Ya sabemos que el 11 de septiembre ha sido un punto de no
retorno en nuestra historia. Muchas cosas han cambiado. Se habla de
secuelas psicológicas en más de 10 por ciento de la población
neoyorquina, de la estupefacción ante el horror que los atentados
brutales han provocado.
Pero aquí y allá surgen hechos que merecen ser tenidos en cuenta
porque nos hablan de que el mundo es bueno y la gente, la inmensa
mayoría, también. Es evidente que los atentados de Nueva York y
Washington nos han dejado sorprendidos precisamente por su
excepcionalidad. Tanta maldad no es lo habitual, gracias a Dios, y nos
topamos cada día con miles de actos humanos pequeños que ayudan a
salvar vidas. Y también, entre tanta locura terrorista, hay héroes del
silencio que arriesgan su vida o, incluso, la pierden, por ayudar a los
demás.
A los pocos días del atentado, Televisión Española (TVE) entrevistó
a un médico español, ya mayor, que vive en Nueva York desde hace muchos
años. Allí nació su hijo, Jerome, al que él cariñosamente llamaba Jero
con toda la fuerza de la «jota». Enseñaba su foto, la de un hombre
joven y muy fuerte, era policía de Nueva York. Su padre confiaba en que
lo iban a encontrar entre los restos del World Trade Center, porque
Jero estaba desaparecido ya que había acudido en ayuda de las víctimas
a la primera llamada. Pedía a los televidentes un avemaría por su Jero.
El domingo 23 de septiembre, Luis Rojas Marcos, otro médico
psiquiatra español que vive en Nueva York y, además, dirige el Sistema
de Sanidad y Hospitales Públicos de Nueva York; publicaba un artículo en El País
que titulaba «Angeles anónimos en Nueva York». Los atentados a las
Torres Gemelas pillaron a Rojas Marcos muy cerca del sitio. Estando a
pocos metros del desastre y siendo responsable de las infraestructuras
sanitarias, necesitaba ponerse en contacto urgentemente con los
hospitales y su movil fallaba. Un hombre se ofreció a prestarle su
despacho para realizar las llamadas en un edificio, el Financial
Center, muy cerca de las torres. Cuando se encontraba llamando por
teléfono, la primera torre se derrumbó y la confusión fue mayúscula.
Había que evacuar el edificio. «En medio de una confusión angustiante
-describe Rojas Marcos- aparece un individuo totalmente desconocido
para mí quien con palabras firmes y serenas nos infunde esperanza. A
continuación, este ángel anónimo, desafiando el peligro, empieza a
explorar posibles salidas, nos guía con una linterna y gracias a él
logramos escapar ilesos entre una inmensa montaña de escombros
salpicada de cuerpos sin vida.» Prosigue el artículo explicando la
explosión de actos de generosidad que se han dado en Nueva York a
partir de estas catástrofes.
Está prácticamente probado que los pasajeros del avión secuestrado y
estrellado en Pittsburgh frustraron los planes asesinos de los
terroristas. Varios hombres de entre los pasajeros se rebelaron e
hicieron estrellarse el avión contra el suelo. Algunas de estas
personas llamaron a sus seres queridos diciéndoles que sabían lo que
había pasado en Nueva York y que iban a hacer algo al respecto.
Todos hemos escuchado grabaciones de las llamadas de personas que se
encontraban en las Torres Gemelas y quisieron hablar con sus seres
queridos. En esos momentos en que se sabe casi con certeza que se va a
morir su empeño mayor era dejar claro que querían a aquellos con los
que hablaban y habían compartido su vida. Su último pensamiento no
había sido nada que tuviera que ver con el odio o el resentimiento,
sino el amor.
Después de los atentados un reportero de la CNN preguntó a la viuda
de una de las víctimas qué pensaba sobre las represalias. La mujer
contestó consternada que era una idea desdichada.
Se hace necesario destacar lo evidente: la mayoría de las personas
son buenas y decentes. Muchas están dispuestas a morir por los demás si
es necesario. De esa generosidad desinteresada se nutre la condición
humana y se ha tejido nuestra historia durante siglos. Ha ocurrido en
Nueva York, Washington y Pittsburgh pero estos monumentos a la
condición humana se dan en todos los rincones del planeta, también en
Afganistán. Debemos ser conscientes de la gente decente que habita
nuestro planeta, de los millones de héroes anónimos, a todos aquellos
que nos hacen sentirnos orgullosos de ser humanos. En estos momentos de
pesimismo sobre la condición humana es necesario saber que somos más y
que el mal no prevalecerá.