«En España las cosas entran por el oído, se expulsan por la boca y no pasan nunca por el cerebro», frase de Adolfo Suárez en una entrevista inédita del año 1980.

La crítica a la prensa es feroz pero me temo que atinadísima:

”Quizás el problema es también nuestro, de la prensa. Últimamente parece que algunos nos sentimos demasiado inclinados a ser protagonistas.

«Sí­. Yo noto ese afán de protagonismo. Algunos periodistas me preguntan sobre un tema político para tratar de convencerme de sus posturas. Entonces les digo: ¿Ustedes, qué quieren: saber mi opinión o convencerme de la suya?… Porque si vienen a hacerme una entrevista, les interesará conocer mi criterio, supongo. Y tendrán que escucharlo libre de prejuicios. Después, ustedes lo estudian, se informan y, si no les gusta, lo critican… Después, todo lo que ustedes quieran».

«Pero sólo se tienen presentes a ellos mismos. Escriben para ellos mismos… Los comentarios políticos suelen ser mensajes que no entiende casi nadie. De ahí­ que la prensa tenga cada vez menos lectores. De ahí­ que los políticos estén cada día más separados del pueblo… Porque han acabado todos cociéndose en la gran cloaca madrileña… Y molesta mucho que yo hable de una gran cloaca madrileña. ¡Pero es verdad! No existe la preocupación de sobrevolar por encima. Nadie intenta hacer una crítica objetiva de las actuaciones políticas, con independencia del partido que realiza la acción».

«La prensa persigue intereses concretos -políticos o personales del político que le informa-. Defiende las conveniencias de alguien que instrumentaliza a ese periodista. Y los periodistas se han convertido en correas de transmisión de los intereses de grupos determinados».

«Hay excepciones, desde luego. Pero, por desgracia, esa es la tónica general».

«Esta tarde les decía a unos periodistas: ¿pero cómo es posible que tengan ustedes el más mínimo respeto a una persona que les cuenta lo que ha ocurrido, lo que se ha tratado en un consejo de ministros o en alguna reunión de naturaleza totalmente reservada? ¡Para mí, ese señor se habría acabado! Porque no me ofrecería ninguna imagen de seriedad, ni de responsabilidad, ni de nada. Pero ustedes colocan a esa persona en la punta de lanza de la popularidad… quizás por pagarle el precio de una información… Eso es deleznable… Y se está dando mucho en la política española».

En este último párrafo creo que se refiere a Francisco Fernández Ordóñez, hermano del actual gobernador del Banco de España, que fue ministro con Suárez y salía de los consejos de ministros para contar de qué se estaba hablando. Un hombre aupado por El País, que hizo la primera ley del divorcio y que acabó como ministro también con Felipe González.

-Supongo que tiene usted razón. Aunque yo no soy ninguna experta.
«¡No… no! Yo tampoco soy un experto. Simplemente observo una realidad que me parece muy grave, porque nadie intenta remediarla. No se entrevé ningún síntoma de corrección. Y la gente se está apartando de todo. De todo».
«…Y noto, además, que algunos periodistas no intentan obtener los datos necesarios para hacer una información exacta. He hablado de Autonomías con un grupo de periodistas. Y les he dicho: ¿ustedes se dan cuenta de que han desprestigiado totalmente el estatuto gallego? Les pregunto: ¿lo ha leído alguno de ustedes? Y no… ¿Y han leído ustedes el título octavo de la Constitución?… Y no».
Esos que opinan y no saben
«Y es más: me reuní con los intelectuales gallegos que habían criticado el Estatuto de Galicia. Los he llamado reservadamente. Los he invitado a almorzar. He ido con el estatuto y lo he puesto encima de la mesa: «Señores, vamos a mirar artículo por artículo dónde está la ofensa a Galicia…» ¡Y me confesaron que no lo habían leído!… Cuando todos ellos se habían manifestado públicamente en contra… Sólo porque Alfonso Guerra había dicho que aquello era una ofensa a Galicia. Y Fraga había dicho que aquello era una ofensa a Galicia… Así que funcionaban simplemente por el ruido del tam-tam de la selva. Yo repito a menudo que en España está ocurriendo un fenómeno muy grave: las cosas entran por el oído, se expulsan por la boca y no pasan nunca por el cerebro… casi nunca pasan por la reflexión previa».
«Pero es un hecho que está ahí; que sucede. Y luchar contra ello es muy difícil… Yo he intentado combatirlo muchas veces… ¡Y así me va!»
«… Así me va… Soy un hombre absolutamente desprestigiado. Sé que he llegado a unos niveles de desprestigio bastante notables… he sufrido una enorme erosión».
-¿Y por qué no intenta arreglarlo? Debe tener una solución.
«Si. Pero la tiene utilizando los mismos procedimientos; y no me gusta. No quiero convertirme en un hombre que busca sectores que lo cuiden, que lo mimen… ¡En absoluto no va conmigo!. Yo sólo digo que me juzguen por mis obras. ¡Dios mío… que no son todas deleznables!».

 

Bueno, esto lo hemos visto en España calcado a la letra. Primero, Felipe González y su adhesión inquebrantable a un grupo editorial, Prisa, que hizo todo lo posible por afirmarlo en el poder. Aznar, bastante torpemente, intentó un engendrito con Antena 3 y Telefónica. La comunicación no es lo suyo y no sé qué estará haciendo en Murdoch. Ahora le toca el turno a Zapatero, con su frente Mediapro. No sé si terminará bien porque Prisa todavía tiene muchas balas en el cargador y sabe mucho.

No os perdáis la entrevista porque se escribe tanto y tan mal sobre la Transición que los que la hemos vivido no la reconocemos y este documento es muy valioso para juzgar aquel momento.

«Hubo una primera época en que el ambiente jugaba a mi favor. Y yo no opino, como muchos, que el pueblo español estaba pidiendo a gritos libertad. En absoluto, El ansia de libertad lo sentían sólo aquellas personas para las que su ausencia era como la falta de aire para respirar. Pero el pueblo español, en general, ya tenía unas cotas de libertad que consideraba más o menos aceptables… Se pusieron detrás de mí y se volcaron en el referéndum del 76, porque yo los alejaba del peligro de una confrontación a la muerte de Franco. No me apoyaban por ilusiones y anhelos de libertades, sino por miedo a esa confrontación; porque yo los apartaba de los cuernos de ese toro…»
«Cuando en el año 77 se consolida la democracia y las leyes reconocen libertades nuevas, pero también traen aparejadas responsabilidades individuales y colectivas, empieza lo que llaman el desencanto… ¡El desencanto! Yo no creo que el pueblo español haya estado encantado jamás. La Historia no le ha dado motivos casi nunca».
«Tuvimos que aprender que los problemas reales de un país exigen que todos arrimemos el hombro; exigen un altísimo sentido de corresponsabilidad. Y sin embargo, los políticos no transmitimos esa imagen de esfuerzo común… La clase política le estamos dando un espectáculo terrible al pueblo español».
-Bueno, yo escucho a la gente ¿sabe? y cada día se siente menos representada por sus políticos. Tienen la sensación de que en el Parlamento sólo se juega a hacer política de partidos… Y no se refieren sólo a usted, sino a la clase política en general.
«… Y yo también. Yo también». Balancea la cabeza afirmativamente. Su voz es ahora un murmullo casi indescifrable.
«Es verdad. Somos todos. Somos los políticos. Los profesionales de la Administración… La imagen que ofrecemos es terrible… Vivimos una crisis profunda que no es, en absoluto, achacable al sistema político. Pero la democracia exige a todos una responsabilidad permanente. Si nosotros fuéramos capaces de transmitir al pueblo ese sentido de responsabilidad, si lo tuviéramos perfectamente informado, el pueblo español asumiría todo lo que supone la soberanía ciudadana».
«Pero le hemos hecho creer que la democracia iba a resolver todos los grandes males que pueden existir en España… Y no era cierto. La democracia es sólo un sistema de convivencia. El menos malo de los que existen».

 

Me encanta leer esto porque es un diagnóstico justo: no creo ni que hubiera un clamor de libertad ni que la gente estuviera encantada con la democracia. Más bien, como pasa ahora en Irak en unas dimensiones multiplicadas por mil, la gente estaba horrorizada con la inflación, la crecida exponencial del terrorismo, el paro. Todo muy poco romántico y nada que ver con Cuéntame.