Hace unas semanas y tras ocho largos meses de intentarlo de modo infructuoso, los representantes de las protectoras de animales fueron finalmente recibidos por el presidente de la Diputación de Pontevedra. En un alarde de magnanimidad, Rafael Louzán se había dignado a recibirlos aunque, en sintonía con los métodos que lleva usando desde que abandonó su condición de bedel y se metió en esto de la política, no les hizo el menor caso, les trató con desdén, y despreció olímpicamente a sus visitantes que abandonaron el despacho con mayor frustración aún de la que llevaban cuando entraron. Aquellos honrados y comprometidos ciudadanos deseaban mostrarle al presidente su preocupación ante la política que Louzán ha elegido ejercer para la recogida de perros callejeros en unas instalaciones que de él y la Diputación dependen y que ha decidido poner en manos de una empresa privada. El colectivo naturalista sospecha, y probablemente con razón, que esa perrera va a convertirse simplemente en un centro de exterminio programado que en lugar de recoger a los canes abandonados los sacrificará en masa. Así se lo comunicaron y la única respuesta que recibieron fue “a mí los perros me la sudan”. Louzán lo repitió varias veces para que quedara claro su compromiso con las responsables apetencias de aquella parte de los que no son otra cosa que sus administrados, contribuyentes al fin y al cabo que le pagan con sus impuestos el salario que recibe. Todo ello demuestra que es un ser inhumano que ni siquiera respeta a los perros, y eso le invalida ya como representante de los ciudadanos, es decir, como políticos.
A Louzán, en realidad, se le suda todo aquello que no le renta, y le importa muy poco qué reglas necesita vulnerar, qué leyes tendrán que ser conculcadas y a quién o a qué va a inferir un daño irreparable. Como no tiene la más mínima ilustración ni se ha propuesto aprender nada porque nadie le ha exigido un mínimo de formación ni una cuota razonable de moralidad, ha entendido que presidir una Diputación consiste en hacer lo que a uno le venga en gana aireando su condición de hombre hecho a si mismo y ejemplo singular de olfato político y capacidad de supervivencia. Y ciertamente, su carrera política responde a ese modelo lamentable que en el Partido Popular ha calado hondo y ha dado al mundo ejemplares como el presente. Desde su condición de conserje en el municipio de Ribadumia donde nació, fue braceando para ser primero concejal de su pueblo, más tarde diputado provincial y finalmente, presidente de una Diputación a la que ha desprestigiado permanentemente con sus prácticas arbitrarias, su nulo sentido de la equidad y la justicia, sus maneras de tiranuelo de aldea y su insoportable y vana insolencia.
Todas las semanas alumbran una frase que se repite como un eco por los recovecos de las redes sociales -las virtuales y las de verdad- hasta que retumba como un trueno. La que termina ha producido muchas, pero me quedo con la pregunta de Gervasio Rodríguez Acosta, presidente de Vendex, a la jueza de Lugo: «Señoría, ¿pero cómo creen que se consiguen las adjudicaciones?». La jueza y casi todos sabemos cómo se consiguen. Estamos hartos de saberlo: con Rolex, con sobres de dinero, con cacerías y putas…