Manuel Molares do Val, mi primo, tiene en su blog dos artículos recientes que se me habían pasado inadvertidos y que traigo a colación por su oportunidad:
Esta fuerza sobre el PSOE de los clanes como el homosexual, los nacionalistas y demás minorías se veía venir, al menos, desde julio de 2003, ocho meses antes de llegar al poder Zapatero.
Fue en un curso en El Escorial que dirigía Zygmunt Bauman cuando el hoy presidente dijo que los movimientos antiglobalizadores, los alternativos y los antisistema podían ser aliados del socialismo para enfrentarse al capitalismo.
El anciano sociólogo polaco, que es mundialmente respetado por sus estudios sobre la globalización, quedó asombrado ante esta propuesta desideologizada, y le advirtió que ese no era el papel de la izquierda, y menos de la socialdemócrata.
Los movimientos sin doctrina ni ideología firme, que se basan en intereses grupales aislados de los del resto de la sociedad, son malos compañeros de un gobierno que se debe a toda la ciudadanía, matizó Bauman.
Pero se ve que ZP no quiso hacerle caso, porque su postsocialismo está demostrando que la vanguardia no son los trabajadores ni la antigua lucha de clases, sino gentes emotivas, con cierta egolatría e intereses de tribu, que creen que la sociedad se mueve por la lucha de clanes.
Como se ve, no es descabellado llamar a esto neoprogresía, postsocialismo o yogur con bífidus, el caso es que el socialismo obrero y Zapatero se parecen tanto como un huevo a una castaña. Es puro afán de poder, me temo.
Una profesora de Madrid contaba estos días a sus íntimos el caso de dos niños de siete y seis años: sus padres varones, que los tienen en custodia, se atrajeron mutuamente cuando los llevaban al colegio.
Los dos hombres decidieron vivir juntos con los niños, que ahora juegan a hacer lo que ven en casa: se besan en la boca, se acarician, e invitan sus compañeros a hacer igual.
La profesora no ha denunciado el caso por miedo a que la tachen de reaccionaria.