Candelas es una enfermera de Vigo que desde hace ocho años vive en el Congo, dirigiendo una escuela de enfermería y atendiendo a pacientes en Monkole, un centro hospitalario promovido por el Opus Dei en un barrio periférico de Kinshasa.

Estuvo pasando unos días aquí, con su familia, y el miércoles volvió al Congo, a pasar la Navidad con las gentes de allí. Parece ser que la situación es muy dífícil, por la guerra y los problemas que están teniendo en el país.

Su hermano Quique me decía: «Necesitan recursos para formar a enfermeras que a su vez atiendan a más gente, pues están saturadas por todas partes. Cada euro es decisivo, pero para que os hagáis una idea, con 300 euros se pagan los estudios de una persona durante todo un año».

[pullquote]Le he dicho a Candelas y Quique que tengo este blog y que lo ponía a su disposición para difundir lo que hacen en el Congo y solicitar de vuestra buena voluntad una ayuda para Monkole.[/pullquote]

Hay un número de cuenta que dejo aquí por si podéis y queréis ayudarles:

0075 0125 4906 7002 6902. (A nombre de CECFOR, en el Banco Popular, ref: Escuela de Enfermería).

Candelas es una mujer del Opus Dei, como tantas otras que también trabajan en España y en otros países del mundo.

Hace unas semanas salió un reportaje sobre su labor en el Faro de Vigo que podéis leer en seguir leyendo ya que la hemeroteca de Faro en la Red no lo recoge.

Ha quedado de enviarme noticias y espero seguir informando de cómo va.

Las ‘chicas de la higiene’ del Congo

Hace siete años, Candelas Varela –enfermera de Vigo- viajó a la república democrática del Congo para poner en marcha una escuela de enfermería. En la actualidad, esta joven del Opus Dei dirige en Kinshasa el ISSI-Monkole, uno de los centros de formación sanitaria más prestigiosos del país. Sus alumnas son conocidas como las ‘chicas de la higiene’.

J.A. Otero Ricart / El Faro de Vigo
10 de noviembre de 2004

Con la experiencia adquirida en varios hospitales españoles y una enorme ilusión, Candelas Varela aterrizó en Kinshasa un buen día de septiembre de 1997. Sus ojos descubrieron de golpe un mundo totalmente nuevo. “El recuerdo que tengo es el de haber abierto bien los ojos, queriendo ver todo y pensando que era como lo que se ve en la televisión de las zonas de guerra en África”.

“Sin embargo –continúa-, no se veía a la gente triste; al contrario, en todo el trayecto del aeropuerto hasta mi barrio, unos veinticinco minutos en coche, aunque era muy temprano –sobre las 6 de la mañana- vi muchos sitios con música donde la gente cantaba y bailaba”. Aunque Candelas llegó al antiguo Zaire apenas cuatro meses después de que Kabila se hiciese con el poder tras derrocar a Mobutu, “la situación política, pese a no ser muy estable, estaba tranquila”.

Para adaptarse mejor al país y al trabajo que iba a desempeñar en la escuela de enfermería, pasó un año haciendo “prácticas” en los cinco hospitales más importantes de la capital congoleña. Lo que más le impresionó fue la capacidad de adaptación de todos los profesionales del sector médico.

“Es increíble cómo consiguen trabajar sin apenas el mínimo de material, sin agua corriente, sin nada se podría decir. Aprendí muchísimo durante ese año y pude vivir de cerca todos los problemas y la situación a la que debe hacer frente el enfermero en el Congo. La casi totalidad de las infraestructuras sanitarias del país se encuentra en un estado de ruina y los esfuerzos de mantenimiento e incluso de construcción se deben sobre todo a las ONG y a los organismos de cooperación al desarrollo”.

Después pasó otro año trabajando en Monkole, un centro hospitalario promovido por el Opus Dei en un barrio periférico de Kinshasa. El hospital fue inaugurado en 1991, cuenta con una capacidad de 40 camas y en un futuro proyecta construir un complejo de 150 camas. “El objetivo de sus promotores –añade Candelas- es el de prestar cuidados de calidad a la población. La higiene es uno de los aspectos que más se cuidan; se pone todos los medios para tratar de trabajar en las mejores condiciones posibles y con la mayor profesionalidad”.

Enseñanza de calidad

El centro médico ayuda a centenares de pacientes.
Monkole, viendo la necesidad de enfermeras que tenía el país, se decidió a crear una escuela de enfermería y pidió ayuda a la cooperación francesa. El proyecto fue aprobado y el ISSI –Institute Superieure en Sciencies Infirmières- abrió sus puertas en 1997 con una veintena de alumnas. “Al igual que Monkole, el ISSI pretende una enseñanza de calidad con un material didáctico de buen nivel y con todo lo necesario para formar profesionales de calidad- comenta su directora. El objetivo de estas dos instituciones no es salir al paso de una situación de urgencia en el país, sino el de contribuir al desarrollo duradero”.

Desde que fue inaugurado en 1997 por el ministro de Educación, el ISSI está en el punto de mira de todo el país. “Ahora ya somos conocidos casi por todo el mundo –relata Candelas- y tanto el ministro Emile Ngoy Kasongo como la asociación de enfermeros del Congo nos citan como ejemplo en cada reunión”.

Conocimientos técnicos, cuidados humanos
En la Escuela de enfermería las alumnas pagan la mitad de los gastos reales, o sea, 300 euros al año. A pesar de ello, muchas no pueden pagar ese monto y se les busca una beca de estudios. La mayoría de las alumnas que han terminado trabajan en los hospitales de Kinshasa o en otras regiones del interior del país. Cada vez están más solicitadas, sobre todo porque los cuidados que ofrecen son no sólo técnicamente buenos, sino también humanos”.

Durante los periodos de prácticas que las alumnas realizan en los diferentes hospitales de Kinshasa, se las conoce como “las chicas de la higiene”. Los informes que se reciben de ellas son muy positivos, sobre todo en los puntos esenciales en los que se ha querido poner el acento al formarlas: higiene, responsabilidad y relación con el enfermo.

Para reforzar esos aspectos, desde el año 1999 comenzaron a organizarse en el ISSI seminarios de una semana de duración para reciclar al personal sanitario. La iniciativa tuvo una gran acogida y la demanda es cada vez más fuerte gracias también al prestigio que se ha ganado la Escuela.

“Ahora tenemos 54 alumnas en Primero. Es el primer año que alcanzamos esas cifras pues las promociones anteriores fueron más reducidas; y es que ya empezamos a ser conocidos por poner el acento en la formación humanística de las futuras profesionales junto con la formación en valores humanos”, concluye.

Una doctora de Monkole.
Alumnas con dificultades y empeño
Las condiciones de vida del Congo tienen muy poco que ver con las de Occidente. Como la mayoría de la población, las alumnas de la escuela de enfermería carecen de agua corriente en sus casas, que además sufren cortes en el suministro eléctrico que además pueden durar dos o tres semanas.

Alumnas como Pamela, que está en 3º de enfermería. Es huérfana y el año pasado se quedó en casa sin estudiar porque no tenía dinero para pagar la inscripción. Ahora ha empezado otra vez sus estudios en tercero pero la persona que le habría prometido que iba a ayudarle a pagar la matrícula se ha ido del país y Pamela se encuentra en una situación muy difícil para seguir estudiando.

O como Magalie, que cursa 2º de enfermería, y es la mayor de una familia de 8 hermanos. Su padre es funcionario y no le pagan desde hace varios meses. “A su madre, la única que tenía un trabajo estable –nos relata Candelas-, su padre acaba de echarle de casa porque dice que es la responsable de la muerte de su hijo pequeño, que falleció de una meningitis. Ahora Magalie no puede pagar sus estudios y se ausenta mucho de clases, no estudia porque no consigue centrarse, tiene que ocuparse de sus hermanos”.

La situación del país se refleja como en un espejo en la vida de estas jóvenes estudiantes de enfermería. El padre de Gloria murió de sida hace 6 años y su madre es seropositiva. Es la quinta de una familia de 9 hermanos, donde el mayor es el único que trae algo de dinero a casa. “Gloria es muy inteligente –apunta la directora del centro-. Fue la mejor de su colegio en el diploma de Estado (equivalente a la selectividad) y en primer año en Enfermería fue la primera de su clase. Vive muy lejos de la Escuela, en un barrio sin luz. En cuanto llueve el río que está al lado de su casa se desborda y tiene que salir en piragua. Parece mentira pero esto que aquí ocurre porque las casas están construidas sin respetar las mínimas reglas de urbanismo, lo que hace que no haya canalizaciones de agua ni alcantarillado”.

Maguy, otra de las alumnas, está en tercero. Su padre, que era piloto del presidente, desapareció el año pasado en un accidente de avión, pero todavía no le han declarado muerto. “Por esta razón su madre no puede recibir la pensión ni pagar los estudios de su hija, señala Candelas. Además, Maguy padece una enfermedad de la hemoglobina bastante frecuente en este país. Tiene la anemia AS y varios hermanos con la misma enfermedad (drepanocitosis) pero en su forma grave (anemia SS). Tres de sus hermanos ya han muerto de esta enfermedad. La última fue una chica de 18 años que murió este año. Su madre tuvo una depresión ante tanta desgracia y se ha ido de casa. Es Maguy la que se ocupa ahora de la casa y de sus hermanos”.

Otro caso similar es el de Laure, alumna de primer curso: “Es huérfana de padre, que era médico y tenía tres mujeres (aquí la poligamia es algo muy corriente). Ella es la mayor de su familia (3 hermanos). Su madre está en paro porque en la empresa en la que trabajaba la han echado por falta de trabajo. Vive muy lejos de la Escuela y tiene que coger 6 autobuses cada día. Comenzó sus estudios con un año de retraso, el que estuvo trabajando para conseguir dinero para la inscripción”.

Por último, Candelas insiste en una idea: “Cuando se habla de África siempre se destaca lo que no funciona, la miseria y el dolor; si menciono las dificultades de nuestras alumnas, es precisamente para mostrar su afán de superación, para hablar de lo que sí funciona en ayuda al desarrollo”.