No me dedico a la crítica cinematográfica, así que no me voy a meter en el análisis de los elementos de la película Encontrarás dragones que se estrenó hoy en España. Para eso os recomiendo leer Roland Joffé vuelve a brillar y Encontrarás dragones en Aceprensa. También me gustó mucho esta crítica hecha por Pablo Castrillo, un español que está haciendo un Máster en Guión en Los Ángeles. En el blog de JJ García-Noblejas hay muchísima información y recopilación de enlaces de todos los aspectos de esta película: Opiniones antes del estreno de «Encontrarás dragones» («There Be Dragons») [+]
Me voy a centrar en lo que más me interesa de esta narración, que supone una excelente oportunidad para dar a conocer la historia real de San Josemaría y de otras personas que vivieron con él y salen reflejadas en la película. Hay muchos libros excelentes, que el director y los actores de la película han utilizado para documentarse. Recomiendo especialmente «El Fundador del Opus Dei» de Andrés Vázquez de Prada y «Soñad y os quedaréis cortos» de Pedro Casciaro. Los fragmentos que reproduzco los saco de estos libros.
Hay muchos elementos ficticios en la película, muchas situaciones reales a las que se cambia de circunstancias e incluso se les despoja de la grandeza que tuvieron, al menos para mí, que las he oído relatar o las he leído escritas por testigos.
En mi opinión, los personajes más sólidos de la trama son el propio San Josemaría, Pedro Casciaro y Juan Jiménez Vargas.
San Josemaría
La película cubre los primeros años de vida de José María Escrivá. Nació en una familia de clase media, su padre era comerciante -no industrial como refleja la película- y vivían en Barbastro. Eran una familia profundamente cristiana y sufrieron, durante la infancia de José María, la muerte de tres de las niñas, algo que aunque fuera frecuente en aquellos años, dió al protagonista un sentido prematuro de la fugacidad de la vida y causó profundo dolor en la familia. Poco tiempo después se produjo la ruina del negocio familiar y la familia tuvo que trasladarse a vivir a Logroño donde José Escrivá padre desempeñó – ya con 50 años- el humilde trabajo de un dependiente textil.
En la película, el papel de José Escrivá está interpretado por Jordi Mollá y, al contrario de los recuerdos que San Josemaría ha relatado, se muestra triste y encogido. San Josemaría siempre dijo que le marcó el ejemplo de alegría y serenidad de su padre, en aquellos momentos tan duros y humillantes.
Murió poco antes de que San Josemaría se ordenara sacerdote, de modo que él, como hijo mayor, se hizo cargo de su madre, su hermana Carmen y del pequeño Santiago. En 1926 decide ir a vivir a Madrid, el único sitio en donde se podía hacer el doctorado en Derecho. Unos meses más tarde se unió la familia al joven sacerdote.
La situación económica de la familia Escrivá la describe el propio Josemaría en alguna ocasión diciendo que «vivían de milagro«. Su situación en la capital de España era inestable, con encargos eclesiales que no le daban para vivir, de manera que completaba los ingresos con clases particulares y en academias. Hay que añadir a ello que se echó a la espalda la ingente tarea de atención espiritual de miles – así, miles- de enfermos, niños y desamparados que atendían desde el Patronato de Enfermos.
El ambiente en casa de los Escrivá
Aunque este relato de Pedro Casciaro se refiere a una época posterior a la Guerra Civil, cambiando lo que haya que cambiar, sirve para reflejar el ambiente que se daba entre los seguidores de Escrivá y su familia:
Los miembros del Opus Dei que vivíamos en la Residencia recurríamos a la Abuela y a Carmen para cualquier necesidad material: desde poner un botón a repasar un descosido. Nos acogían cariñosamente y se ocupaban de solucionar los mil pequeños poblemas materiales de cada uno con una disponibilidad constante. Su situación, desde el punto de vista material, no era precisamente envidiable: disponían sólo de un dormitorio para las dos –donde tenían lo estrictamente necesario–, y de una pequeña habitación que daba a un patio interior, calurosa en verano y fría en invierno. Esta habitación, donde pasaban muchas horas al día, les servía de cuarto de estar, de cuarto de costura y con frecuencia también de comedor para ellas, el Padre y Santiago.
¡Vienen a mi memoria tantos pequeños sucesos entrañables y familiares de aquel tiempo! Recuerdo que cuando veníamos Paco y yo de nuestras clases de doctorado en la Universidad -nuestras vidas seguían siendo paralelas, como las de Plutarco- pasábamos siempre por el cuarto de la Abuela y le contábamos las incidencias del día: las peculiaridades de cada catedrático, el resultado de los exámenes… Al comienzo pensábamos hacer la tesis sobre un tema de astronomía y aquello dio pie para muchos comentarios de humor. Ella se daba cuenta de que exagerábamos para que se distrajera y se riera, y nos decía con gracia: «Me ponéis la cabeza como un bombo; cuando os vais me quedo atontada sin dar pie con bola»; pero lo cierto es que se divertía mucho con nosotros y nos tenía gran cariño.
Realmente la situación de doña Dolores como madre del Fundador del Opus Dei, viviendo con él, y en concreto, en el único Centro que la Obra tenía entonces, no era nada fácil. Yo no reparé en esto, precisamente porque nunca le oí quejarse y porque supo hacer de aquella situación la cosa más natural del mundo. Actuaba realmente como nuestra Abuela, desprendiéndose de todo en servicio de los demás. “Veo como Providencia de Dios –comentó el Padre en una ocasión– que mi madre y mi hermana Carmen nos ayudaran tanto a tener en la Obra este ambiente de familia: el Señor quiso que fuera así”.
El gran cariño que la Abuela nos tenía a todos era sumamente ordenado: trataba a cada uno de una manera distinta, adecuada a sus circunstancias. Trataba de una manera especial a los mayores que más ayudaban al Padre: Alvaro del Portillo, Ricardo Fernández Vallespín, Juan Jiménez Vargas, Isidoro Zorzano…; de modo distinto a Paco, a Vicente Rodríguez Casado y a mí; y de otro modo, muy singular, a mi hermano Pepe, el más joven de todos, que se vino a vivir a Jenner en el mes de julio de 1940. Pepe le infundía una especial ternura por su juventud y porque mis padres estaban exiliados; se preocupaba en cuanto adelgazaba un poco y decía: “está en muy mala edad, tiene poco apetito y no está fuerte”. Con estos comentarios cariñosos justificaba todas las excepciones y detalles que tenía con él.
Más de una vez el Padre, predicando acerca de la relación entre la justicia y la caridad, hizo alusión a la justicia de las madres buenas, “que tratan desigualmente a los hijos desiguales”. Esto es lo que la Abuela hacía.
Actitud de San Josemaría durante la Guerra Civil
La II República española, al margen de lo que muchos republicanos deseaban, se convirtió en un periodo convulso y violento para la sociedad española. La propia proclamación del nuevo régimen fue acompañada de la quema de iglesias y conventos en 1931. La Constitución suprimía la educación católica y los jesuitas fueron expulsados del país. Como ejemplo de su actitud, san Josemaría escribió esto a Isidoro Zorzano en aquellos días: «No te dé frío ni calor el cambio político: que sólo te importe que no ofendan a Dios»”
Los cinco años de república fueron una continua sucesión de enfrentamientos sociales y el estallido de la Guerra Civil enconó un enfrentamiento no ya político sino más profundo, en el que – como bien se dice en el inicio de la película- una parte de España era obligada a jurar por la Biblia y la otra a escupir sobre ella.
Era un momento terrible para todos -creyentes y no creyentes- aunque especialmente desgarrador para quien abominara de la solución autoritaria y quisiera mantener su fe.
Si uno lee las biografías de San Josemaría, en las que hay abundantes escritos autobiográficos, se da cuenta de que de alguna manera consiguió superar por elevación la situación angustiosa en la que se encontró. A los pocos días de estallar la guerra, ahorcaron a un hombre cerca de donde él vivía confundiéndole con él. Se ocultó durante meses, cambiando de casa cada pocos días, consiguió ser internado como loco en un manicomio de donde también hubo de huír. El periodo más largo lo pasó acogido – encerrado- en la Legación de Honduras, en donde malvivían varias decenas de personas con los alimentos para una sola familia. Al margen de perder 30 kilos, de la angustia, el encerramiento, la absoluta falta de privacidad de las condiciones de encierro, le quemaba la incertidumbre por saber de su familia, de sus amigos; y la inquietud espiritual por no poder ayudar a tantas almas que zozobraban en medio de una guerra que se libraba casa por casa. Los testimonios de aquellos días cuentan que cuando en la Legación se sabía de alguna victoria en el bando de Franco, el único que no lo celebraba era san Josemaría.
Pedro Casciaro no estuvo con él en Madrid, puesto que el estallido de la guerra le pilló en Levante. Pedro se incorporó al Ejército republicano.
En un momento dado, San Josemaría decide que lo mejor es intentar pasar a la otra zona de España a través de los Pirineos. De manera que organizan un viaje, en primer lugar, a Barcelona. Allí se les unirá Pedro, tras desertar del Ejército, que cuenta lo siguiente:
Nos recomendó, en medio de aquel clima exaltado, que nunca tuviéramos odio en el corazón y que perdonáramos siempre. Hay que situarse en aquellos momentos para entender lo que significaban estas palabras en toda su radicalidad: estaba teniendo lugar la mayor persecución sufrida por la Iglesia en España, en la cual murieron casi siete mil eclesiásticos y numerosos católicos a causa de su fe.
Algunos de los que habían perdido la vida en aquel conflicto a causa de su fe eran muy amigos del Padre, como don Pedro Poveda, Fundador de la Institución Teresiana, hoy también en los altares; o don Lino Vea-Murguía, al que detuvieron el 16 de agosto del 36 y abandonaron muerto, tras asesinarlo, junto a la tapia del Cementerio del Este. Habían asesinado también a muchos sacerdotes conocidos suyos; entre ellos, a su padrino de bautismo.
Pedro Casciaro
Pedro es uno de mis personajes reales favoritos. Nace en una familia liberal e ilustrada de Levante. De ascendientes ingleses e italianos y un padre agnóstico, miembro destacado del partido de Azaña y al que la Guerra Civil le encuentra como teniente-alcalde de Albacete. Pedro Casciaro cuenta, en unas memorias, cuál era su actitud vital antes de conocer a san Josemaría:
Creía en Dios, me consideraba católico, tenía fe y acudía a los sacramentos de vez en cuando; pero carecía de unos conocimientos religiosos mínimamente adecuados para mi edad. Había heredado de mi padre algunas suspicacias anticlericales y experimentaba, por ejemplo, una gran prevención -casi alergia- hacia los sacerdotes y religiosos.
No sabría definir bien la causa de esta prevención: pero el caso es que la tenía, y no sabía -ni quería saber- nada con «los curas», como los denominaba con deje despectivo. Y lo curioso es que hasta entonces nunca había charlado con uno cara a cara, salvo en las ocasiones en que me acercaba a un confesionario. Por supuesto, jamás había tenido confesor fijo.
Esas prevenciones me habían llevado siempre a «mantener las distancias» con los pocos sacerdotes que se habían cruzado en mi camino: algún profesor del Instituto de Segunda Enseñanza o algún cura de la parroquia. Los observaba con espíritu crítico, y me repelía la educación que yo juzgaba -sin duda injustamente- un tanto peculiar de los clérigos de aquel tiempo.
Después de la Guerra Civil la militancia política de su padre le hará sufrir el intento de represaliarle, aunque él personalmente no estaba muy al tanto de las cuestiones políticas. También su padre sufrió y mucho la cerrazón e intolerancia de los católicos oficiales. Cuando eran pequeños, su padre decidió ir a Misa con su esposa e hijos, para educarlos en la fe católica y celebrar por todo lo alto la Primera Comunión de uno de los hijos. Pedro lo cuenta así: «Pero los tiempos no estaban para sutilezas: cuando sus oponentes políticos se enteraron de esta celebración publicaron un artículo tremendo en un periódico local, titulado «Laicismo, pero no para mi casa», en el que le injuriaron sin piedad. Profundamente irritado, desde aquel día dejó de ir a Misa». Durante la Guerra ayudó a esconder a católicos, incluso tuvo la Eucaristía en su casa para evitar profanaciones. Tanto él como su mujer terminaron por huir de España tras la Guerra.
Cuestiones históricas sobre estos años de San Josemaría en la página del Opus Dei
Biografía de San Josemaría. AutorAndrés Vázquez de Prada. Volumen II (1936-1946)
25/03/2011 a las 18:07
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26/03/2011 a las 13:23
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