanto por leerme como por corregirme; a EL PAÍS por la libertad que me dio en los últimos ocho años para expresar mi humor, así, sin la mínima censura… y a ‘Dios’, por permitirme vivir en este siglo… En otro seguramente, por mucho menos que esto, me hubieran quemado».

Esta semana parece ser que al Defensor del Lector, los lectores le han inundado de correos electrónicos en los que se quejan del tono de la ¿disculpa? del dibujante y del medio.

Y el Defensor del Lector sigue en su defensa numantina, volviendo a insultar a los católicos, que es lo habitual en la casa.

Para ello hace ostentación de su ignorancia sobre la enseñanza de la religión en el resto del mundo occidental y afirma sin pararse a comprobarlo que «El chiste -para no alargarme- trataba de esa circunstancia tan pintoresca que existe en España y que consiste en que un Estado aconfesional pague a unos profesores elegidos arbitrariamente por la jerarquía católica para impartir catequesis en las escuelas públicas».

El hombre no tiene ni idea de que ésa es la situación «pintoresca» que se da en Suecia, Finlandia, Noruega, Holanda, Grecia, Portugal, Luxemburgo, Italia, Alemania, Irlanda y Polonia, entre otros países de Europa. Y que esa situación acaba de ser sancionada como perfectamente constitucional por el Tribunal Constitucional de España. Bueno, tampoco Larraya se ha enterado de que la Constitución defiende el derecho de los padres a educar a sus hijos en sus convicciones morales y religiosas, no en las convicciones de El País y su defensor. Para que no se le lastime la vista, le recomiendo a Larraya un artículo publicado en el diario en el que trabaja, escrito por Rafael Navarro-Vals.

Y sigue el pobre Larraya:

El Defensor, por principio, debe respeto a todos los lectores y debe pedir disculpas porque su trabajo no consiste en compartir públicamente la sátira de los humoristas, ni comprender los errores de edición, cuando ocurren.

Sin embargo, quisiera aprovechar la oportunidad que me ofrecen estos católicos airados para pedir una reflexión sobre la capacidad de formular y encajar críticas, sean satíricas o no, de los medios de comunicación. Confieso mi falta de sensibilidad para saber si un chiste sobre la jerarquía católica, de los privilegios que les otorga un Concordato sobre el que todavía no se ha pronunciado el Tribunal Constitucional, afecta de forma hiriente a su rebaño. No puedo saber, y por tanto me abstengo de especular, si estos fieles notan también la paja en el ojo propio y protestan con la misma caridad cristiana por el lenguaje violento, a menudo injurioso, casi siempre maldiciente de los charlistas que triunfan en el principal órgano de comunicación de la jerarquía católica, que a veces uno no sabe si cuando hablan así les llevan los santos o los demonios. Sería realmente exagerado comparar las críticas al chiste de Matt, y a mis propios comentarios, con las protestas por las famosas caricaturas de Mahoma. Pero debo dejar constancia de que por las cartas y llamadas recibidas hay un relente de fanatismo en el ambiente, realmente preocupante. Mi por tantos motivos tan admirado Fernando Savater, tiene dicho que «la época no parece favorable a la laicidad. Las novelas de más éxito tratan de evangelios apócrifos, profecías milenaristas, sábanas y sepulcros milagrosos, templarios -¡muchos templarios!- y batallas de ángeles contra demonios. Vaya por Dios, con perdón: ¡qué lata!».

Ya te digo, Larraya, mira que eres pesado y mal profesional. Documéntate antes de escribir, respeta a tus lectores, ni siquiera los defiendas. El fanatismo no está, en este caso, más que de tu lado. Que los lectores hayan hecho notar dos faltas de ortografía propias de un analfabeto en una crítica a los católicos no deja de ser otra prueba más de que la intolerancia laicista siempre se asienta sobre la ignorancia.

Eso se cura leyendo. También leyendo a los lectores.