Leticia, Felipe, ¡enhorabuena!
Como tantos millones de personas estuve pendiente de la televisión, que hoy se convirtió en la «reina por un día». Evidentemente, no hay nada como la tele para cosas como ésta.
Tuve ocasión de conocer a su Alteza, Your Highness le gritábamos, en Washington D.C. Yo ya estaba allí cuando llegó en agosto de 1993 y se convirtió en mi medio de substencia en EEUU. Antes de que nadie imagine nada feo, Europa Press me contrató freelance como corresponsal de Reportajes y él era el tema principal.
Desde la distancia o la cercanía fastidosa para usted, pude observarle en numerosas ocasiones, pero una vez tuvo el detalle de querer llamarnos a todos los corresponsales que estábamos allí acreditados para charlar con nosotros tomando café. Me pareció que Su Alteza tenía sentido común, que era un hombre llano, sin complicaciones y espero que sea correcta mi apreciación. Desde entonces le tomé afecto y sufro de una tendencia protectora hacia su persona.
Cuando se decidió a casarse, por fin, y eligió a Leticia sufrí una cierta desilusión. Su Alteza la princesa tiene porte y serenidad pero parece lejana, distante y espero que no lo sea, en realidad. Si fue o no una buena elección, sólo lo sabe usted.
El día de hoy ha costado muchos sacrificios económicos y personales a muchas personas, especialmente a los madrileños que han sufrido una limitación grave de sus movimientos. Ya lo he dicho en este blog, que las medidas de seguridad me parecen disparatadas y su efecto lo hemos visto hoy: la boda no ha contado con los invitados principales, el pueblo se ha ausentado, Alteza, y deberían ustedes reflexionar sobre lo que eso significa. No me sirve la excusa de la lluvia, ha habido lluvia en decenas de ceremonias multitudinarias y la gente ha ido porque estaba realmente interesada en lo que estaba sucediendo y querían hacer llegar su cariño a los protagonistas, pero por algún motivo que toca a todos descubrir, el pueblo no les tiene cariño y los ve a ustedes ajenos a sus vidas.
La situación no es deseperada si Leticia y usted se empeñan en hacerse querer. Recuerden que todo este esfuerzo, todo este gasto y boato tienen algún sentido si ustedes están dispuestos a derramar su vida por este país y su pueblo. Si no, serán un fraude y los españoles no se lo perdonarán.
Ha habido algunas escenas conmovedoras y la mejor, para mí, fue la lectura de la carta de San Pablo a los Corintios por la abuela Menchu. La ha leído muy bien, con miradas y entonaciones cómplices para su nieta. Leticia se ha conmovido y espero que lo mejor de Leticia, lo que sus abuelos han plantado en ella, llegue a florecer y la conviertan en una mujer cercana, tierna y fuerte.
Alteza, que sean ustedes muy felices, que aprendan ustedes a comprenderse y quererse cada día y a crecer juntos.