En mi vida (37 años) he oído hablar muchas veces de Hans Küng, casi siempre con admiración, en «ámbitos» considerados por los pseudocomunicadores pseudoprogresistas (unos snobs, en resumen) como «católicos neoconservadores», según ellos contrarios a estos teólogos disidentes. Ámbitos, gentes, a los que se asocia de un plumazo y sin ninguna reflexión por parte de estos falsos comunicadores con el seguimiento fanático y descerebrado del Papa, de la jerarquía y de las tradiciones más rancias y preconciliares. En estos días de tristeza/alegría y oración, hay un intento de confundir al gran público repitiendo, una vez más, falsos debates internos en la Iglesia. Hay debates, y hay discrepancias, pero no son los que señalan algunos interesados que, desde fuera, quieren hacerse una «Iglesia a medida». Me está resultando molesto, lo reconozco; y por eso escribo este comentario tan largo sobre las críticas a Juan Pablo II, los reproches que se le hacen y su falta de sentido, así como sobre los jóvenes que tanto salen estos días en la tele y el «futuro»… (Iba a poner ésto como comentario en el post de «Selección de artículos sobre Juan Pablo II«, pero se me ha ido mucho la tecla… 😉
Hans Küng. Admirado en mi familia y en mi entorno. En mi opinión, este grupo de teólogos (Küng, Boff…) dijeron cosas importantes. Y muchas de esas cosas eran ciertas. No entro a juzgarlos; no he leído mucho de ellos, ni he seguido la polémica de cerca. Pero lo que conozco del tema, que es bastante, me dice que, incluso siendo importantes, sus ideas no son trascendentales, no son esenciales para el cristianismo. Han servido para hacer pensar a los católicos del post Concilio, y eso es bueno, aunque luego llegue Ratzinger y les amoneste. Se pueden decir cosas importantes aunque se tenga una orientación global equivocada. Considero que es más inteligente tomar lo bueno que hay en todo, en vez de ver sólo lo malo.
He leído hoy (ayer era imposible entrar en Aciprensa) los artículos de Küng y de Messori. Es verdad que el artículo de Küng es una copia de una copia de una copia de sí mismo, y que lleva años rodando casi sin alteraciones: yo mismo lo leí hace mucho tiempo, y lo están copiando muchos articulistas estos días, incluso sin citar a Küng (lo que demuestra que hay muchos interesados en crear un clima de opinión crítico hacia el Papa fallecido y de influir, si es que pueden, en las tendencias de la Iglesia antes de nombrar al nuevo Papa). Küng decía algunas cosas interesantes en ese artículo, válidas incluso hoy día; otras, la gran mayoría, me parecen un tanto surrealistas, fuera de tiempo y lugar, en lo cual estoy de acuerdo con Messori al criticarle. Por su parte, Messori ha hecho un artículo muy correcto y desmitificador, aunque -como comenta algún internauta en la parte de abajo de esa página- se ha columpiado afirmando cosas inciertas e incluso absurdas sobre la situación del catolicismo en Latinoamérica, por ejemplo.
Francamente, me parece un debate insustancial. Küng mezcla churras con merinas y se le ve muy desfasado. Hay cosas en las que la Iglesia está cerrada en banda (sacerdocio de casados, mujeres en el clero, cosas así) pero que podrían cambiar sin mayor importancia en un momento dado: no son dogma de fé, ni supondrían una «revolución» si se permitieran, ni suponen una lacra o grave daño porque no se permitan… ahora. Considero que son temas opinables y el resultado de situaciones históricas, más que de la Revelación. Y no afectan, para nada, a lo esencial del mensaje cristiano: que Cristo murió y resucitó para salvarnos y para llevarnos a la felicidad y a la vida eterna (con todo lo que ello implica que es muy largo de contar y no es lugar). También me parecería discutible o incluso criticable de la Iglesia su «apuesta por los pobres»… Que hay riquezas en la Iglesia (depende de dónde y de cómo y es mucho menor de lo que se imagina la gente, pero haberla hayla), y que a veces hay personas y lugares donde clero y seglares se acomodan en el aburguesamiento mientras en otros sitios la gente muere de hambre, eso es un hecho innegable. Pero también hay que ser cegato y corto de entendederas para ignorar que siempre ha sido así y siempre será así, por injusto que parezca, porque no es algo que dependa de la institución, sino de las personas que la componen: pecadores, corruptos y aprovechados los hay en todas partes y la Iglesia está compuesta de seres humanos, no marcianos. Además, se confunde el Evangelio con una facilidad que sólo puede ser fruto del desconocimiento. Jesús no «apuesta por los pobres«: come en casa de Zaqueo, de los publicanos, y se trata con lo peorcito del «capitalismo» de la Judea de su época; acepta un tarro de carísimo perfume que, según Pedro y los demás apóstoles, podía haberse gastado mejor en dar de comer a los pobres… Jesús apuesta, en realidad, por los pecadores, tengan el dinero (o el poder, o la influencia) que tengan. Eso sí, lo deja muy claro: antes entrará un camello por una aguja que un rico en el Reino de los Cielos; la parábola de Epulón y Lázaro es dura y directa, y no deja lugar a dudas. Pero también dijo que «pobres los tendréis siempre con vosotros». Jesús sacude las conciencias. No ataca al rico, sino a la conciencia del pecado. Cuando come con Zaqueo, cuando perdona al publicano, éstos dan su dinero a los pobres por su propia iniciativa, es decir, devuelven el dinero que han ganado injustamente al comprender el alcance de lo que han recibido y el sufrimiento de los otros. Jesús no ataca al dinero justo, sino al injusto. Y recomienda creer en la Providencia, en el poder de Dios, porque no sólo de pan vive el hombre, y porque si Salomón en toda su gloria no se vistió con el lujo de las flores, qué no hará Dios por nosotros.
Esto son algunos ejemplos de cuestiones, mencionadas (mejor y peor) por Küng y otros muchos, y debatidas en la calle por católicos y no católicos, que me parecerían dignas de comentar o discutir. Pero luego hay otras cuestiones que se mezclan con las anteriores sin venir a qué. ¿Aceptación del divorcio? Seamos serios, Jesús perdona, pero luego no le da una palmadita en la espalda diciéndole «qué maja eres, no te preocupes que lo que haces está bien hecho» a la prostituta, ni a Herodes, ni a la samaritana del pozo que vive con alguien que no es su marido, ni a los saduceos que le proponen el caso de la mujer casada con siete hermanos, ni a los fariseos cuando le hablan del derecho al repudio (lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre). ¿Aceptación de la contracepción, de la manipulación de embriones…? No se puede decir tal cosa de quien, más allá de defender la vida, era la Vida misma y la daba, incluso por sus enemigos; que decía que «quien hiciera daño a alguno de éstos» niños, más le valía colgarse una piedra al cuello y tirarse al mar; que salmodiaba en la sinagoga como todos los judíos («los hijos son como flechas en manos de un guerrero, dichoso el que tenga llena su aljaba»); que exigía una confianza total en la Providencia y el poder de Dios, incluso para andar sobre las aguas (no digamos ya para tener y mantener a los hijos); que leía la Ley y el Génesis (creced y multiplicáos) y lo refrendaba por completo, siendo El como era la plenitud de la Ley; o que condenaba la matanza de los Inocentes; que predica y ejemplifica el sufrir y morir por los demás sin paliativos, para salvar sus vidas. ¿Aceptación del preservativo para combatir el Sida? Desde el momento en que se promueve el amor entre el hombre y la mujer (hombre y mujer los creó Dios, y no otras cosas, para estar unidos), el a-m-o-r, no la promiscuidad (fornicación es el término bíblico también condenado expresamente por Jesús, y de hecho basta con «mirar» con deseo para pecar…), el preservativo está fuera de lugar como método general. Y los hechos de momento son tozudos contra quienes critican salvajemente a Juan Pablo II y a la Iglesia por rechazar el preservativo y proponer la castidad y fidelidad como alternativa contra el Sida: el caso de Uganda, donde el Sida se ha reducido en un 50% desde 1992 (en llamativo contraste con el resto de Africa donde la pandemia galopa incontroladamente), es ocultado por instituciones y organismos, así como por la prensa presuntamente progresista, porque el Gobierno ugandés (caso único en el mundo) no basa su campaña de lucha contra la enfermedad en el preservativo, sino en la abstinencia y la fidelidad conyugal.
La Iglesia, compuesta por humanos, es falible. La historia de la Iglesia está llena de salvajadas y tropelías cometidas por presuntas «gentes de Iglesia». Una y otra vez se nos viene a la memoria la Inquisición, las guerras de religión, las evangelizaciones «a la fuerza»… En nombre de Cristo se ha perseguido a judíos, se han hecho Cruzadas… Y una y otra vez, los «bienpensantes», de mucha voluntad y poco pensamiento, mezclan churras con merinas, identificando la Iglesia con los que la componen o la dirigen, y recurriendo al pasado para justificar sus posturas del presente, queriendo que se pague por lo que han hecho otros ya enterrados que no olvidados. La Iglesia es mucho más compleja que todo esto. Es criticable, por supuesto, y el Evangelio se ha entendido de modos distintos según el momento histórico. Pero hay bases incuestionables. Se podrá estar de acuerdo o no con la doctrina, pero no se puede pretender que cambie, o mejor dicho, no se la puede poner a parir sólo porque no cambie, ya que es lógico que no cambie: si cambiara estaríamos hablando de una religión adaptable, acomodaticia, una ideología volátil que hace siglos habría muerto. Sin esa doctrina desaparecería no ya la Iglesia, sino el cristianismo; sería otra cosa.
Por otro lado, se le puede pedir a la Iglesia que se acerque más al ideal de pobreza evangélica, que existe. O que sea más flexible en determinados temas sobre los carismas, sobre la jerarquía. O que abra más puertas a la reunificación de los cristianos, no aceptando desviaciones de la doctrina, pero sí aceptando otras formas de liturgia o de estructura eclesial, que al fin y al cabo son formas temporales, históricas. Hay muchas cosas que necesita la Iglesia. ¿Por qué la gente, los bienpensantes, los presuntos intelectuales, no critican constructivamente sobre esos temas? Quizás porque no interesa. Seguir a Cristo siempre será un camino para que te crucifiquen, un camino de sufrimiento. Esas cosas no interesan. Un cristianismo incómodo no «mola». Pues es lo que hay. Ya lo decía Jesús: el que quiera seguirme, que se prepare que va listo, que la Cruz pesa la leche y cuando llegues al final te clavan en ella con toda la mala uva. Es lo que tiene, y no va a cambiar, tanto si nos gusta como si no. Tampoco se trata de que la Iglesia se «abra» para que haya más vocaciones religiosas, para que no «se alejen los jóvenes» (sic)… Una cosa es evangelizar (comunicar la Buena Noticia a todos los pueblos), y otra muy distinta es hacer proselitismo. Los cristianos son la sal de la tierra; unos pocos granos, como la levadura, perdidos en medio de la masa. Si la sal pierde sabor, se la tira. Si no hay levadura, la masa no fermenta. Pero para que la masa fermente, sólo hay que echar una pizca de levadura. O para que un plato gane sabor, una pizca de sal. Nada de meter un sobre entero de levadura, o de echar al plato la bolsa entera de sal. Los cristianos nunca seremos mayoría, al contrario. Cuando lo hemos sido (por decreto, desde Constantino hasta el Medioevo y después en nuestra civilización occidental), la hemos fastidiado bastante. La Iglesia no debe estar con el poder. Pero «habemos» muchos pecadores en la Iglesia, y lógicamente, pecamos. Eso no invalida lo que dijo Cristo, al contrario: no vino a salvar a los justos ni a los «bienpensantes», sino a los pecadores como yo. Eso es lo que hay en la Iglesia.
Por último, no quería dejar pasar la ocasión de comentar una cosa de un tema algo diferente: la masiva respuesta de los jóvenes. Los medios de comunicación han errado, en mi opinión, al analizar el atractivo de Juan Pablo II para los jóvenes. La clave, en mi opinión, está en que Juan Pablo II ha apoyado a los «nuevos movimientos», los cuales sí están conectados con la juventud, y son esos jóvenes (del Opus Dei, del Camino Neocatecumenal…) en masa, porque son cientos de miles o quizás millones, los que han salido a la calle a rezar estas noches en miles de ciudades, a cantar y rezar; son los que están yendo a Roma, acampan allí y pasan 8 horas en una cola gigantesca (cosa que no hay persona «mayor» que lo aguante así como así) para ver al Papa muerto. No es la juventud corriente y moliente, no es la juventud del botellón o la fiestuqui, esa juventud que ciertamente no va a misa; en cambio, es la juventud «invisible» pero numerosísima que acudió a los Encuentros con el Papa año sí y año también; que acude todas las semanas a actos litúrgicos y actividades de todo tipo en sus respectivos movimientos, en sus parroquias, en sus grupos y, sobre todo, en sus familias. Esos jóvenes que han sorprendido a propios y extraños son los que ahora abarrotan las plazas romanas y los telediarios, los que dejan perplejos a esos intelectuales de «izquierda» (y también a muchos de «derecha») que consideraban a la población joven como su base social de simpatizantes y de votantes, contrarios a las exigencias morales del Papa y «alejados de la Iglesia». Quizás sea el sentido común lo que esté lejos de algunos… Esta inesperada presencia de los jóvenes junto al Papa no debe engañarnos: hay un fuerte alejamiento en la sociedad. Pero no es tanto como «predican» algunos interesadamente. No todo es tan simple en el mundo de las ideas y las creencias. La «cultura de la facilidad» no es definitiva e inexorable, al contrario. Y la tendencia al alejamiento se está revirtiendo, en buena parte gracias a la integración del cristianismo en la vida normal y cotidiana por parte de los miembros, y de los jóvenes, de estos «nuevos movimientos».
Al respecto de los nuevos movimientos recomiendo leer este artículo de La Vanguardia, bastante neutral -y con no pocas inexactitudes, pero creo que honesto-, sobre el apoyo y el auge de los mismos durante el pontificado de Juan Pablo II, así como su posible influencia en la Iglesia actual. Como veréis, el artículo procura no entrar en valoraciones, y da una perspectiva sobre las tendencias hoy día en la Iglesia. En mi opinión, estos nuevos movimientos, o algo muy parecido, son el futuro. Con todas sus ventajas… y sus defectos, que los tienen. Pero eso ya es tema para otro día…