Dios como problema – ELPAIS.es – Opinión

Estaba leyendo este artículo del precipitado enterrador de Dios, Saramago, y lo vi tan endeble que no sabía ni si merecía la pena decir algo. Por otra parte, el escritor portugués muestra un deseo tan ferviente de que alguien le haga caso que hasta me estaba enterneciendo: «No tengo ninguna duda de que este artículo, empezando por el título, obrará el prodigio de poner de acuerdo, al menos por una vez, a los dos irreductibles hermanos enemigos que se llaman Islamismo y Cristianismo, sobre todo en la vertiente universal (es decir, católica) a la que el primero aspira y en la que el segundo, ilusoriamente, todavía sigue imaginándose. En la más benévola de las reacciones posibles, clamarán los biempensantes que se trata de una provocación inadmisible, de una indisculpable ofensa al sentimiento religioso de los creyentes de ambos partidos, y, en la reacción peor (suponiendo que no haya peor), me acusarán de impiedad, de sacrilegio, de blasfemia, de profanación, de desacato, de tantos cuantos delitos más, de calibre idéntico, sean capaces de descubrir, y, por tanto, quién sabe, merecedor de una punición que me sirviera de escarmiento para el resto de mi vida». Angelito, como si no hubiera asuntos más graves en el mundo que tu artículo.

Luego leí éste de Juan Manuel de Prada y llegué a la conclusión de que, efectivamente, no merecía la pena. Solzhenitsyn, que también es Nóbel, le contesta mucho mejor de lo que yo podría y desde la altura moral de un represaliado por el comunismo que Saramago admira:

«Los fallos de la conciencia humana, privada de su dimensión divina, han sido un factor determinante en todos los mayores crímenes de este siglo, que se iniciaron con la Primera Guerra Mundial, a la que se remontan la mayor parte de nuestras desgracias. Esa guerra […] se produjo cuando Europa, que por entonces gozaba de una salud excelente y nadaba en la abundancia, cayó en un arrebato de automutilación que no pudo más que minar su vitalidad a lo largo de, por lo menos, todo un siglo y quizá para siempre. Esa realidad sólo puede explicarse por un eclipse mental de los líderes de Europa, debido a la pérdida de su convicción de que, por encima de ellos, existía un Poder Supremo».

Ambos artículos tratan sobre el terrorismo islamista y parece mentira que se llegue a diagnósticos tan diferentes aunque se entiende mejor si, al leer el artículo de Saramago, se percibe la cantidad de realidad que falta en él. Por ejemplo, de dónde sale el terrorismo, de qué ideología revolucionaria que propugna que la violencia es la aliada del proletariado para alcanzar el paraíso comunista.