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Ignasi Guardáns

«La legislación polaca en los ámbitos que corresponden al orden moral que rigen la vida social, la dignidad de la familia, el matrimonio y la educación, así como la protección de la vida, no podrán en ningún caso ser limitados por disposiciones internacionales». Así lo proclamaba solemnemente el 11 de abril de 2003 la Dieta (Parlamento) de Polonia con el apoyo de los que hoy son oposición. Los días 7 y 8 de junio de ese año se iba a celebrar el referéndum de adhesión de Polonia a la Unión Europea. Y un tal Roman Giertych estaba organizando con eficacia el frente del no levantando serios temores morales en la población a los que había que dar respuesta. El discurso radicalmente ultramontano de su católica Liga de las Familias, apoyado expresa o tácitamente por una parte del clero y de la jerarquía ponía seriamente en peligro el proceso de adhesión.

El laicista miembro de CiU, Guardáns, a quien algunos de sus compañeros de partido se negaron a votar por su cerrilidad antirreligiosa, escribe hoy un artículo en El País que, sin querer, revela la enorme incoherencia de esta Unión Europea que tenemos.

Resulta que unos sujetos a los que nadie ha elegido -Comisión Europea y Consejo de Ministros- deciden por encima de las voluntades soberanas de los países democráticos cuáles son los valores de esos ciudadanos.

Y si no es así, ya se encargan eurodiputados mendaces de hacer creer lo contrario. Por ejemplo, Guardáns sabe perfectamente que no hay ningunos valores europeos fuera de la Declaración de Derechos Humanos y que no existe en ningún lugar un derecho al matrimonio homosexual, pero él se empeña en explicar en este artículo que la pérfida Polonia, por no aceptar ese modelo extraño de unión, es una excepción, cuando resulta que la excepción es España.
¿Qué dirían los católicos Adenauer, De Gasperi, Monnet y Schuman de una Unión Europea que ellos fundaron y de la que ahora serían expulsados por carcas?