Y conste que el candidato socialista, un perfecto amoral en el más amplio sentido del término, es un enemigo formidable en el uso de la demagogia política, fundamentalmente porque, si se trata de prometer, es capaz de prometer un jamón con chorreras a todos y cada uno de los 45 millones de españoles, todos y cada uno de los 1.460 días que componen una legislatura. En la insolvencia de que hace gala, a Zapatero le da lo mismo ocho que ochenta, le importa un pimiento prometer cifras, e inversiones, y mejoras, y gastos y empleos (en la primera parte del debate anuncia la creación de 2 millones, “la mitad para mujeres”, y 20 minutos después repite lo de los dos millones, pero esta vez 1,2 para mujeres) y Observatorios y conferencias de Presidentes (sic), porque todo es etéreo, todo es gratis, todo un luminoso brindis al sol. En su liviandad, a ZP le suena que liberalizar el suelo es sinónimo de encarecerlo, y se espanta cuando Rajoy alude a esa cuestión, y así sucesivamente.

Jesús Cacho

Al igual que en el debate anterior -fue casi una repetición- había una persona que acosaba con datos y otra que trataba de defenderse. La máquina de propaganda posterior intenta cambiar la realidad acto seguido y resulta que, según Caldera, Z hizo 90 propuestas o más en el debate. Es decir, que si duró hora y media y cada uno habló 45 minutos, estamos hablando de una propuesta cada 30 segundos. A eso se le llama mentir con desfachatez y con falta de respeto a la inteligencia. Pero había algo que decía la verdad, tanto cuando hablaba Caldera como López Garrido, y es el lenguaje corporal. Caldera exhibía una sonrisa sardónica, una mueca artificial. López Garrido estaba envarado, rígido.