Ya sé que es obvio, pero muchas personas relevantes en el mundo de la comunicación no lo saben.
Todd Murphy, president of Universal Information Services in Omaha (a media monitoring company), uses two hashtags on Twitter to reflect this: #samerules #newtools. His point is that, regardless of the technology and its new apps, journalism and media professionals must be guided by the old standards—search for truths, focus on accuracy, and great writing.
This helps explain the interest in Jack Hart’s book called Story Craft. It leaves the technology behind to concentrate on the value of narrative, action sequencing, characters, complication, and resolution. In this view, it is all about the words writers use to tell a good story through its many turns.
(…)
Journalism is about nonfiction writing and presentation. It is about the importance of sorting through the tales of government and the elite to identify facts and share them with the public.
The technologies that bring words to our eyes and ears have changed, but the words that make up a good story still matter.
De aquí Media Storytelling, Curriculum, and the Next 100 Years (cerrado)
Actualización: añado este artículo, conocido vía Merce Ezpeleta: ‘Never Cut and Paste Anything’: Creativity and Storytelling in the Media Business
Referencia del libro «Story Craft»: Jack Hart, Story Craft: The Complete Guide to Writing Narrative Nonfiction (Chicago: University of Chicago Press, 2011)
23/11/2012 a las 08:02
Me parece que tiene razón. Y, sí, de puro obvio, no se ve.
Pero hay algo mucho más interesante y que es, en el fondo, la verdadera madre del cordero de todo lo que pasa: » It is about the importance of sorting through the tales of government and the elite to identify facts and share them with the public.»
Es decir, el verdadero problema de la profesión periodística reside en el mito de que representan – en exclusiva – la voz de la democracia y la crítica, el cuarto poder, la autoproclamación del periodista como salvador del mundo por su poder de «denuncia»: ¿qué fue de la información de espectáculos, la literaria, la de deportes, la vida social, la televisión, etc.? Mucho del negocio periodístico y mucha gente que se proclama como «periodista» hace eso. Y eso está también en crisis. Pero eso no le importa a nadie. En realidad, lo único que defne a periodista es «me pagan por escribir, decir en la radio y decir en la tele». El problema es que ahora «the public» también escribe. Y los hay rigurosos con los datos y con criterio y los que no.
Concluyo: la soberbia del periodismo y sus intérpretes (cebrianes, gurús y heroicos reporteros de a pie) reside en que creen representar la posibilidad única dentro de una casta habilitada (fíjate que no digo capacitada) para hacer de inspector del poder. Si, además, ese discurso se incluye dentro de grupos empresariales con relaciones espúreas con el estado la noción de casta se incrementa y mucho más la visualización de un discurso que, en realidad, forma parte del poder: es poder quien le dice al poder lo que tiene que hacer bajo la amenaza de un editorial de infarto si mis negocios no van bien. Qué habrá sido de los editoriales de infarto, la querella de Telecinco contra Pablo Herreros al tiempo que se lanza una web para pedirle al públñico que denuncie los temas sociales que reclaman crítica y protesta demuestra la credibilidad imposible de los medios conectados al sistema de poder.
Resulta que la anomalía histórica de la profesión periodística donde pierde su valor es, precisamente, en la función de policía del poder: en el momento en el que las imprentas son, por primera vez, libres de verdad, no habrá sindicato, gremio, asociación, colectivo de vecinos, amigos de los soldados de plomo, patronal, club de fans, think-tank, grupo de presión que no construya su publicación y, todas ellas, serán un análisis crítico de la realidad donde, en un mundo hiperconectado y repleto de ruido, los que trabajen por la crebidilidad tendrán su espacio en un mar de propaganda colectiva: lo que llamamos «medios» hoy son espacios de propaganda se quiera o no, relatos del mundo sujetos a intereses y cosmovisiones tan legítimas como los que no tienen una cabecera que tiene dinero para mandar un reportero a Gaza a que no se entere de nada.
Y es ahí donde sí, el oficio, la técnica de buscar «verdades» (¿qué será la verdad verdadera?, ¿sólo un relato más?), la obsesión en la precisión y escribir bien, tiene todo su sentido: herramientas de trabajo. Y en eso queda todo. Porque, lo demás, emplear esas técnicas para informar de la actividad de la agenda política es política por otros medios. Enunciarse como gente que busca las mentiras del gobierno para compartirlas con el público no es otra cosa que enunciarse como políticos. Algo que se supone que es labor de la oposición. Sí, tras cada periodista hay un político frustrado. Hay alguien que quiere participar de la vida pública y que cree que su pluma vale más que la de los demás. Lo triste es que ahora lo hacen directamente lo que antes eran sólo fuentes.
Lo único que importa, es el acceso crítico a la información por quien quiera hacerlo. Lo demás, justificaciones para que tu negocio no cierre y deba ser sostenido por los demás.