Estoy leyendo un librito escrito por el sociólogo francés Pierre Bourdieu. Se llama, Sobre la televisión y se publicó en 1996, el siglo pasado. Es muy asequible, de hecho su primera forma fueron dos conferencias emitidas por televisión en el College de France y retransmitidos por Paris Premiere en mayo de 1996.
Dada la situación informativa española de los últimos años, la lectura es iluminadora de la realidad que estamos viviendo, una explicación de esas que provoca un eureka en la mente. Porque, no os engañéis, el escenario central de la vida política no es Internet, es la tele: «Internet no mató la televisión, le alargó la vida«.
Extraigo algunos párrafos. Este post será el primero de algunos más sobre el libro.
«Pero al privilegiar los sucesos y llenar ese tiempo tan escaso de vacuidad, de nada o casi nada, se dejan de lado las noticias pertinentes que debería conocer el ciudadano para ejercer sus derechos democráticos. Lo cual hace que se establezca una división, en materia de información, entre quienes pueden leer los diarios llamados serios (en el supuesto de que lo sigan siendo, debido a la competencia de la televisión) […] y quienes, en el otro extremo, no cuentan con más bagaje político que la información suministrada por la televisión, es decir, prácticamente nada».
«La televisión incita a la dramatización, en un doble sentido: escenifica, en imágenes, un acontecimiento y exagera su importancia, su gravedad, así como su carácter dramático, trágico».
[…]
«Los peligros políticos inherentes a la utilización cotidiana de la televisión resultan de que la imagen posee la particularidad de producir lo que los críticos literarios llaman el efecto de realidad, puede mostrar y hacer creer en lo que muestra. Ese poder de evocación es capaz de provocar fenómenos de movilización social. Puede dar vida a ideas o representaciones, así como a grupos. Los sucesos, los incidentes o los accidentes cotidianos pueden estar preñados de implicaciones políticas, éticas, etcétera, susceptibles de despertar sentimientos intensos, a menudo negativos, como el racismo, la xenofobia, el temor-odio al extranjero, y la simple información, el hecho de informar, to record, de manera periodística, implica siempre una elaboración social de la realidad capaz de provocar la movilización (o la desmovilización) social».
Cuenta Bourdieu que en las movilizaciones estudiantiles de 1986 en Francia, los periodistas ingenuamente, dejándose llevar de lo que les interesa (sus intereses), por sus prejuicios, por sus expectativas inconscientes produjeron efectos de realidad, unos efectos no deseados por nadie que, en algunos casos, pueden resultar catastróficos. Los periodistas tenían en mente mayo del 68. Los periodistas se encontraron con adolescentes poco politizados, buscaron portavoces, erigieron en portavoces a unos adolescentes y esos adolescentes se lo tomaron en serio. «De este modo, la televisión, que pretende ser un instrumento que refleja la realidad, acaba convirtiéndose en instrumento que crea la realidad. Vamos cada vez más hacia universos en que el mundo social está descrito-prescrito por la televisión. La televisión se convierte en el árbitro del acceso a la existencia social y política». Me viene a la mente el camarero Casillas, el héroe del 25-S
Conviene tener en cuenta lo anterior. Lo que sale en televisión no es un recuento neutro de lo que interesa sino que crea el interés por determinadas ideas y personajes. Por eso, el éxito de Pablo Iglesias no se entiende sin la televisión.
Resulta muy interesante, por ejemplo, la descripción que Bourdieu hace de la circulación circular de la información. Los periódicos publican noticias que son leídas por los periodistas de radio y televisión, que las repiten y valoran. Ahora añadid las redes sociales y lo que alguien ha dicho de la noticia X en su Twitter. Eso alimentará el periódico de mañana y vuelta a empezar. De manera que un periodista puede estar en diversas tertulias hablando sobre una realidad que no ha pisado en ningún momento. Como se consigue una medición muy exacta de lo que funciona o no funciona en términos de audiencia (tengo mis dudas, pero eso dice Bourdieu) el árbitro es el índice de audiencia.
¿Y eso qué provoca? Se traduce en la presión por la urgencia, lo cual establece un vínculo negativo entre pensamiento y urgencia. Cuando se está atenazado por la urgencia no se puede pensar. ¿Cómo consiguen los tertulianos (Bourdieu no los llama así) pensar en esas condiciones? No lo hacen. La respuesta es que desarrollan su discurso mediante ideas preconcebidas, es decir, mediante tópicos: ideas que flotan en el ambiente (en Podemos hablan de coger las palabras de la calle), ideas banales, convencionales. «La comunicación es instantánea, en un sentido, porque no existe. O es sólo aparente.»
Si uno atiende a las últimas intervenciones de Pablo Iglesias, se repite. El chascarrillo del dueño del bar que quiere más clientes y pagarle un gran sueldo a sus camareros, el de la cuenta del café y los gin tonics, son modos de banalización de los problemas económicos, modos de falsear la realidad haciéndola tan simple que hacen pensar que si la economía no se soluciona es por la profunda maldad de los políticos. No tiene tiempo ni preparación para desarrollar una idea más compleja, de hecho, la primera vez que le han exigido concretar algo (en la entrevista que le ha hecho Ana Pastor) se desmoronaba el discurso.
Quizá lo que la televisión ha creado, la televisión lo destruirá.
To be continued…
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