Making the facts fit the case for war

The intelligence that led to the Iraq invasion illustrated
clearly that presidents and decision- makers usually get the
intelligence they want.

Richard Goodwin
Fue asistente en la Casa Blanca de JF Kennedy y LB Johnson

Those now trying to figure out what went wrong before the war in
Iraq should bear in mind a simple truth: we are more likely to «know»
what we want to know than what we don’t want to know. That human flaw
is built into the very process of making intelligence estimates.
Perhaps the only way to counter it is if those who make the final
decision beware taking a large risk on what is, inevitably,
speculation. As Kennedy told the National Security Council in the days
after the Bay of Pigs, «we’re not going to have any search for
scapegoats . . . the final responsibilities of any failure is mine, and
mine alone.»

«La inteligencia que llevó a la guerra de Irak ilustró claramente
que los presidentes y los que toman decisiones obtienen normalmente la
inteligencia que quieren».

Como cualquier acto humano, la decisión política de ir a la guerra
tiene un componente moral. Una persona o un grupo de personas toman una
serie de decisiones y las decisiones individuales van marcando el
proceso. La cobardía, la mentira, la comodidad… o, por el contrario,
la valentía, el trabajo concienzudo, la honradez hacen que la balanza
se incline de un lado o de otro. Como no somos ordenadores impasibles,
nuestros deseos y nuestros juicios previos (pre-juicios) actúan sobre
el conocimiento que queremos aprender. A veces nos equivocamos, pero en
otras muchas ocasiones, como refleja Richard Goodwin en este artículo,
no nos importa equivocarnos si nos salimos con la nuestra.

Hace unas semanas estuve escuchando a Daniel Innerarity en Vigo
explicar para qué sirve la política y cómo nos intentan colar los
políticos la absurda idea de que ellos toman las decisiones basados en los informes técnicos
cuando la esencia de la política es, precisamente, superar el ámbito de
lo técnico y ejercer la libertad que los votantes han puesto en sus
manos. No se puede admitir que un político intente quitarse de encima
la responsabilidad de sus decisiones apelando a los informes técnicos
ni, en el colmo del cinismo, a la ONU, como ha hecho Aznar.

Las razones para ir a la guerra las saben ellos. Pueden aducir la
tiranía de Sadam (aunque la tiranía china no les moleste demasiado),
pueden insinuar que derrocar a Sadam ablandaría la voluntad israelí
para negociar (tesis insinuada antes de la guerra y que ahora no parece
recordarse), pueden afirmar que a partir de ahora se puede invadir
cualquier país que desobedezca a la ONU (pese a las reiteradas
desobediencias israelíes), pueden decir la razón que les parezca
conveniente ahora pero ahora ya no tiene importancia, porque lo
esencial es saber si Bush, Blair y Aznar acometieron la manipulación
consciente y sistemática de la opinión pública internacional para
conseguir sus objetivos.

Si eso es así, es realmente paradójico que los campeones de la
libertad y de la democracia menosprecien la opinión pública para
imponer la democracia en Irak. Y que apelen a informes técnicos para no
ser responsables de su propia libertad.