Soy fan de Mark Thompson por muchos motivos, dos en especial: lo que ha logrado hacer con el New York Times y su libro Sin palabras.

Mark Thompson es el consejero ejecutivo del New York Times. Ha sido director general de la BBC, corresponsal en EEUU de esa cadena. Con este bagaje, se puede decir que es una autoridad en lo que respecta al lenguaje público. Sin embargo, hay algo más que añadir: ha sido profesor visitante de retórica en la Universidad de Oxford, donde él mismo estudió. Lo que puso la semilla de toda esta trayectoria profesional impresionante es que realizó sus primeros estudios en una institución jesuita inglesa en la que se seguía el trivium como modo de aprendizaje. Allí aprendió latín y griego trabajando con los textos retóricos de la antigüedad, hasta el punto de parecerle fácil el examen de ingreso en Oxford: traducir un discurso de Churchill al griego con el estilo de su orador ateniense favorito. Thompson piensa que el discurso público del siglo XXI se enfrenta con los mismos retos que Sócrates tuvo ante Gorgias, el sofista. Gorgias murió a los 108 años, rodeado de admiración y riqueza. Sócrates, ya sabemos lo que pasó.

Esto último es esencial para saber de qué hablamos cuando hablamos de comunicación en periodismo, en política, en los negocios. La comunicación no garantiza el éxito, si el éxito que se busca es el de Gorgias. El único éxito que garantiza es el de Sócrates, el de Martin Luther King o Gandhi, una vida llena de sentido; lo cual no quiere decir que comunicar asegure una muerte violenta, como sucedió en los dos primeros casos.

Como dije en posts anteriores (1 y 2), comentando también lo dicho por Thompson, la comunicación ha sido infiltrada por el marketing. Este tema lo trata extensamente Thompson porque no es en absoluto inofensivo. La gravedad del asunto es tal que gente que parece sensata habla con absoluta normalidad de mejorar su «marca personal», como si fueran un detergente y tuvieran que venderse. Lo que define el lenguaje del marketing es:

  • la exageración de cualidades,
  • la descontextualización de la información,
  • la urgencia y, por tanto, la brevedad.

Las tres características son perfectas para vender las lavadoras pero devastadoras para las personas. No es ninguna casualidad que el marketing nos haya traído hasta el punto en el que estamos en la política en España, Reino Unido y EEUU: políticos que venden exageradamente sus inexistentes cualidades, que lo mismo te dicen una cosa que la contraria, que no cesan de hablar en eslóganes tan breves como lapidarios sin desarrollar ningún argumento lógico. Ha infiltrado también el periodismo y la educación, con su dosis de adulación al público, el menosprecio de la inteligencia del lector, oyente o alumno.

La conclusión evidente es la falta de sinceridad. Cuando hablan de relato, en realidad quieren decir cuento chino.

He publicado en Aceprensa un comentario sobre todos estos temas, que está disponible para sus suscriptores. También una pieza de apoyo que está en abierto y que se titula Consejos para los actores del drama comunicativo. La principal empieza así:

El CIS publicaba hace unos días su estudio poselectoral. Casi el 60 por ciento de los encuestados piensan que ha habido mucha o bastante agresividad en la campaña electoral; una cifra muy parecida a los que confiesan que la política les interesa o poco o nada. Probablemente la agresividad y los insultos no ayuden a generar interés entre los votantes, sin embargo, basta encender la televisión o la radio, abrir un medio informativo en Internet o las redes sociales para ser testigo de la machacona insistencia en la agresividad comunicativa. Los políticos y los periodistas creen que vende y engancha, las cifras dicen lo contrario. El debate público ha dejado de ser debate, se ha convertido en una carrera por la afirmación más descarnada, la acusación más gruesa y a ello se dedican con la misma fruición políticos que periodistas. No es un problema exclusivamente español, en EEUU y Reino Unido viven también una situación similar.

La exageración de las acusaciones entre unos y otros políticos, de los periodistas, hace que en vez de un diálogo tengamos una cortina de humo asfixiante y destructiva. ¿Cómo se va a establecer un acuerdo entre personas que se acusan de cosas gravísimas todos los días? La descontextualización, el segundo factor en liza, hace que no tengamos una idea cabal de lo que hay ni lo que propone nadie. En marketing, por ejemplo, uno pone en letras bien grandes que el producto es 0% grasa y en pequeñito que tiene un 10% de azúcar. Ahora, en política, ¿alguien supo qué votó en el Brexit o qué implica la subida del SMI salvo lo positivo? Por ultimo, la urgencia y brevedad que son necesarios para mantener la atención. El ciclo informativo es de minutos y el propósito es mantenernos en vilo. Estos últimos días, con la negociación del gobierno han sido especialmente clarificadores: el «relato» ocultaba lo que estaba pasando. De nuevo, gran revuelo de dichos, desmentidos, giros y adivinanzas para escenificar lo que no estaba pasando. Daniel Basteiro lo explicaba muy bien en un tuit.

El día 30 de junio, un periodista de Vozpópuli escribió que no habría gobierno PSOE-Podemos. Es la única pieza que ha sobrevivido al proceso.