Fernando Garea explica en El País el trasfondo (hasta cierto punto) de la convocatoria de elecciones que Zapatero hizo ayer pública.

Dos párrafos para ilustrar el proceso:

Esta vez, ha terminado por ceder a las peticiones de su entorno, de destacados miembros del PSOE, de empresarios y de medios de comunicación que creían que su proyecto estaba agotado y que era mejor dar paso a un nuevo Ejecutivo que aclare las incertidumbres. Pone fin a su agonía, medida en la hecatombe del PSOE en las autonómicas y municipales.

Las negritas son mías. Es decir, ha cedido a las presiones.

Zapatero explicó ayer, sin más precisión, que hace tiempo que tomó la decisión de convocar elecciones en noviembre. Y es cierto que sus pasos de las últimas semanas han ido encaminados a cumplir ese calendario y, por eso, se despidió del Congreso en el reciente debate sobre el estado de la nación, haciendo intuir que el final de su ciclo político estaba cerca. Como ya había tomado la decisión, acordó con Rubalcaba su salida inmediata del Gabinete. No hubiera sido sostenible que el candidato socialista hubiera quedado ocho meses a la intemperie, fuera del foco mediático que da el Gobierno, si no fuera porque ya había pactado elecciones el 20-N.

Y en este segundo párrafo parece que lo pasó el 18 de julio y que comenté aquí no era tan descabellado. Estaba pactado que convocara elecciones pero se resistía. Que la trifulca fuera el 18 de julio y las elecciones el 20 de noviembre es macabro.

Nos espera una campaña electoral sucia, me temo. Los dos partidos principales se juegan mucho. Si el PP se vuelve a quedar sin el Gobierno de España será demasiado hasta para el impasible Rajoy. Al PSOE la derrota le llevará a la práctica invisibilidad institucional.