Besando la cara de Dios

Besando la cara de Dios

«Todos los relatos [del Nuevo Testamento] están ligados a la figura de Jesús de Nazaret. Un ser humano concreto debe ser el centro de toda la historia, la persona que decide la suerte de toda la humanidad. Mas ¿no es ésta la pretensión ingenua de un tiempo que simplemente era incapaz de ver la grandeza del cosmos, la grandeza de la historia y del mundo? ¿No tiene más razón el pensamiento indio, que habla de una pluralidad de avatares de Dios, de descensos, en cada uno de los cuales el Eterno o lo eterno se mostraba de una forma nueva a los mortales, pero de tal modo que nada de eso era Dios mismo, su propia forma insuperable e incomparablemente amable? Los pensadores indios no dudan en reconocer también a Jesús de Nazaret como avatarati de Dios, junto a Krishna, Buda y otros muchos: todos ellos son «manifestaciones» de Dios, reflejos del Eterno en el tiempo. En todos se hace visible algo de él, todos son mediadores de la cercanía de Dios, pero ninguno» es» Dios.

Están uno junto a otro como los colores del arco iris, en los cuales se descompone la luz, que es sólo una; no se excluyen, sino que se remiten unos a otros. ¡Qué religioso parece todo esto, y qué juicioso frente a la pretensión de la fe cristiana: Jesús es Dios, verdadero ser humano y verdadero Dios, no mera apariencia, sino el ser del Eterno, mediante el cual Dios se une al mundo radical e irrevocablemente!

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Ahora bien, ¿es esto posible? ¿Dios, un ser humano? ¿Un hombre totalmente hombre y al mismo tiempo verdadero Dios y, por lo tanto, que exija la fe de todos y en todos los tiempos? ¿No será que simplemente se ha sobrestimado aquel momento histórico? ¿No se manifiesta aquí una vez más una imagen del mundo que ya no compartimos: la tierra como suelo del cosmos, sobre el cual se arquean los cielos, de modo que la tierra es la parte más baja y más pequeña del universo, pero, precisamente por esto, también el fundamento de todo y, por consiguiente, el escenario del encuentro del Creador con su criatura?»

Fe y futuro. Joseph Ratzinger

«La fe cristiana es mucho más que una opción a favor del fundamento espiritual del mundo. Su enunciado clave no dice «creo en algo», sino «creo en ti». Es encuentro con el hombre Jesús y en ese encuentro experimenta el sentido del mundo como persona. En su vivir por el Padre, en el carácter inmediato y vigoroso de su unión suplicante y contemplativa con el Padre, es Jesús el testigo de Dios, por quien lo intangible se hace tangible, por quien lo lejano se hace cercano. Más aún, no es un puro y simple testigo, al que creemos lo que ha visto en una existencia en la que ha llegado a alcanzar la profundidad de toda la verdad. No. Es la presencia de lo eterno en este mundo.
(…)
La fe es, pues, encontrar un tú que me sostiene y que, en medio de todas las carencias y de la última y definitiva carencia que comporta el encuentro humano, regala la promesa de un amor indestructible que no sólo ansía la eternidad sino que la otorga. La fe cristiana vive de que no existe el puro entendimiento, sino el entendimiento que me conoce y que me ama; de que puedo confiarme a él con la seguridad de un niño que en el tú de su madre ve resueltos todos sus problemas.
Por eso la fe, la confianza y el amor son, a fin de cuentas, una misma cosa, y todos los contenidos en tomo a los cuales gira la fe no son sino aspectos concretos del cambio radical, del «yo creo en ti», del descubrimiento de Dios en el rostro del hombre Jesús de Nazaret».

Introducción al cristianismo. Joseph Ratzinger