La política es una actividad nobilísima que en España se ha convertido en refugio de las personas con menos escrúpulos.
Hoy despedimos al primer presidente de la democracia y muchos estamos nostálgicos de aquellos momentos de la transición.
No porque fueran unos años ideales. Todo aquello podía haber acabado muy mal. No acabó mal, se desarrolló muy mal porque elegimos unos gobernantes que en vez de ir apuntalando aquella casa que se había construido deprisa, con los materiales que había a mano, se dedicaron a explotar sus puntos débiles, infiltrando la sociedad, los medios de comunicación, las instituciones de partidismo. Acompañando ese proceso se miró con desgana cómo la corrupción política se extendía desde la Administración a los administrados, de los políticos a los medios de comunicación, la banca, las grandes empresas, los sindicatos, la patronal.
Ayer murió Adolfo Suárez y la noticia debería ser que nunca estuvo en ningún consejo de administración tras dejar la política. No hubo puerta giratoria para él, nadie le recibió en la banca, ni en una energética, ni siquiera en un grupo editorial.
Permaneció erguido en la toma del Congreso y permanece erguido en nuestra memoria. Lástima que los políticos actuales tengan la piel tan dura. Cualquiera se sentiría avergonzado.
Entrevista a Adolfo Suárez en 1980. «En España las cosas entran por el oído, se expulsan por la boca y no pasan nunca por el cerebro»