“A medida que se acerca el final de mi vida terrena, vuelvo con la memoria a los inicios, a mis padres, a mi hermano y a mi hermana (a la que no conocí, pues murió antes de mi nacimiento), a la parroquia de Wadowice, donde fui bautizado, a esa ciudad de mi amor, a mis coetáneos, compañeras y compañeros de la escuela, del bachillerato, de la universidad, hasta los tiempos de la ocupación, cuando trabajé como obrero, y después a la parroquia de Niegowic, a la de San Florián en Cracovia, a la pastoral de los universitarios, al ambiente… a todos los ambientes… a Cracovia y a Roma… a las personas que el Señor me ha confiado de manera especial.

A todos sólo les quiero decir una cosa: «Que Dios os dé la recompensa»

(Del testamento de Juan Pablo II)

Hoy, a esta hora, hace un año, Juan Pablo II se iba al Cielo. Esta mañana, en Madrid, miles de personas se reunieron en la plaza de Colón para recordarle.

En estos momentos, el Santo Padre Benedicto XVI está dirigiéndose a la gente después de haber rezado el Rosario, asomado a la ventana de su estudio en la Plaza de San Pedro, unido a la muchedumbre, como hace un año. Mañana, lunes 3 de abril, a las 17,30, se celebrará el funeral, presidido por Benedicto XVI, en la misma Plaza de San Pedro.

Además, el Papa Joseph Ratzinger recordará a su predecesor en un encuentro con la juventud de Roma que tendrá lugar el jueves 6 de abril, en la plaza de San Pedro del Vaticano, en el que se acogerá la Cruz peregrina procedente de Colonia, en el marco de las celebraciones de este año de la Jornada Mundial de la Juventud.
También desde Roma a Cracovia han ido corriendo varios atletas polacos, portando la, así llamada, antorcha de Lolek. Lolek era el nombre familiar de Karol Wojtyla. La llama llegó hoy a Cracovia, donde fue acogida por el cardenal Stanislaw Dziwisz, su secretario, y por miles de peregrinos reunidos en la catedral, al inicio de una vigilia de oración que tiene como momento culminante las 21.37, hora en la que murió el Papa.

Como entonces, no estamos solos ni aislados, en multitud de lugares de todo el mundo se le recuerda. En memoria de nuestro querido Juan Pablo II, queremos recordar el extracto de un texto, hecho público esta semana, del cardenal Stanislaw Dziwisz –arzobispo de Cracovia–, quien fue secretario de Juan Pablo II.

“La profunda unión con Dios de Juan Pablo II y su participación en el misterio pascual se revelaron con toda su plenitud en los últimos días de su vida. El cuerpo se debilitaba cada vez más, pero permaneció fuerte en el espíritu y «amando hasta el final» (Juan 13,1). Por primera vez, el Papa no pudo presidir los ritos del Triduo Pascual. «Estoy espiritualmente con vosotros en el Coliseo», escribió el Viernes Santo en el mensaje destinado a cuantos participaban en el Vía Crucis, y añadió: «La adoración de la Cruz nos invita a un compromiso del que no podemos sustraernos: la misión que san Pablo expresaba con las palabras ‘completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia’ (Colosenses 1, 24). Yo también ofrezco mis sufrimientos para que el proyecto de Dios se realice y su palabra camine entre las gentes». Estaba sentado ante el altar de su capilla privada, seguía la celebración en un monitor de televisión y oraba. En la XIV estación, tomó en sus manos el Crucifijo y estrechó a él su rostro marcado por el sufrimiento, como si quisiera decir como Pedro: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo» (Juan 21,17).

El amor de Cristo, más fuerte que la muerte, le confortaba en el espíritu y habría querido expresarlo el Domingo de Resurrección, cuando a mediodía apareció en la ventana para impartir la bendición Urbi et Orbi. A causa de la conmoción y del sufrimiento sin embargo no consiguió pronunciar las palabras; hizo sólo el signo de la Cruz con la mano y con un gesto respondió a los saludos de los fieles. Este gesto de impotencia, de sufrimiento y de amor paterno, como también aquel conmovedor silencio del sucesor de Pedro, dejaron una huella indeleble en los corazones de los hombres de todo el mundo. También el Santo Padre fue turbado profundamente por este acontecimiento. Tras haberse alejado de la ventana, dijo: «Tal vez sería mejor que muriera, si no puedo cumplir la misión que se me ha confiado», e inmediatamente añadió: «Que se haga Tu voluntad… Totus tuus». En su vida no había deseado otra cosa.

No temía la muerte. Durante toda la vida había tenido a Cristo como guía y sabía que iba a Él. Durante las celebraciones del Gran Jubileo del año 2000 escribió en su testamento: «Le pido que me llame cuando Él mismo quiera. ‘Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos… del Señor somos’ (Romanos 14, 8)». Había sido siempre profundamente consciente de que el hombre, al término de la peregrinación terrena, no está condenado a caer en las tinieblas, en un vacío existencial o en el abismo de la nada, sino que es llamado al encuentro con el mejor de los padres, el cual acoge amorosamente entre sus brazos al propio hijo, para darle la plenitud de vida en la Trinidad Santísima.

Sabiendo que para él se estaba acercando el tiempo de pasar a la eternidad, de acuerdo con los médicos había decidido no ir al hospital, sino permanecer en el Vaticano, donde tenía asegurados los cuidados médicos indispensables. Quería sufrir y morir en su casa, quedándose junto a la tumba del apóstol Pedro. El último día de su vida –el sábado 2 de abril– se despidió de sus más cercanos colaboradores de la Curia Romana. Junto a su cabecera continuaba la oración, en la que participaba, a pesar de la elevada fiebre y de una debilidad extrema. Por la tarde, en cierto momento, dijo: «Dejadme ir a la casa del Padre».

Por último, unas palabras que Joseph Ratzinger, ahora su sucesor como Benedicto XVI, pronunció en su funeral:

“Para todos nosotros permanece como inolvidable el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se ha acercado aún una vez a su ventana del Palacio Apostólico y una última vez ha dado la bendición “Urbi et orbi”. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre. Nosotros encomendamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor.”

Hasta siempre, Juan Pablo II, intercede por nosotros