Reproduzco a continuación lo que hoy escribe Ramón Pi sobre Eduardo Haro Tecglen. Lo pongo entero porque La Gaceta no deja enlaces permanentes y este texto merece ser recordado. Me gustaría haber escrito algo así y soy de la opinión que no merece la pena esforzarse en inventar la rueda. Tan redondo y completo es el texto que no añado nada.
MI primera reacción tras la noticia de la muerte de Eduardo Haro Tecglen fue rezar un padrenuestro por su alma: la oración perfecta, que, de paso, nos hace pedir a nuestra vez perdón a Dios por nuestras propias culpas. La muerte, el tránsito a la eternidad, fuera del tiempo. Venga a nosotros tu Reino. Ante la muerte no valen ironías ni bromas. Tras la frontera se ve todo ya con claridad; aquí abajo, la mayoría de las veces no sabemos lo que hacemos. Ni los asesinos materiales de Cristo sabían lo que hacían. Perdona nuestras culpas. Padre nuestro. Padre.
Haro no fue feliz aquí. Me parece que eso se veía con mucha claridad en sus columnas y sus comentarios radiofónicos. Nadie está en condiciones de meterse en los entresijos del alma de nadie, pero por las pistas visibles, no es temerario pensar que la vida lo sacudió duramente, de manera particular en su entorno familiar más próximo. Tampoco sé si eso influyó en su pesimismo; tiendo a creer que sí, porque imagino que a mí sí que me habría influido, de haber estado en sus circunstancias. Por eso, sentir compasión, en el sentido profundo del término, por Eduardo Haro Tecglen no me cuesta nada.
En cuanto a su obra periodística, me he sentido siempre en las antípodas, antes y después de su giro copernicano. Cuando él, según confesó, vivió de rodillas halagando al franquismo, yo decía que si hubiera de trabajar en la prensa del Movimiento cambiaría de profesión; cuando ha defendido el estalinismo como forma superior de democracia, yo me he imaginado si habría sido posible en el régimen que él admiraba un columnista simétrico a él en su actitud crítica. Pero todo eso a él ya no le importa: está, al fin, ante la Verdad.