Entradas anteriores sobre el tema:
Hablemos claramente de corrupción
La patria y el cuarto mandamiento

Hace muchos años, una de las personas más sabias que he conocido nos daba una charla para estudiantes de periodismo.

Nos advirtió de un peligro que luego entendí mucho mejor, nos advirtió del peligro de creer que éramos el brazo ejecutor de la voluntad de Dios en la historia. Nos dijo: «ese es el gran pecado de todas las teologías políticas».

Como criaturas, no entendemos la voluntad de Dios de manera simple así que necesitamos analizarla y distinguir dos aspectos diferentes en ella. Es una ayuda para nuestra mente limitada, no un defecto de la realidad en sí, que como todo lo divino es insondable y simple.

Los teólogos han distinguido la voluntad de Dios significada y la voluntad de beneplácito. La primera la conocemos habitualmente, son los mandamientos, deberes de estado, lo que las autoridades nos prescriben. La voluntad de beneplácito permanece oculta a nuestros ojos. Son los avatares de la vida, buenos o malos: casarse o no, ganar o perder dinero, trabajo, salud o enfermedad, éxitos y fracasos, alegrías y penas. A la voluntad significada obedecemos. La voluntad de beneplácito la aceptamos. La voluntad de beneplácito también son los acontecimientos históricos, por ejemplo esta pandemia, las guerras, o las bonanzas económicas. Si son acontecimientos dolorosos, se intentan cambiar, eso también Dios lo quiere, pero si, pese a nuestros esfuerzos, no conseguimos trabajo, salud, paz o el bien que sea, simplemente hay que reconocer que Dios sabe más y que nosotros no conocemos sus caminos y estamos en sus manos. Y que, además, no podemos atribuir un significado determinado a esos acontecimientos ni podemos adivinarlos.

La adivinación

En el primer tomo de Jesús de Nazaret, el papa emérito Benedicto XVI hace una consideración muy interesante sobre el ansia humana de escrutar el futuro: qué me pasará para poder esquivar las desventuras y encontrar la salvación. Todas las religiones hablan no sólo de dónde venimos sino a dónde vamos. Todas las religiones son predicciones de futuro. Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento, Dios prohibe a Israel la astrología, la adivinación, la magia, el espiritismo… todo eso se califica de abominación. Dios ofrece a Israel una promesa y, ante esa promesa, reclama fe, confianza. Les enviará profetas, pero los profetas no deben convertirse en adivinos sino en mantenedores de una promesa que intenta encontrar en los avatares de la historia el plan de Dios. No sé dónde lo leí y lo lamento, pero hay una frase que lo aclara muy bien: el cristiano sólo hace futurología con lo que ocurre tras la muerte. Lo anterior le está velado, como al resto de la humanidad.

El profeta, el cristiano, intenta encontrar en los avatares de la historia el plan de Dios pero no se le ocurre pensar que entiende el plan de Dios y, por tanto, puede tomar el mando, como una especie de estado mayor de Dios que interpreta qué quiere Dios en esta circunstancia concreta.

Uno de los representantes de esa desviación diabólica es Caifás: «Conviene que muera un hombre por el pueblo y no toda la nación». Lo que él no sabía, dice el evangelista, es que el significado de sus palabras excedía infinitamente lo que él había querido decir. Dios siempre sobreabunda nuestra capacidad.

Uno de los pecados de nuestra época es que hay cristianos que creen conocer esa voluntad de Dios de beneplácito y se plantan ante el mundo como si fueran los contables del Espíritu Santo y deciden qué quiere Dios en política, economía o alianzas internacionales. Ahora son de derechas, en los años 80 eran algunos de la teología de la liberación.

Cuando Vox puso la moción de censura a Pedro Sánchez, tras fracasar, Iván Espinosa de los Monteros escribió lo siguiente en Twitter:

Creo que no puedo interpretar de otra manera el tuit: Espinosa cree que conoce la voluntad de Dios sobre la moción de censura y condena a los tibios que no la apoyan. Ridículo y blasfemo. Con 8.000 me gusta y 2.000 retuits.

Como en tantos temas, parte del protestantismo ha transitado por otras vías en cuanto al conocimiento sobre la voluntad de Dios de beneplácito y no es infrecuente que crean saber lo que Dios quiere en política. Estos días lo hemos visto en la campaña de Trump: predicadores que hablaban del famoso como de un enviado de Dios. Entre los que apoyan a Trump también hay evangélicos que creen que, para que llegue el reino de Dios, Israel tiene que restaurarse y apoyaron fervientemente la capitalidad de Jerusalén,  algo que Trump llevó a cabo contra la opinión del resto del planeta. Este tipo de pensamiento es totalmente erróneo desde la perspectiva católica: nadie representa la voluntad de Dios sobre la historia.

Aquí tenemos a un partido que cree conocer la voluntad de Dios para España y acusa de tibios a los que no les siguen. Exactamente igual, qué curioso, que los marxistas ortodoxos, que creen saber el sentido de la historia, como tan bien explicaba Walter Benjamin.

Sin embargo, la Iglesia católica ha desechado hace décadas las confusiones entre lo político y lo religioso. No hay lugar a la usurpación del nombre de Dios para banderías humanas.

Continuará.