Entrevista a Daniel Gascón.

Estaba pensando cómo se podría explicar a una persona sin especial formación en opinión pública cómo ve una profesora de teoría de la comunicación los efectos de los medios (medios no sólo empresariales sino el móvil que tienes en las manos) en el «no-debate» público, cuando me encontré la entrevista que enlazo arriba.

Mi planteamiento es ya conocido para quien me haya leído aquí o en los dos libros publicados en Amazon, pero quizá esa entrevista de uno de los mejores entrevistadores españoles – Álvaro Sánchez León – puede concretar cuestiones que parecen muy etéreas pero tienen efectos absolutamente reales.

Así que pensé en glosar algunas de las afirmaciones de Gascón con explicaciones o ideas que me sugieren.

Uno nunca sabe cómo mira lo que mira…

Imagen generada por Microsoft Designer, aprendizaje de máquinas de Bing, cuando le pedí «Uno nunca sabe cómo mira lo que mira…»

 ¿Cuáles son las claves de tu mirada?

— Uno nunca sabe cómo mira lo que mira…

Es un tema muy interesante considerar la cantidad de posibilidades y de limitaciones que cada persona tiene a la hora de conocer. Una rama de la filosofía, la teoría del conocimiento, lleva siglos reflexionando sobre esto, así que no pretendo despachar en un párrafo la cuestión.

Sí que me parece exagerado afirmar que nunca se sabe cómo se mira. A veces se sabe y algunas personas saben más que otras cómo miran. Si no, caemos en el relativismo de que todo, al final, depende del cristal con que se mira; y el relativismo es el caldo de cultivo del totalitarismo.

De todas formas, es muy aprovechable como punto de partida, es decir, hay que saber que todos traemos de casa y nacimiento unos sesgos que nos limitan bastante a la hora de entender la realidad. Esos sesgos hay que aprender a detectarlos. Una buena jueza o juez, un buen policía, una buena profesora, un buen investigador, una buena periodista tendría que intentar superar sus sesgos educativos, familiares, ideológicos, incluso de temperamento, para poder interpretar lo que le dicen y luego decidir.

Pero, precisamente, por relativismo esto es cada vez menos frecuente porque la realidad no tiene estatuto permanente ni relevante y el estatuto relevante, que pretende ser permanente, es el del poder. Quien tiene el poder establece la mirada correcta. Por eso escogí esa imagen de Designer, porque parece que se ríen de un payaso que a su vez se ríe de su audiencia. Y todo replicado en espejos infinitos que nos hacen preguntarnos dónde están los sujetos reales. Servil es el payaso, con un servilismo que busca prevalecer y convertirse en el centro  para gobernar a qué presta atención su audiencia. Y a qué no presta atención.

 Desde las ciencias sociales se entiende mejor la actualidad y la sociedad de la que formamos parte. Podemos aprender de las ciencias sociales para resolver mejor nuestros problemas. Ese enfoque es interesante también para el ejercicio del periodismo.

Creo que hay una peculiaridad en la esfera pública española con respecto a sociedades más cultas. En los medios de comunicación se exaltan a politólogos sobre expertos en otras ramas sociales como sociólogos o comunicólogos. Para mí es un problema, puesto que la politología tiene más que ver con el poder que con la justicia o la prudencia. El politólogo no estudia la sociedad sino cómo conseguir el poder, gestionarlo y mantenerlo.
Podríamos intentar abordar la actualidad y la sociedad desde otras perspectivas, no sólo sociales sino humanísticas. La historia y la filosofía están prácticamente ausentes de las aulas y del debate público. ¿Los comunicólogos podemos aportar algo? Pienso que sí, especialmente en algo que dijo de manera brillante Esteban López Escobar hace años: “No me apetece llamar comunicación a arrastrar a la gente por el hocico” o lo que Donsbach decía: «Communication research has the potential and the duty to focus on research agendas that can help societies and people to “communicate better,” that is, to make up their minds on any issue on a sound basis of evidence and as little influenced by other people or institutions as possible—be it “great persuaders” in personal communication, the news media, or political or economic powers, in either a national or global context».

Me temo que lo que va ganando en influencia y respetabilidad tanto en la Universidad como en los medios es la visión propagandística y el marketing, es decir, en enseñar a la gente no a comunicar mejor sino a) Llevar a la gente por el hocico, b) No darse cuenta de que están siendo arrastrados por el hocico.

Lo digo con pena, porque mucha de la investigación en comunicación que se hace en España no tiene ningún interés en ayudar a la sociedad española a comunicarse mejor, es decir, a interpretar y expresar mejor.

 ¿El periodismo que toma distancias es excepcional? ¿Es buena recomendación también para quienes no opinan, pero hacen información?

— No soy nadie para dar consejos, pero sí tengo claro que no me gusta el periodismo activista. Mantener una cierta distancia permite una claridad que es indispensable para ejercer bien este oficio. Pero, al final, todos nos apasionamos con según qué temas. Desconfiar de la contaminación es un prejuicio positivo, creo. Tomar una cierta distancia irónica –incluso de uno mismo y de los logros personales– no significa que las cosas no sean importantes. A veces, tomamos partido por simpatía. Otras, por obligaciones que desencadenan las debilidades económicas de los medios. Sucede a todos los niveles del periodismo mundial.

Ya dije en algún otro sitio que el periodista activista es un producto típicamente español y latino. Existe en otros países pero se avergüenzan de su condición, aquí se lleva a gala.

Me remito a Mark Thompson para dibujar el estado de la cuestión: un periodismo débil y rencoroso, el emotivismo, el marketing que ha nadado aguas arriba no para ayudar a vender candidatos o periodismo sino para decidir candidatos, programas políticos y tipo de periodismo, una sociedad vapuleada por un ciclo noticias 24 horas, no es un medioambiente propicio para la comunicación.

— ¿Todo lo que tiene que ver con la opinión pública es marketing?

—En el caso de los medios de comunicación, hay de todo. Conviven la valentía, la ética, la vocación de servicio, y también la defensa cerril de los proyectos ideológicos y la conversión de las redacciones en lugares de recolocación de “mi” gente. Hay de todo. Es justo admitir que, en nuestra sociedad, el marketing es, también, una manera importante de estar presente.

Pienso que esto es una de las claves. El marketing, como decía arriba, está en el centro de decisión. La culpa no es de esa disciplina sino de quienes no tienen otro objetivo que prevalecer y, para ello, están dispuestos a generar políticas, políticos y periodismo al dictado de estrategias de venta. Confieso que cuando veo que alguien se describe como experto en marketing político me echo a temblar. Es parecido a lo que ocurre en el ámbito de la economía: antes la política mandaba sobre la economía, luego mandaba la economía sobre la política y ahora manda la hoja de cálculo sobre la economía. Hace tiempo que Occidente se ha vuelto voluntariamente ciego a los efectos de las decisiones a corto plazo y ha decidido no decidir.

La intemperie argumental robustece los bloques y la distancia con “los otros”. Esa realidad imperante es un poco asfixiante y empobrecedora. De todas formas, es probable que todo esto sean cosas que veamos nosotros, que somos periodistas, porque estamos muy pendientes de esas cuestiones, pero que a la gente de la calle no le importen tanto… Puede ser que la mayoría social no viva tan neuróticamente la política y la discusión en torno a la política.

A veces pienso eso pero en otras ocasiones me acuerdo de que en los años 20 y 30 del siglo pasado tampoco creo que estuvieran las personas matándose en las plazas hasta que empezaron a hacerlo. Y, cuando empezaron a hacerlo, no todas lo hacían, incluso hubo héroes y heroínas que dieron su vida por los demás. Pero desencadenar un proceso de odio colectivo es posible y probable; por irresponsabilidad, o por aquello que Arendt llamaba la banalidad del mal, o por ciega intolerancia y ansia de poder, y más razones que pueden existir. Pero lo cierto es que cuando se facilita arrastrar por el morro y uno se deja arrastrar, ha perdido la libertad y ha comenzado el dominio.

Adenda del 26 de marzo de 2024.

Hoy he leído en El Confidencial el prólogo del próximo libro de Teodoro León Gross, «La muerte del periodismo: 2023, nuestro 2016». Es un retrato demoledor de lo que nos está sucediendo.