Hace unas semanas publicaba una entrada sobre el amor a la verdad porque creo que es su ausencia es una de las características de nuestro medioambiente simbólico.

Se nos ha pegado a todos, hasta a los que nos proclamamos como amantes de un Dios que es la verdad sin mezcla de error.

En otras entradas más antiguas y extensas, entradas sistemáticas sobre la llamada guerra cultural, reflexionaba sobre lo extraña, perniciosa y acristiana tendencia actual de plantar batalla propagandística contra colectivos, ideologías, políticas y políticos. Evidentemente no estoy diciendo que los cristianos no tengan ideas políticas, económicas, culturales o sociales sino que la pretensión de confundir la verdad con la tendencia, la mezcla de nación con religión y su reducción a la tradición han hecho del cristianismo un sitio para cada vez menos personas, que han de aceptar un modo de existencia que prácticamente se limita a ser de derechas, español y consumidor de determinados contenidos culturales y únicamente preocupado por los no nacidos pero ajeno a las tribulaciones de inmigrantes, especialmente si son pobres y no cristianos. La política de la niña pelirroja fue la entrada que remató esa reflexión más sistemática sobre estos asuntos.

Evidentemente no las leyó casi nadie y así está bien.

¡Dejadlos crecer juntos!

De esas entradas voy a destacar algunas ideas que (me) nos ayuden a dibujar el planteamiento que se propone y que puede ser difícil de entender porque supone salir del marco mental que nos han fijado de ENFRENTAMIENTO.

Juan Pablo II decía que la parábola esencial de la historia es el trigo y la cizaña. El dueño de la mies da a sus siervos una orden tajante cuando se descubre que tras el excelente sembrado del trigo, un enemigo ha sembrado la cizaña: ¡dejadlos crecer juntos!.

¿Cómo Dios, en quien no hay mezcla de mentira, puede permitir que el trigo y la cizaña crezcan juntos y no dejar limpio de cizaña el campo de trigo? Bueno, eso se hará cuando haya terminado la historia y las dos plantas se hayan desarrollado hasta su maduración. No nos corresponde a nosotros arrancar la cizaña porque- como intenté explicar en aquella entrada- nosotros no somos trigo limpio. Y quizá lo que nos parece cizaña es simplemente algo a lo que no estamos acostumbrados o sobre lo que tenemos prejuicios.

En todo caso, Dios nos ha dotado una inteligencia y nos pide que la inteligencia esté guiada por una virtud cardinal que es la prudencia. Yo solía pensar que la prudencia era una virtud de la voluntad pero estaba más que equivocada, la prudencia es – como Josef Pieper recordaba, citando a Santo Tomás- una virtud intelectual.

Prudencia y estudio

La prudencia es la virtud que busca la verdad, la rectitud, no la que refrena un impulso (eso es la templanza). Y al buscar la verdad, la prudencia ESTUDIA, no curiosea. Santo Tomás distinguía muy bien la curiositas de la studiositas.

Hay personas cuya norma de vida incluye el estudio. Y el estudio supone contrastar, comparar, leer en profundidad, espíritu crítico, discernimiento, identificar los propios sesgos para rechazarlos. Por eso, no entiendo muy bien que no solamente no se identifiquen los propios sesgos sino que se cultiven. Es decir: el recrearse en las propias limitaciones culturales, familiares, ambientales no creo que sea nada diferente del cultivo de esas políticas identitarias que los cristianos de derecha extrema denuncian.

En el fondo, renunciar a comprender y compartir vida con el que es percibido como diferente no es más que cargarse en su raíz la antropología cristiana que sostiene que todos somos hijos del mismo Padre. Sí, el que te produce repugnancia por su origen o modo de vida es hijo queridísimo de Dios, es hermano tuyo. No ha venido al mundo por casualidad, es querido por Dios con la misma intensidad que te quiere a ti. Y no puede producirle mayor disgusto ver cómo le tratas.