El Santo Padre se ha estabilizado dentro de la gravedad de su estado.

En ese pequeño dormitorio de Juan Pablo II se está verificando el acontecimiento que tiene en vilo a millones de personas, dentro de la normalidad de la muerte de un anciano extenuado, pero con rasgos especiales. Por ejemplo, a los pies de su ventana cientos de personas pasaron la noche durmiendo en el suelo o sin dormir.

Ha llegado a articular unas palabras para las personas que le acompañan en su agonía, que en el fondo somos todos nosotros. Con la ayuda de D. Estanislao, su secretario, ha conseguido decir: «Estoy feliz, estad vosotros felices». Es la batalla final de un santo y él la sabe ganada, con la ayuda de su Señor y de su Madre.

Ayer escuché en la Cope lo que decía un amigo de la infancia del pequeño Karol: «Vosotros le conocisteis como el gran guía y el gran hombre que es, y lo entiendo, yo también le aprecio así. Pero yo conocí al niño y entre el niño y el gran guía me quedo con el niño. Cuando nosotros jugábamos despreocupadamente, él ya estaba forjando su férrea voluntad. El Señor le había echado ya el ojo y ambos jugaban juntos».

Karol y Dios siguen jugando, aunque nosotros no podamos ni queramos reprimir el llanto.