Esta entrada es una continuación de la anterior Hablemos claramente de corrupción y parte de una serie sobre política y cristianismo.
Jacob es rabino. Cuando Jesús de Nazaret salió a los caminos a predicar, se fue a escucharle y asistió al sermón de la montaña. «Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que convivan con él». Eso escuchó allí, además de una nueva Torá en la que los mandamientos se reelaboraban, en la que Jesús ocupa el centro y unas bienaventuranzas incompatibles con el orden social y político de Israel.
Pero lo que más le preocupaba a Jacob era la contradicción que él veía entre los mandamientos y los preceptos de Jesús. Jacob Neusner era un rabino, el llamado rabino favorito de Benedicto XVI, escribió más de 900 libros, fue un académico de prestigio y, según publicó Ratzinger en su Jesús de Nazaret, escribió el libro más importante de la década sobre el diálogo interreligioso entre cristianismo y judaísmo, «Un rabino habla con Jesús«. En ese libro se mete en el corazón y la cabeza de un rabino del siglo I que convive con Jesús y ansía entender sus enseñanzas y comprobar si es el Mesías. Él cree que no es el Mesías.
El libro es estupendo para comprender que las enseñanzas de Jesucristo no son un simple escalón más en lo atesorado por el pueblo judío, un simple añadido al Antiguo Testamento sino un nuevo nivel de luz cuya hondura, altura y longitud nos es inabarcable. El mismo Legislador, Dios, explica cómo tiene que vivir un hijo de Dios, da ejemplo y muere crucificado en medio de la incomprensión. Neusner no lo creía, pero Jesucristo ha resucitado y vive.
Benedicto XVI toma este libro como referencia en el primer tomo de su Jesús de Nazaret para comprender cómo escucharía un judío versado en las escrituras el Sermón de la Montaña. Me voy a detener en lo que hace referencia a la organización social y cómo eso dimana del cuarto mandamiento. Es lo que hizo Benedicto XVI en su libro porque quizá nos resulte difícil entender qué contradictorio resulta el evangelio con la Torá para un judío observante.
Los lazos de sangre son secundarios
Jacob Neusner explica la contradicción que él cree ver entre el cuarto mandamiento y las palabras de Jesús. Explica que Israel reza como pueblo, no sólo ni principalmente cada uno por su cuenta y con la puerta cerrada, como aconseja Jesús. Israel es un pueblo que se enraíza en padres, abuelos, antepasados como Abraham y Sara cuyo Dios es el Dios de esos antepasados: «Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob» y concluye que el Sermón de la Montaña excluye a la comunidad y a la familia. Para un judío, primero está la familia, luego el pueblo y luego el individuo.
El rabino Neusner dice que le asusta y alarma que Jesús contradiga directamente el cuarto mandamiento y dice: «para seguir a Jesús tengo que poner la llamada de Jesús incluso por encima del amor a mis padres. Además, Jesús dice que mi familia la forman los que hacen la voluntad de Dios». Jesús pone en cuestión la prioridad de la familia en la jerarquía de mis responsabilidades.
De hecho, Jesús está formando una nueva familia sin lazos de sangre. Quizás me equivoque pero no sé de otra religión con misioneros, es decir, con personas que dejan a su familia y se van con otras personas con las que no tienen lazos de sangre a propagar la familia de Dios.
Benedicto XVI, en su Jesús de Nazaret, dice: «Precisamente esta familia de Israel es la que Neusner ve amenazada por el mensaje de Jesús, ve que la primacía de su persona comporta dejar a un lado los fundamentos del orden social».
Esto es bastante fuerte y creo que no acabamos de darnos cuenta.
«Mientras que la Torá -sigue diciendo Ratzinger- presenta un orden social preciso, y le da al pueblo su forma jurídica y social, válida para los tiempos de paz o de guerra, para la política justa y para la vida diaria, nada de eso en cambio encontramos en Jesús. El seguir a Jesús no comporta una estructura social que se pueda realizar concretamente en el plano político.
A partir del Sermón de la Montaña, se repite siempre con razón, no se puede construir ningún estado u orden social».
Esta subversión, dice Ratzinger, tiene como justificación la pretensión de Jesús de ser, junto con la comunidad de sus discípulos, origen y centro de un nuevo Israel.
Benedicto se pregunta ¿qué ha hecho Jesús? Ha llevado el Dios de Israel a todos los pueblos, ha traído la universalidad. La universalidad, la fe en el único Dios de Abraham, Isaac y Jacob acogida en la nueva familia de Jesús que se expande por todos los pueblos superando los lazos carnales de la descendencia. «Éste es el fruto de la obra de Jesús», concluye Ratzinger.
Así, prosigue, hay una nueva familia cuya única condición es la comunión con Jesús, es estar en la familia de los que llaman Padre a Dios. Esa universalidad no fue entendida por algunos de los primeros cristianos, a los que se opuso Pablo, y creo que tampoco se entiende entre algunos de los cristianos del siglo XXI.
¿Qué dice el Catecismo de la Iglesia sobre la inmigración? las negritas son mías. Están puestas para resaltar que hay el nivel del deber y otro de la posibilidad.
2241 Las naciones más prósperas tienen el deber de acoger, en cuanto sea posible, al extranjero que busca la seguridad y los medios de vida que no puede encontrar en su país de origen. Las autoridades deben velar para que se respete el derecho natural que coloca al huésped bajo la protección de quienes lo reciben.
Las autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas condiciones jurídicas, especialmente en lo que concierne a los deberes de los emigrantes respecto al país de adopción. El inmigrante está obligado a respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas.
Patria y nacionalismo
Decía en el post anterior que los nuevos factores que han hecho insoportable para algunos cristianos el mensaje de Francisco no se debe a que él haya cambiado el mensaje católico sino a que la sociedad ha cambiado por dos factores nuevos: globalización y cambio climático.
Recuerdo cuando en los años 80, 90 presumíamos de que los españoles no éramos racistas ni jamás lo seríamos. Simplemente no teníamos ninguna tensión racial así que no podíamos saberlo (de hecho, éramos y seguimos siendo una sociedad racista con los gitanos).
Empezamos a ser racistas cuando personas de otros países han venido a quedarse con nuestros trabajos. De repente nos molestan los acentos, las apariencias diferentes, los velos de las musulmanas porque viven en la puerta de al lado, si estuvieran a 5.000 km no nos importaría. Nos falta educación, nos falta capacidad de acogida y conocimiento de nuestros semejantes. A mí me aportó mucho este documental.
Pero no quiero quedarme en lo fácil. Quien está pagando la globalización es el trabajador o trabajadora poco cualificado, no yo. Cuando una persona está luchando por su supervivencia, cuando decide emigrar, en un gran porcentaje está dispuesta a aceptar lo que le den por trabajar muchas horas y eso baja el nivel de protección del resto de los trabajadores. No lo voy a negar, pero tampoco voy a señalar a los emigrantes como culpables de esa situación. Esta tensión, causada por empresarios, algunos de ellos españoles, usureros, no puede perjudicar a los explotados. La indignación no tiene que dirigirse al emigrante sino al que se aprovecha de su situación.
Cito el Catecismo, el de la Iglesia Católica, el escrito bajo dirección de Ratzinger y publicado por Juan Pablo II: «San Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: “No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida; […] lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos” (In Lazarum, concio 2, 6). Es preciso “satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia” (AA 8):
«Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia» (San Gregorio Magno, Regula pastoralis, 3, 21, 45).
Así, algunos que se tienen por cristianos, recurren al cuarto mandamiento para reclamar que la caridad empieza por uno mismo y que se cierren las fronteras a los inmigrantes en vez de solicitar un reforzamiento de la inspección de trabajo que acabe con los abusos. Ya saben, terminar con la pobreza terminando con los pobres que puedan entrar. Epulón fue más torpe, permitía a Lázaro morirse de hambre a su puerta. Es mucho mejor eliminarlos de la vista.
Esto es lo que proponen partidos nacionalistas como Vox en su programa electoral.
Ellos dirán que quieren acabar con la inmigración ilegal pero, claro, si haces las leyes puedes estrangular la inmigración para que casi toda sea ilegal, por ejemplo, proponen que quien haya entrado ilegalmente sea incapacitado de por vida para legalizar su situación. Si a alguien le parece que esto es justo es porque jamás se ha visto en un problema económico serio. Legal no significa lo mismo que moral. Muchas cuestiones legales son inmorales y viceversa. Por poner un ejemplo de ese absoluto egoísmo nacionalista que propone Vox, cito una de sus propuestas:
«La inmigración se afrontará atendiendo a las necesidades de la economía española y a la capacidad de integración del inmigrante. Se establecerán cuotas de origen privilegiando a las nacionalidades que comparten idioma e importantes lazos de amistad y cultura con España».
Programa electoral de Vox
El contraste con lo que la Iglesia dice sobre la inmigración es patente. Nos lo parezca o no, España es una nación próspera y tiene el deber de acoger a quien busca mejorar sus condiciones materiales. Puede poner condiciones pero nunca sobre el origen étnico. No son ganado. Son personas individuales.
Por un momento párense a pensar y pónganse en la cabeza y el corazón de ese hombre polaco, mujer marroquí o familia senegalesa que quiere mejorar de vida. ¿Les dice poco? Lástima que no los sientan como hermanos. Pues pónganse en la cabeza y corazón de su abuelo o de su madre cuando se fueron a Argentina con una mano delante y otra detrás, por supuesto sin permiso de trabajo, o a Alemania y Suiza entre extraños con un idioma o cultura diferentes. Y díganles que son ilegales, que no son de países bienvenidos por su política o su cultura diferente. Que se vayan a su miseria. Y luego vayan a leer el evangelio de Lucas.